La vida sigue… Así, con esta frase, como quien toma impulso vital… La vida sigue, y sin el gran personaje que fue Miguel Angel Russo. Cada uno de los feligreses del fútbol, que lo vio jugar en un ritmo y destreza por la recuperación del balón, tal vez tuvo la fortuna de mirar alguno de los 418 partidos. Había nacido en 1956, en Lanús. Fornido en su atuendo con el número 5 y a veces la 6, por la numeración correlativa que aplicaba Estudiantes en el reparto de camisetas de aquel vestuario montado debajo de las tribunas de la calle 55.
Fue ahí donde volvieron a vestirse los jugadores cuando Russo y Manera, ó Manera y Russo (que detestaban que les llamaran dupla). «Yo sentí que había que volver a las fuentes, que esa era la única manera de salvar el honor», le contó a los periodistas de Clarín Daniel Czwan y Guillermo Tagliaferri, cuando Estudiantes había logrado ascender y todavía faltaba para terminar ese torneo del Nacional B. La misma tarde de 1994 que el Pincha había descendido en la cancha de Lanús, Russo lo tentó a Manera.
La vida sigue… No está Eduardo desde el 15 de agosto de 2000, cuando el cáncer lo arrancó una noche a los 54 años. Veinticinco años después, desde el jueves 8 de octubre, no estamos más con el cálido y esforzado Miguel, que partió a los 69 años de edad por un cáncer de vejiga que lo mantenía en internación domiciliaria al momento del deceso.

Puedo tirarme a las revistas y diarios como a una pileta donde se buceo en el tiempo… Puedo leer a Manera después del Torneo Nacional que le ganó en e mano a mano a Independiente: “Lo mejor que tiene este equipo es que sabe hacerlo todo, jugar al ataque, marcar en zona, al hombre… todo…” Y en ese mediocampo tuvo a Miguel Angel.
Aquel señor jugador Russo, en 1984, en otro reportaje con Clarín, bebiendo su taza de café con leche y la tostada con mermelada, mientras ya estaba en la Selección, le preguntaron qué es trabajo. «Los jugadores de fútbol no andan con el pico y la pala. Esta palabra confundió a la gente. El trabajo es entrenar, comer lo que indica el médico, acostarse a la hora que corresponde, que es lo que tiene que hacer un hombre que vive de esta profesión». Tenía 28 años, la edad actual del «Ruso» Ascacibar.

Era el relevo, era la marca, era la estrategia… Era el hombre maduro al que seguían los pibes de las camadas juveniles que subían. Era la boca grande y la voz para cantar breve. «El fútbol de Estudiantes no es para vegetar, es para ganar campeonatos».
Puedo encontrar la imagen de Miguel Angel en el equipo que viste marca Topper, y la manga larga en color blanco, posando una noche en que se coronó bicampeón argentino, cuando los hinchas hicieron ida y vuelta en el tren Roca, con una barra que invadió el campo de juego de los Rojos. Y les tiraban piedras. Aún perdiendo esa noche, Russo y el resto de la orquesta (Sabella, Trobbiani, Ponce) salieron en ganador y con un juego superior al campeonato anterior.

Puedo interpretar su idioscincracia y la de Estudiantes, leyendo que el Russo técnico es elogiado en el alma de Bilardo en una revista El Gráfico (las 100 preguntas) y ante la de cuál es su mejor alumno, el «Narigón» a mediados de los noventa contesta: “No tengo alumnos, pero casi todos los técnicos de hoy se acercan a lo que yo pregoné siempre: Bianchi, Passarella, Russo”.

Puedo regodearme cuando entré a trabajar a un diario y había un fotógrafo que me parecía imposible, único, por su orgullo “russista”. Era como si hablara de fútbol con el mismo Russo. Carlos Cermele era parte de una cábala que sabían solo los que entran al campo de juego, incluido el resto de los reporteros gráficos. En la salida del equipo Pincha que buscaba ascender, Miguel buscaba a ese hombre grandote de la cámara para darle una pequeña palmada en su abdomen generoso. Finalizaba ese acto con una sonrisa, como si los dos supieran que así «no podía fallar» el resultado. Fecha tras fecha, volvía Carlitos a la redacción de Hoy y lo puedo ver contento, como si llorara cuando se reía… Y hablábamos del contagio de la mística.

Uno, como reportero, podía ingresar al vestuario y entre los vapores distinguir a esos hijos pródigos de los abastonada roja y blanca… Russo, Manera, los ayudantes tácticos Trobbiani, Gottardi… Y en una cabina, siempre de local, era fija la presencia de Bilardo.
A Miguel solo lo entrevisté una o dos veces, junto a Federico Bulos, el actual relator de la Liga Profesional y de Continental. Fui su comentarista en la FM Del Sur de Berisso cuando cada uno se hacía camino. “El cuadro de Michelángelo”, parafraseaba el Negro Bulos, y juntos nos volvíamos a nuestras casas por la 60, rumbo a la comarca de los inmigrantes.
Pero Miguel Angel y Estudiantes empezó cuando nosotros nacíamos. A los 16 años, lo rescataron después de quedar afuera de los planes de San Lorenzo. Me contaron que llegó recomendado por un tal Román, formador de los azulgranas. Y se integró a la 56 donde ya estaba Brown, Bertero, Solari Gil y Guillermo «La Bruja” Ocampo.

