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Tres años sin Lolo Regueiro: la noche en que el Bosque platense se tiñó de sangre

La noche en que Lolo Regueiro quedó de rodillas en la calle, con la camiseta de Gimnasia roja de sangre, un tajo en la nuca y los pulmones intoxicados, en el Bosque platense volaban balas. Del suelo brotaban cartuchos vacíos, en el aire retumbaba el eco de los escopetazos y las tropas de infantería y caballería no discriminaban: la represión policial era ecuánime.

El 6 de octubre de 2022 el Lobo y Boca se disputaban la punta del campeonato, pero lo deportivo pasó a último plano. La feroz embestida de la Bonaerense, además de gatillo, palo y garrote, incluyó granadas de un gas lacrimógeno espeso que no se desvanecía. Se trató de una trampa mortal: mientras dentro del estadio el gentío buscaba en vano escapar del gas, afuera un pelotón iracundo practicaba tiro al pichón con hinchas.

Llantos, gritos y desmayos. Mujeres, niños y bebés. No había escapatoria: los portones estaban cerrados y el gas empezó a filtrarse por entre medio de los tablones. 35 mil personas salieron en tropel, como ganado, buscando cualquier resquicio donde refugiarse de la balacera y poder respirar.
Ya pasaron tres años del calvario. No hay detenidos y la familia Regueiro sigue pidiendo justicia. “A mi marido lo mataron, que paguen los culpables”, dice Claudia Nievas, viuda de Lolo, en su casa del barrio El Churrasco en Tolosa.

El primero en tomar la causa fue el fiscal Martín Almirón, quien encaró con la carátula de estrago doloso, que implica penas de hasta 25 años de cárcel. Sucede que a Almirón lo denunció un agente policial y lo destituyeron, entonces del caso se hizo cargo Juan Menucci, quien cambió la calificación de doloso a culposo. “Nosotros no queremos eso, porque las penas se disminuyen a cinco años”, explica Nievas.

CAUSA EMBARRADA

El juez Agustín Crispo elevó la causa a juicio oral. Figuran como acusados el expresidente de Gimnasia, Gabriel Pellegrino; el jefe departamental, Sebastián Perea; el titular de APreViDe, Eduardo Aparicio; el jefe del operativo, Juan Manuel Gorbarán, y el agente policial Fernando Falcón.

A tres años de la masacre, en el banquillo estarán Pellegrino y los policías Perea y Gorbarán. Aparicio quedó sobreseído tras un planteo realizado por su defensor, el abogado Juan Di Nardo, que logró convencer al tribunal de que no había pruebas para sostener su responsabilidad en el trágico desenlace.

DESCENLACE

La primera autopsia la hizo un perito del Poder Judicial de la morgue de Lomas de Zamora, César Rodríguez Paquete. Arrojó muerte por paro cardíaco no traumático. Obvió un detalle clave: una herida en la nuca del cadáver. Y ni siquiera registró el parche que le habían colocado en el Hospital San Martín de La Plata para tapar el tajo.

Los familiares de Lolo entraron en shock cuando revisaron la bolsa de basura en la que les entregaron la ropa del muerto. En el dorso de la camiseta de Lolo asomaba un enorme manchón de sangre. En un tributo a la desvergüenza, el secretario del fiscal Menucci, un tal Quiroga, apeló al cinismo extremo: “Nos dijo que la mancha podía ser kétchup”, cuenta Nievas.

Entonces hubo exhumación y una segunda autopsia: allí sí, la perito Virginia Créimer determinó lesiones en el cráneo y en el torso. Y también se efectuó el cotejo de ADN y la ciencia determinó que la sangre es, efectivamente, de Lolo. “Son pruebas de que a mi marido lo mataron y no murió de un paro cardíaco”, sostiene Nievas.

Desde el vamos, la jugada de la esfera política fue tirarle la pelota al club. Berni y Aparicio hablaron de sobreventa pese a que las actas oficiales de expendio de entradas echaron por tierra esa versión. Lo que resta dilucidar es la cantidad de tickets de protocolo que se repartieron esa noche.

LA SOLEDAD DESESPERA

Gustavo Regueiro (Lolito) tiene 33 años y es hijo de Lolo. Dos semanas después de la masacre, le cantó las cuarenta a Sergio Berni en Puente 12. En un breve encuentro que el por entonces ministro de Seguridad cronometró sin pudor, Lolito confrontó al funcionario por sus declaraciones a los medios, en las que había resaltado supuestos problemas cardíacos de su padre y un corazón más grande de lo normal. “¿Vos qué sabes de mi viejo? Si ni lo conocías”, le espetó. Después, sin éxito, le pidió las grabaciones de las cámaras. “Me dio mil vueltas y me tomó el pelo. Solamente se dedicó a hablar de la reventa de entradas”, asegura Regueiro hijo.

