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martes, julio 1, 2025

Partió “Pichino” Carone, amigo de Gatti y de Zubeldía en Atlanta y el 11 del primer Vélez campeón de la historia

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Cuando supe la noticia entendí que se apagaba otro poco el árbol de luces del fútbol argentino, de los tremendos cracks de los años de la pelota dura, la cancha insegura y el público mezclado sin divisiones de tribuna. Esa nostalgia por un tiempo no vivido, pero que en las notas me dio permiso para saber cómo fue. Y entre tantos mundos está uno llamado Juan Carlos Carone, más famoso por el apodo de «Pichino». Así lo llamaba el hincha como su amada, que por sesenta y cuatro años la tuvo enamorada. De ella jamás pudo escapar el wing ó puntero izquierdo de Atlanta (1962-1963, 44 partidos, 16 goles), Vélez (1964-1969, 149 partidos, 76 goles) y Racing (1970, 10 partidos, 3 goles). Infló la red y gritó 203 veces.

Huidizo, veloz, para encontrar el espacio que lo internara en el área y también muy rápido para “sacar de las casillas» a los defensores, y en especial a los arqueros. «Yo era un Judas”, se sinceró en aquella charla con la naturalidad que mostró en el campo de juego. Aunque por esa forma de ser también tuvo que salir escoltado por la policía.

Se fue un fenómeno de los que divertían, como en su tiempo eran Corbatta, Veira, Ciaccia, Más, Onega. Un hermoso “invento” de Zubeldía, porque don Osvaldo empezó a dirigir en Atlanta cuando aparecía éste, que además tenía adoración por las banderas azules y amarillas.
Qué pena. Pero el que acepta y suelta, libera el dolor por la partida.
En dos meses se fueron tres jugadores, tres ídolos populares, esos que son capaces de gozar del cariño de la gente hasta el final de sus vidas. Abril se llevó al “Loco” Gatti a los 80, en mayo se fue la “Bruja” Verón a los 81 y en junio partió al más allá “Pichino” a los 83.
Tuvo un maestro en la vida y se llamaba Osvaldo Zubeldía que lo puso por primera vez en un partido de Primera División, junto a Gatti en el Bosque, cuando aquellos «Bohemios» se presentaron en el Bosque contra «El Lobo del ’62», que venía puntero. Perdieron en La Plata pero la vuelta fue terrible, con «Pichino» en su mejor versión, gol y atorrantada para que le cobren penales, de esos que tantos hizo que le cobraran.

Carone se escapa de la marca

Llamé a un número teléfono que tenía (como tantas cosas de Vélez) el periodista Osvaldo Rao (sigue a Vélez por la AM 610 y el canal de Youtube “El Fortín de Vélez”). Conocí a Carone post pandemia, una tardecita de la que recuerdo hasta el aire y el sol que entraba por mi ventana. Encontré algo de alegría en su voz hogareña. Días en que salía a caminar con Alicia Traversa, su mujer, cuarenta cuadras por día, comían sano, y miraban fútbol por televisión.
Y resultó que la mujer de “Pichino” es íntima de Marta —viuda de Zubeldía—. Y entre ellas sabían de los hijos, los tres de Ali y Juan, y de Danielito, que criaron Osvaldo y Marta, La Negra. Fue tanta la cercanía que, al morir Zubeldía, Carone se apersonó al aeropuerto de Ezeiza cuando trajeron los restos del DT fallecido en Medellín en 1981.
La historia de «Pichino» es la de un hombre común, que en su alma llevaba el sagrado fuego de jugar. Ya en el debut se veía la pasta, cuando el domingo 8 de agosto de 1962 fue titular, por decisión de Victorio Spinetto (maestro de Zubeldía). Después, como dijo en la charla, “les hice perder el campeonato», un 4-0 que en la cancha de Atlanta terminó con los sueños de ese Gimnasia de Pedernera, el 25 de noviembre: abrió la cuenta Carone y el segundo llegó por el penal que fabricó él, cuando le asestó un cabezazo Davoine y sobrevino el segundo gol del equipo de Villa Crespo. Pícaro, así era Pichino.

Conectamos a través del celular y por el altavoz empezamos de un lado y de otro, sin darnos cuenta pasamos la hora y media.