Russo fue como un Pachamé, transmitiendo fe adentro y afuera de la cancha. El diario Gaceta salió con sus periodistas a encuestar por las diagonales para armar El mejor Estudiantes de todos los tiempos. Entre los 5 más votados… Calandra, Ongaro, Albrecht, Pachamé y Russo.
¿Quién ganó? “El Pacha”, pero Miguel fue considerado un fiel exponente de «la escuela de Zubeldía«.
Para los más jovenes que siguen esta crónica en tributo a la leyenda, demás está decir que aún no jugaba Braña ni Ascacibar. Que bien están en el cuadro de los ídolos populares.


Su primera felicidad de un resultado muy importante fue en Avellaneda, en Racing, donde el partido ante Huracán definía un cruce de PreLibertadores. Era enero de 1976, y los segundos del Metro y el Nacional dirimían la segunda plaza a la Copa. Con Carlos Salvador Bilardo como DT, aquel León de mediados de los setenta ganó 3 a 2 y volvería a presentarse después de 8 años en el nivel internacional. Se jugó en Racing y Miguel vio la tarjeta roja cuando habían llegado a la igualdad, en una noche que hizo pensar en el ’67, la remontada contra Platense. En esta jornada, el Pincha perdía 0-1 en el primer tiempo; luego 1-2, hasta que a los 35 igualó y a los 44 logró el éxito.

¿Puede haber tantos ídolos con una sola camiseta? No es hora de buscar estadísticas comparativas, pero con Russo basta uno de los mejores ejemplos.
La vida sigue… y estas imagenes me llevan a su encuentro…
En noviembre del ’77 el torneo arrancó en La Boca con un triunfazo de Estudiantes. El equipo de Héctor Edelmiro Antonio vencía al del «Toto» Lorenzo, que era campeón de América. Y pensar que Miguel será el último entrenador que le dio la Copa Libertadores a Boca, treinta años después.
En febrero del ’83 Miguel dio la vuelta olímpica semi desnudo en el Estadio Córdoba. Digna de una tapa de libro. Pero faltaría más. Aquel 2-0 que fue tapa de El Gráfico con Hugo Gottardi en andas, donde Miguel levantó al goleador con ayuda de «El Tata».
«Ese proceso de Estudiantes es como una hazaña, y no lo digo por los dos títulos, sino porque el club vendió a Gottardi y a Brown, que como es como regalar por cuarenta goles por año, y dando esa ventaja salimos adelante y vamos primeros en el campeonato», apuntó ya andando el ’84.

La caída del club al Nacional. Su apuesta y la gente que presintió un inminente retorno apenas llegó Miguel. Parecían los 90 un poco los 70 por las carencias, en Estudiantes no abundaba la ropa de entrenamiento para los pibes, y a veces en el plantel superior también sobrevolaba la necesidad.
Tenían que hacer honor a la historia. Lo hicieron. Y el corazón golpeteaba cada sílaba de un cantito… “Vení, vení, cantá conmigo… que un amigo vas a encontras… que de la mano, de Miguel Russo… todos la vuelta vamos a dar”.

Ya había tenido una serie exitosa en Lanús con el que ascendió, descendió y volvió a subir. Parecía experto en el Nacional B, pero en 1996 llevó a la Universidad Católica de Chile a las semifinales de la Copa Libertadores, en la que perdió con River —luego campeón—. Pasó por Rosario Central, Colón, Vélez, Racing, San Lorenzo, Millonarios de Colombia, Universitario de Lima, Monarcas de México, Boca Juniors, al que condujo a la gloria de América e Intercontinental, en Japón y ante el Milan.

Y me vuelvo a regodear en un recuerdo con el fotógrafo, al que siguió buscando para tocarle la panza, en su regreso a Estudiantes, mientras una parte de mi memoria del presente me avisa: pronto llegará Boca al Estadio UNO, donde Miguel tiene su palco. Así es desde la inauguración en 2019, cuando él pensó en el nombre de amigo de la vida, Eduardo Luján Manera. El palco número 461, y esos tres números en suma dan 11… Esos 11 que han sido su desvelo, para formar y salir a ganar, la única que servía para el Miguel DT.

Ocampo, aquel wing de la misma clase 56 (fue titular en primera un puñado de veces y ascendió con Sarmiento) lleva guardada una sonrisa de Miguel en el alma, de las últimas, las más perdurables.
Fue la tarde que visitó la sede de calle 53, junto a otro amigo querido por Miguel, el ex director de deportes del municipio platense, Mario Castro.
Como dos chicos, agarraron el celular para mensajearlo.
-Miguel, nos llamaron del Museo de Estudiantes. En una vitrina está la camiseta de la Selección (le envió el mensajito Castro)
-Sí, Miguel, es una Lecoq de la eliminatoria del Mundial ’86, mirá que vamos a romper el vidrio y salimos rajando, eh (bromeó Ocampo).

Desde que vi la noticia, sentí un toque. Una reflexión que llama a considerar la fugacidad de la existencia. Y afirmar una máxima espiritual, que divide por un lado el cuerpo (finito) del alma (infinita).
La vida sigue… Es el misterio. Llamé a Carlos Cermele después de mucho tiempo… “Era un buen tipo”, me dijo en su adiós al jugador y técnico que más disfrutó en Estudiantes. Llamé a colegas con los que uno pasó esa época del Russo técnico.
La vida sigue… Ese impulso vital, la sabiduría para encarar la vida. Hay un plan de Dios, que en su consejo celestial nos diría desde el más allá… “no paren, vamos, vamos», como ha sido mil y una tarde o noche de fútbol Miguel, adentro y afuera.
La vida sigue sin Russo. Mientras alumbre el sol y pique una pelota… seguirá viviendo en los corazones.