En el último año por la casa de los Regueiro desfilaron allegados al poder con chequeras en blanco. “Ponga la cifra que quiera”, le dijeron a la viuda. Pero el mecanismo de acallar voces con dinero no es un idioma que hablen los Regueiro. “A mí me enseñaron otros valores. Nosotros no pedimos más que justicia”, expresa Lolito.

“Hoy estamos solos, como cuando enterramos a mi marido”, dice Nievas. Ni las entidades de Derechos Humanos se enfocaron en el caso. “Llamé a Estela de Carlotto y me dijo que no me podía ayudar porque nada más buscaban nietos perdidos”, se indigna la mujer.

Uno que apareció para los flashes fue Julio Alak, por entonces mandamás bonaerense de Justicia. Se puso a disposición de inmediato, pero todo quedó en palabras vacías y su entorno ahora les clava el visto a los Regueiro. Lo que sí, pagó el sepelio.

Regueiro hijo estuvo también cara a cara con Pellegrino. Ese día, recuerda, Pellegrino temblaba. Se puso un cigarro electrónico en la boca y empezó a fumar a pitadas cortas pero sin tregua. “No me dijo nada, ¿qué me va a decir?”, rememora Lolito. Días más tarde, le entregó las grabaciones de las cámaras de seguridad. “Estaban todas editadas. Me faltó a la palabra y se borró, nunca más hablé con él”, cuenta el hijo de Lolo.

Un día en la cancha, Lolito se cruzó con Perea. Venía de pintar la tumba de su papá y le mostró las manos pintadas al comisario, que no supo qué decir y bajó la cabeza. Algo similar pasó cuando el hijo de Lolo se topó con Aparicio. “Siguen en funciones como si nada hubiera pasado”, se lamenta Regueiro.

El que sí agilizó el asunto fue Axel Kicillof. “Con él estamos agradecidos porque destrabó muchas situaciones para que la causa avanzara”, reconoce Nievas. Se refiere al cotejo de ADN de la sangre y a la ejecución de la segunda autopsia, que venían para largo rato pero que se aceleraron tras la intervención del Gobernador.

Sólo hubo un detenido: Gorbarán, a quien luego liberaron con el cambio de carátula. Nadie está hoy tras las rejas. “Le pedimos a Dios que la llama de Lolo se vuelva a encender”, imploran en barrio El Churrasco.

Oriana Regueiro, con 22 años, acompañó a su papá a la cancha la noche del terror. Fueron con Santino y Joaquín, dos de los 17 nietos de Lolo, ambos de 7 años de edad. Santino estuvo con su abuelo hasta último momento. Cuando Lolo se desplomó sobre la calle Centenario, a metros de una de las salidas del estadio, Santino se asustó y corrió a la deriva entre humo tóxico, caos y detonaciones.

“Mis nietos lloran todas las noches y dicen que se quieren morir”, cuenta Claudia Nievas. Tiene lágrimas en la voz.

Pero hay algo en lo que Berni dice la verdad: Lolo Regueiro tenía el corazón grande. Ayudaba a todos y todos lo querían. “Siempre fue laburante. Él no le pedía nada a nadie y era muy generoso”, rememora su hija Oriana. Y agrega: “Él veía un cartón y se lo traía: ‘esto es plata tirada’, decía. A mi papá lo querían en todos lados. Hasta la gente de Estudiantes cantó por él”.

César Gustavo Regueiro siempre respiró fútbol. Ya de muy chico empezó a darle a la pelota. Jugó de enganche en las inferiores de Gimnasia y le señaló la pasión por la azul y blanca a su familia. Y el destino hizo su parte: durante esa buena campaña de 2022, Lolo no estaba yendo a la cancha. Una mera cuestión cabulera: no quería romper con la buena racha de Gimnasia, que ganaba y ganaba. Hasta que un día Gimnasia perdió con Tigre en el Bosque. Entonces Lolo llamó a su hijo y le dijo: “Ya está, perdimos, así que el próximo partido de local vuelvo a la cancha”. El próximo partido de local fue con Boca. Lolo rumbeó alegre hacia el Juan Carmelo Zerillo y nunca más volvió.

El 6 de octubre, a tres años del terror, en Gimnasia se vuelve a encender la llama de Lolo. La familia Regueiro no planta banderas blancas y aúlla una sola consigna: que se haga justicia.

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