—Empiezo por alguien que conoció bien, Zubeldía
—Me dio todo. Un amigo. Mirá (como yendose de tema), me enseñó hasta cosas que pasaban en el hipódromo. To tenía un Rastrojero y me decía, ‘vamos, Pichino, llevame’. Y nos íbamos a las carreras.
—También fuiste compañero de Gatti
—Cuando estaba en la sexta se fue a probar Gatti y le hice diez goles en el primer partido, ya estaba armando la valija para volverse a Carlos Tejedor, pero Gandulla (seleccionador de juveniles) lo quiso igual. A esa edad Hugo ya hacía lo que mismo que hizo después en Primera. Al Loco y a mí nos consiguieron trabajo en la fábrica de gorras de uno de los dirigentes del club.

1964, con veinte años, llegó a Vélez

Alicia hoy se repone de la pérdida y asegura que es “Pichino” el que le está dando fuerzas. Tuvieron tres hijos, el primero Fabián, 1966, luego Adrián Pablo, que nació en 1968 con el título ganado por la «V» en el Torneo Nacional, y Marcelo en 1977, que se recibió de DT y trabajó en el Club Ituzaingó.
Alicia definió que tenía amigos del deporte y “todos eramos como otra familia”, recordando la anécdota en la casa de Devoto. “Hicimos un asado de despedida para Cañete (un boxeador) cuando se iba a pelear a Japón por el título mundial, y estuvieron Gatti, Rattin, Arias (periodista pampeano de boxeo), Osvaldo Zubeldía, Marta y el hijo Daniel”.

Arriba: Gallo, Nieva, Abdenur, Canosa, Sinatra, Marín; abajo: Wehbe, O. Fernández, Willington, Ríos y Carone

A dos semanas del adiós de «Pichino», hoy Alicia sigue transitando el duelo y escribe por mensaje que “poco a poco estoy volviendo a estar con la fuerza que siempre tuve. Creo que él me está dando esa fuerza necesaria”.
Se casaron a los 21 años, llegaron a estar 60 años y medio en la convivencia, más otros cuatro del noviazgo, “toda una vida”. Ella era menor de edad cuando su padre dio el consentimiento en el Civil. “Cuando salimos me dijo ‘ahora mando yo’. Como buena persona, ayudó a todo el mundo”.

Volver a la cancha donde conoció tanta gente, nos obliga a mirar la historia de los primeros preparadores físicos que entendían el fútbol. Ese «fenómeno», que formó personas y futbolistas, Adolfo Mogilevsky, dio tema para que Alicia y su famoso marido nos contaran anécdotas jugosísimas.
“A Mogilevsky se le ocurrió dar claveles. Yo daba claveles a la platea de mujeres, donde estaban las tías de Alicia”, dijo el ídolo.
“Síiii, de vez en cuando me tocaba uno, pero los claveles no me llegaban porque yo iba a la platea más alta. Yo soy de River y a los 5 iba a la cancha de Atlanta con mi mamá y mi papá, por eso algo sé… Y justo me encuentro a este señor…, que vivía enfrente del Comercial, iba a practicar mecanografía y taquigrafía, no había tantas máquinas. Me vio ahí. Yo no le daba artículo”, deslizó ella.
“Ali” trabajó en la sección venta de la fábrica y recuerda que “veía cuando se entrenaban en Atlanta, era el último en la fila”.

Alicia Traversa y Juan Carlos Carone, hace 60 años

EL TERROR DE LOS ARQUEROS
“Yo quería las pelotas en el área, y hacía la diagonal picando a espaldas del cuatro rival”, explicó su secreto el goleador máximo del fútbol argentino de 1965, con 19 tantos, que valió la cita para la Selección Argentina en la etapa que buscaba clasificar al Mundial de Inglaterra.
Para la gran faena en aquel Vélez, tuvo un compadre ideal en el pase y el radar; jugó con el 10 cordobés que llamaban «El Maestro», Daniel Willington.
El 11, además de puntería, tenía desparpajo para enardecer a los rivales. Dicen que hacía la vida imposible a medio mundo. Tenía que preguntarle seriamente si realmente Carone era ese hombre que se hacía el malo.
—¿Qué le hacía a los arqueros?
—¿Yo? Los manoseaba (reconoció en una carcajada). Me ponía al lado y les contagiaba un poco de nerviosismo.

