Hubo un partido oficial, de la última fecha de un torneo que para Estudiantes fue irregular, terminó noveno, sobre los catorce de su zona, en un año que dispersó energías mentales en otras competiciones, donde algunas noches el equipo pareció un dream team (Corinthians en La Plata y Boca en Córdoba, el rival que más le ganó en la historia y que éste año no pudo en los tres retos).
A 17 días de una final, una rara expresión recorrió a la gran mayoría de los Pincharratas, que vio a un equipo con “batería baja” (como la de los celulares), una falta de conexión aceitada que fue presa fácil del exigente Lanús. El empate 1 a 1, para el local, no sirvió para quedar en la tabla Acumulada entre los que podían clasificarse directamente a la Copa Libertadores 2024, aunque abrocharon el acceso a la Copa Sudamericana.
Tema de psicología deportiva, mental (desgaste que se aprecia en cualquier profesión ya ingresando a la recta de diciembre), que incluye las fuerzas físicas (lo dieron todo en Córdoba). Lo cierto es que hubo un partido, y hasta Mariano salió vestido de jugador de campo.
Amigos lectores, entenderán que ciertas veces puede pasar, cuando la expectativa ronda en demasía y detrás de este partido, además, hay otro que condiciona y obsesiona, en el que podrían consagrarse campeones.
Entenderá que no era solo la última salida en “casa”, a los 40 y 38 años de edad, aquellos jóvenes héroes del Mineirao 2009, que ya llevan juntos 144 formaciones (en 70 partidos terminaron ganadores), en “puestos” donde el fanático te endiosa o te baja del pedestal.
Sí, sí, el equipo jugó tan mal que hasta Andujar mandó un puñetazo al terreno, sanguíneo como es el Flaco. Pero es parte del fútbol tener una muy buena y a la siguiente obnubilarse, o viceversa.
Incluso se vio en el propio Boselli, que mandó la pelota al infierno y a la siguiente, se desmarcó, y “tocó” a la red, gritando por vez 93 un gol con la camiseta roja y blanca. Esa chuequera laboriosa que ya se retira y se va a vivir a otro lado, fuera de éste país.
Ese que dejó esta escalera…
Calderón 92, Boselli 93, Farías 95, JR Verón 96, «Nolo» Ferreira 100, Gottardi 129, Scopelli 139, Infante 181, Zozaya 196, «Payo» Pelegrina 235.
Dos tipos macanudos, que finalizado el partido volvieron al vestuario, donde les pidieron por favor que volvieran a salir al césped.
Dos hombres que se ponen en la foto con las plaquetas plateadas, que entregó la CD, premio a la entrega, a la conducta, a la trayectoria… ¡al talento! La carita de sus hijos, paseando por todo el perímetro del campo. Son pincharratas, todos, aunque no nacieron mientras ellos vestían los colores. Las tres niñas de Mauro son mexicanas, “leonesas”, porque nacieron cuando jugó en el León. Mariano tiene dos, Costanza —nació justo antes de llegar al Pincha— y Vito —italiano—.
Desde el 5 de agosto de 2008, que jugaron juntos por primera vez contra Banfield, en el Estadio Unico, con la misma numeración, portero con la 21 y centrodelantero 17.
“15 años, 3 meses y 12 días pasaron de la vez primera”, dice Darío Caceres, rey de los números en un Club donde hay una jungla de estadígrafos. Aquella tarde Estudiantes alineó a Andujar; Angeleri, Alayes, Desábato; Juan Manuel Díaz; Matías Sánchez, Rodrigo Braña, Enzo Pérez, Gastón Fernández, Boselli y Calderón. Y el DT Sensini tuvo en el banco a Barbosa, Cellay, Galván, Moreno y Fabianesi, Salgueiro y Bogado.
No sé cuántos lo sabían, pero hay informaciones confidenciales que te van cargando, anticipando lo que va a pasar después del juego: sus familiares van a estar en el campo. Contando a los amigos que se sumaron, eran cien invitados especiales entre los dos ídolos eternos. Dos porteños, al igual que Poletti o Bilardo. Mariano se crió allá por las torres de Lugano y Mauro con cuna en Barracas.
Por esto, quizás, el partido tenía un significado que superó rápido la desazón por el mal desempeño. Porque hay “ciclos en la vida”, dijo el longilíneo cuidapalos. Y por más que uno desee estar con personas para siempre, en los mismos lugares donde amó la vida, va a llegar ese día en que no… Ausencias físicas y lágrimas que brotan incontenible, como las que no pudo frenar Mauro al evocar a sus padres.
Seguramente, pocos reparaban en la luna llena que se asomaba por detrás de la platea del lago del bosque.
Un profesional no puede vivir sin el mea culpa. “Estábamos con la cabeza en otra cosa”, se sinceró Mauro (210 partidos), micrófono en mano, en un ping pong con Principi, el relator de boxeo, un famoso de la familia que vive en las tribunas.
“Vigente… con una página por escribir… al lado de mi familia… mis amigos de toda la vida… la gente que me adoptó, esto somos… La familia más grande del mundo”, salen inspiraciones de Mariano (456 partidos).
Es la confluencia en sus carreras. El reconocimiento de sus socios, dirigentes, empleados, periodismo, hinchas. Entre éstos, siento el abrazo en carne propia de don Alfredo Galipo. “¿Sabes que a mí me trajeron a esta cancha por primera vez en el Metropolitano de 1967’”, me miró con los ojos nublados de emoción, y volviendo la vista al rectángulo, mientras la pelota era controlada por Lanús, se sorprende cuando le adivino la edad, “¿Sos de 1954?”, le tiré a colocar, y en un suspiro de entretiempo, recordar una época cuando la cancha vieja pedía “reforma”, y él se ofreció a colaborar en la publicidad, en la crisis 2001. Recordábamos cuando presentaron con la CD de entonces una primera maqueta del sueño del nuevo estadio, que “se parecía un poco al actual” y que tuvo tantas modificaciones como personas que intervinieron en el proceso.
Cuando terminó el tributo, comprobamos que la Escuela está a pleno dentro del campo: aplauden los utileros, los preparadores específicos del cuerpo técnico, todos de camiseta roja; y los compañeros de equipo, de camiseta blanca, no se fueron a duchar y permanecían de pie (Zuqui cumplió años y habrá una torta, pero en la intimidad del grupo), hasta el momento en que los fuegos artificiales y la música despedían la fiesta.
No veíamos a Eduardo Domínguez, que está metido en su sueño de Copa Argentina.
Un amigo que lo cruzó, ansioso, le pidió un favor
—Barba, no te vas a ir
—Tranquilo (lo mira a los ojos).
La mirada es una forma de asomarse al alma de una persona.
Dentro de dos semanas, con la cabeza más despejada y el cuerpo más entero, puede haber una fiesta que dure mucho más que en la víspera.