Era simple la vida, y el foot-ball se escribía todavía así, a la antigua, en el inglés correcto. En Villa Elvira, en 75 entre 121 y 122, una familia, con cinco hijos, perseguirá la pelota en todo “picón” barrial y en un club que estaba a punto de dominar la esfera mundial.
Saúl (el mayor) y otros tres que llegarán a jugar juntos, Norberto, Jorge y Héctor. Este último nació el 6 de marzo de 1941; hoy cumple 84 años, con salud y rodeado de afectos.
Tal vez fue la esperanza futbolística más grande de la casa: firmó contrato en Estudiantes de La Plata, gracias a sus cualidades de zaguero, zurdo, fino, de cabeza levantada y salida limpia. En tiempos en que La Tercera que Mata llenaba la cancha, «El Zurdo» jugaba en la Reserva, hasta ese mismo año 1964. Tuvo una serie de amistosos y prácticas con el plantel superior donde eran patrones Héctor Zapa y Ruben Cheves, en el tiempo en que el Club presidido por Mariano Mangano todavía no tenía el Country y priorizaba seguir en la categoría, antes de la revolución que se dio con Zubeldía. Valga la mención: Osvaldo llegó en enero del ’65, y un mes antes Héctor decidió dejar.
Acompañado de una maravillosa mujer, hoy no va a las canchas, pero la TV es el remedio a la pasión eterna, viendo todas las ligas del mundo. Con su cristalina mirada y una voz suave, grabamos su testimonio, donde surgen fenómenos del pasado, yendo varias veces hacia un trío que fueron compañeros en Tercera y “saltaron a primera”: De Mario, Tarabini, Prospitti.

De él se dice que era un crack de galera y bastón, y lo demostró entre los clubes de primera de AFA, hasta los veintitrés años. En 1964 abandonó ese vagón de sueños, subiendo a otro llamado familia. “Estábamos de novios, mi suegro falleció y la mamá enfermó, yo había dejado el colegio y desde los 14 trabajaba. A Estudiantes vinieron unos gauchos de un físico de casi dos metros (Hugo Spadaro, de Junín) y me mandaron a marcar la punta”, cuando medía 1.75 y su posición era el de zaguero. “Pero decidimos casarnos de repente, en diciembre del ’64, sin fiesta”. El fútbol no dejaba seguridades económicas y tener un lugar en primera, en épocas sin relevos (salvo el arquero) era una empresa difícil o al menos azarosa. Destinos cruzados. Cuando Rey dejó de entrar por el portón de calle 1, al Pincha llegaba con su bolsa de pelotas un nuevo director técnico, Osvaldo Zubeldía.

“Cuando nos casamos, pusimos la verdulería”, apunta. “¿Sabes quién nos prestó el auto para llevarnos el día que nos casamos? … ¡Prospitti!”, comparte la infidencia mientras su mujer interactúa en la nota con alguna breve frase, sonrisa y unas sabrosas pizzas.
Jugar a la pelota era una maravillosa diversión, con la explosión de los torneos de barrio, y por supuesto con la atracción de Liga Amateur Platense de Fútbol (que salía en los diarios) y a la que Rey no podrá decirle que no. Jugó una década entre Estrella de Berisso y For Ever, donde los más experimentados aseguran que “hubo pocos defensores con la calidad de Rey”. Demostró lo aprendido en la escuela estudiantil, y si le tocaba patear penales, le atribuía una enseñanza a “Pichón” Negri, uno de sus entrenadores: “Me decía ‘parate así y apuntá a un metro del palo, pateá ahí que no llega nadie”.
Paradójicamente, gracias a una pelota y no a los libros, entró a un trabajo estable en los talleres de Menores, en 1 y 58. Fue la promesa cumplida por un presidente de Estrella, Adris Jalil, dirigente radical con aceitados contactos en el gobierno, que acomodó laboralmente a varios jugadores que fueron campeones con “La Cebra”.

Con Héctor Rey, de 2, y Jorge Rey, de 5, escribieron historias que hoy están en las estrellas del club: tricampeones de 1970, y en el ’71 ganadores de la Federación del Este en el Regional de AFA. Hito deportivo aquel 14 de agosto de 1971, la revancha ante Ever Ready de Dolores, al que llegaron a empardar: 0-3 de visita, 3-0 de local, y buena fortuna por penales. Pasaron a la última Etapa con la seria intención de alcanzar la plaza bonaerense en el Nacional A en la Primera División. Por el Oeste, Del Progreso, de Mercedes; por la Federación del Norte, Rivadavia, de Estación América; y por el Sur, Huracán, de Ingeniero White. Fueron dos meses de grandes esfuerzos. En otras partes del país, al mismo tiempo, disputaban sus compromisos Unión de Santa Fe (Región II), Central Córdoba de Santiago del Estero (Región IV), Desamparados de San Juan (Región V) y Cipolletti de Río Negro (VII).
—Héctor, estuvieron a un paso. ¿No se te pasó por la cabeza jugar un Estudiantes y Estrella? El fixture puso en la primera fecha a los que ascendieron, justamente en 1 y 57.
—No sé si estábamos como para tanto…
Humildemente, elige una respuesta que en parte ilustra el potencial de aquel Estrella: “Mirá, cuando dejamos afuera a Ever Ready tenían tres o cuatro jugadores, Roberto Cicora, Julio Novarini, Pedro Marchetta, Mario Rodríguez y el técnico era “Chivita“ Maldonado (una gloria de Independiente)”.
Su hermano Jorge Rey, el “Zorro”, arrima algún recuerdo: “El Yayo Langone se peleó con Mario Rodríguez, y lo echaron a los dos”. Estrella ganó a los penales y su sueño se hizo de película como lo era la misma ciudad de Berisso.
Héctor, capitán y número 2, organizó la línea de fondo con El Negro Aguirre (refuerzo del viejo Pettirossi), y por las bandas pasaban Formeiro y Battilana, dos que han partido al más allá. ¡Qué hubiera sido de aquel equipo si no se desprendía de Sasso, Coria y Acosta, tres platenses —también de Villa Elvira— que recibieron ofertas de Tres Arroyos y Río Negro.