Al “Mono” Irusta le dio un chocolatín; al “Pelado” Minoián lo agarraba de los pelos del pecho; a “Tarzán” Roma le decía cosas al oído y lo hizo expulsar; a Amadeo Carrizo lo agarró de los testículos. Con “Pepé” Santoro, Agustín Cejas y el “Gato” Andrada “no podía hacer nada, eran tipos serios, que no engranaban nunca. Lo mío siempre fue sin maldad, nunca le pegué ni lesioné a nadie, por eso hoy tengo amigos en todos lados. Eran recursos que usaba para sacar ventaja, los aprendí solo, jamás ningún técnico me mandó a hacerlo. Yo era vivo.

Poletti, Carrizo, Roma y Minoián

—¿Y con el Alberto Poletti, de Estudiantes?
—El Flaco Poletti, un amigo, una vez le tiré a los pies una botellita de Coca Cola que había caído desde la tribuna. El árbitro me quiso echar, pero yo le dije que la había tirado para sacarla de la cancha. Con el Flaco nos matábamos de risa, eran unos duelos de ingenio; porque yo sabía que, a su vez, Zubeldía lo mandaba a cargarme a mí.
En Atlanta y en Vélez, el puntero izquierdo era un especialista en provocar para que el resultado de una posible reacción los dejara sin el arquero. Y si el árbitro expulsaba al agresor, la “víctima” solía tener la satisfacción íntima de la misión cumplida.

De pie: Gallo, Canosa, Lejona, Ovejero, Atela y Marín; agachados: Recúpero, Ríos, Wehbe, Carone y O. Fernández

TORNEO METRO ’67, “PICHINO” AMARGA A ZUBELDÍA
Se autotitulaba un “11 mentiroso”, porque era diestro, y no solo se mandaba por la raya y tiraba el centro, sino que se iba por el medio con hambre de gol. “Me puso de wing izquierdo y me decía de hacer la diagonal. Mentía jugando a la izquierda”, afirmó Carone, saliendo de la pandemia, una tarde soleada.
Cuando Carone era jugador de Atlanta, dirigido por don Osvaldo, “pasaba por la casa de los padres de Pichino y me decía ‘vamos, vamos que hay que ir a entrenar’”.
Un partido puntual del torneo Metropolitano de 1967, el que ganará su amigo Osvaldo con aquel Estudiantes. En la primera rueda ganó el Pincha por 1-0 con gol de Bilardo; y en la siguiente ronda, en Liniers, Vélez los superó 2-0, con un primer gol que fue una «locura», como las que acostumbraba “Pichino” (Ver video).

Esa vez, Bilardo fue expulsado en el final del partido y el golpe que recibió en Liniers, pareció afectar al equipo porque las siguientes cuatro jornadas tampoco podrá ganar, hasta que selló la clasificación en la última fecha con goleada en calle 1 ante Gimnasia, 3-0. Así entró a Semfinales y de allí a la épica jornada en que el primer equipo chico fue campeón. Al año siguiente, el segundo que siguió el camino fue Vélez, en diciembre de 1968, cuando fue el desempate por triangular entre Vélez, River y Racing.

Sentí la certeza en aquella nota que estaba conociendo a un hombre que creció de prisa por el futbol, que no se frustró al no quedar en la prueba en River, con Renato Cesarini. Un jugador con la gula de «Pichino» no depende de decisiones ajenas, porque viven de sus convicciones. Llegó a conocer a otros maestros… En Atlanta fue Zubeldía; en Vélez, Victorio Spinetto, Manuel Giúdice.
“Nosotros estábamos a veinte cuadras de Liniers, donde vivía don Osvaldo y Marta; o venían para acá o nosotros íbamos para la casa de ellos, ¡eramos familia!», volvió a recordar a don Osvaldo.

Un día se termina la vida, y en el final del camino es posible que esté el amor que nació en la flor de la vida. Un camino que «Pichino» compartió con Alicia entre risas, suspiros, silencios, paseos, con la percepción hermosa que da vivir a una edad avanzada, juntos. Como lo vieron caminar, hasta cuarenta cuadras diarias. Juntos, para elegir la comida sano. Y saber qué día por TV se ponía el partido de Vélez y algunas veces los de Atlanta.
Un mes después de la Bruja, dos meses después de Gatti, otro de la época de oro donde medio equipo era de gente habilidosa, se fue de nuestro lado… pero siguen al lado, con estos recuerdos, comentarios y fotografías. Se fue Pichino, pero ni la muerte podrá quitarlo de la cancha de los campeones. En el alma está agradecido de su aura idolatrada quien, de alguna manera, fue uno de los últimos periodistas que lo buscaba. De acá de La Plata, la ciudad donde debutó como profesional.

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