Los años de destreza son pasado en el almanaque, sin videos donde ver una fracción de segundo siquiera, pero a no dudar de la capacidad de aquel fútbol amateur platense. La clasificación del Club Atlético Estrella entre los cuatro mejores bonaerenses habla de un prestigio futbolístico de la región dentro del concierto nacional. Y esa fuerza en la categoría federal del ascenso coincidía con la excelente historia de Estudiantes recién dejaba su corona de campeonísimo de América (el 9 de junio fue destronado por Nacional de Uruguay, en Perú), mientras que Gimnasia había alcanzado en diciembre del ’70 las semifinales del Nacional, ese mismo torneo que un año después pudo haber tenido a Estrella.
UNA CIUDAD DONDE REINÓ EL POTRERO
De chico no quiso estudiar. “Me habían dado una beca para estudiar, hice un año y dejé. Si no querés, ¡a laburar!, me dijo, y me llevó a un almacén de la calle 3 y 60, para que no ande en la calle”.
Héctor “El Zurdo”, “El Zorro” Jorge y “Quique” Norberto, tres hermanos varones que se alinearon a las canchas, siguiendo los pasos del mayor, Saúl.
Y compartieron, conocieron, se estremecieron con cada figura…
El hoy cumpleañero lleva en la retina a “Kiko” De Mario, me encantaba, y al “Potrillo” Roberto Avalos (con ese apodo citó al «Beto»), los dos después fueron de Estudiantes a Lanús. ¡Lo que era el “Gringo” Antonio Guarracino!, parecido a Riquelme, pero con más velocidad. No le pedían sacar la pelota, y a mí me gambeteada hasta tres veces. En los torneo nocturnos en Villa Elvira venía sin medias o a veces sin zapatillas y cómo la escondía”.

Pedro Prospitti era campeón de América con Independiente y había jugado las finales con el Inter de Italia por la Copa Intercontinental (la primera vez de un cuadro argentino en esas tenidas que no se vieron por TV). El delantero surgió de Estudiantes, y allí, en la escuela aún no fogueada por los trofeos internacionales, Pedro a la familia Rey. Por empezar, a un apasionado formador de jugadores, Saúl Rey, el mayor de los hermanos. “Entre ellos fueorn muy amigos. Pedro venía cada tanto por casa. Adoraba a mi papá”, se emociona.
Muchos cracks, locos de la raya, formas de jugar que marcaron una época. Con otros sistemas tácticos, con más improvisación y sin gimnasios, ni ciencia que mida los kilómetros en un entrenamiento, pero algo se decía que en Europa se entrenaba mucho. Ahí empezó a venirse para nuestras pampas, el «laboratorio».
Había más tiempo para frenar la pelota y apilar. Cuenta que el Loco Bernao lo volvió loco. “Fuimos con Estudiantes a jugar a Avellaneda y me vine en el micro de Independiente…” El técnico me había recagado a pedos… Dios me libre del Loco Bernao, que cuando quería marcarlo, se iba para un lado, me la sacaba de taquito”.
Siente orgullo por un platense que actualmente es campeón mundial y de las últimas dos Copa América, Luis Martin, el preparador físico de la Selección amigo de su sobrino Christian Rey, al que siguió en la Liga Platense precisamente jugando con “Luifa”. En esta mención, tal vez en su subconsciente, reaparezca la imagen de
Rufino Ojeda, “profe” berissense, asesor de aquel Estrella de Barroso que defendía Rey, y que en 1967 “tocó el cielo con las manos” en 1967 con Racing de Avellaneda (ganó la Libertadores y la Intercontinental). Por supuesto que Ojeda también disfrutaba de estar con los muchachos de los clubes de barrio, tal como hoy vemos en Martín.

Este hombre feliz, con una formación hogareña, pese a la falta de estudios, con las fuerzas que menguaron pero no así los valores, sin necesidad de decir que “todo tiempo pasado fue mejor”, vive en el mismo barrio donde conoció un pequeño paraíso: La Plata, ciudad de los potreros y capital bonaerense de una Liga Amateur que vio la Primera división muy cerca, con Rey, vestido de blanco y negro, de galera y bastón.