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domingo, junio 30, 2024

Alberto Laiseca regresa a su pueblo con la donación de su biblioteca

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“Estamos felices de compartir con la comunidad una hermosa noticia: nuestra Biblio tendrá el honor de ser la heredera de la biblioteca personal de Alberto Laiseca. Debemos agradecer a su hija Julieta Eva Laiseca quien nos eligió para resguardarla, sabiendo el valor que le daremos. La Municipalidad de Camilo Aldao y Cultura Camilo Aldao brindarán su apoyo para que este acontecimiento brille como se merece”. Con este anuncio, la biblioteca de este pueblo de cinco mil habitantes, ubicado al sureste de Córdoba y cerca de Rosario, celebraba la incorporación a su acervo de la colección personal de libros de su ciudadano ilustre.

Alberto Laiseca fue el autor de Los sorias, “la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos (de Roberto Arlt)”, según sostuvo Ricardo Piglia. Además, escribió otras decenas de libros, entre novelas, cuentos, ensayo y poesía, y se caracterizó por haber sido cultor de un estilo definido por él mismo como “realismo delirante”. Para el gran público se volvió muy conocido cuando presentó Cuentos de terror en el canal de televisión por cable I-Sat y películas en el ciclo Cine de terror en el canal Retro.

Camilo Aldao, su cuna

Nació el 11 de febrero de 1941 en Rosario aunque solo por cuestiones médicas: muy pronto regresó a Camilo Aldao, pueblo al que siempre consideró como su cuna. Cuando tenía tres años murió su madre y él quedó solo con su padre, con el que no tenía la mejor relación, según contó en distintas oportunidades.

Aunque siempre recordaba que en un momento de su infancia fue él quien le acercó el libro El fantasma de la ópera, y todo empezó a cambiar. Decía que aquel impulso por la lectura, que después continuó con otros libros, le había salvado la vida.

“Creo que sus libros también eran su propia historia”, dice Julieta Laiseca. “Para un escritor los libros son una parte muy importante de su vida. En el caso de Lai estaban los que eran de su interés, los que lo formaron y los que hablaban de la relación que tenía con la gente. Porque los alumnos le mandaban los libros que publicaban, también”.

Laiseca murió el 22 de diciembre de 2016. Durante la etapa de duelo, sin ganas de tomar decisiones, su hija conservó en un depósito los libros que el escritor recopiló a lo largo de su vida. Entre ellos, además de sus lecturas habituales, estaban los ejemplares que había leído para escribir notas periodísticas, así como títulos infantiles o de historietas con los que había tomado contacto en su infancia y volvió a comprar de adulto, quizás como una forma de recuperar aquellos momentos de felicidad.

Ella cuenta que le resultó muy difícil decidir qué hacer con los más de tres mil libros que conformaban la biblioteca de su padre. Pensó en un primer momento en repartirlos entre las personas que lo querían, pero lo descartó al concluir que hubiese sido una tarea complicada. También consideró la donación a la Biblioteca Nacional, pero prefirió buscar una opción que le resultara más personal.

Lai vuelve a casa

Una vez convencida de sacar los libros del depósito, y descartada la idea de tenerlos bajo su custodia “porque ya tengo mi propia biblioteca, que fui armando según mis lecturas e intereses”, según explica, a Julieta se le cruzó la idea de que “Lai” volviera “a casa”. “‘Volver a Camilo’, como dice Carina, de la biblioteca de allá, que es con quien yo estaba en contacto. Le pregunté a ella qué le parecía el proyecto y estuvo encantada”.

Carina Nardi coordina desde hace once años las actividades y proyectos de la biblioteca de Camilo Aldao, junto a un equipo de trabajo que la acompaña en los emprendimientos que encara. “Con Julieta creamos un vínculo muy hermoso a partir de un homenaje que le hicimos a su padre en 2018 –cuenta- desde ese momento quedamos en contacto y comunicadas”.

Y agrega que cuando ella la llamó para transmitirle su intención de donar los libros de Laiseca a la biblioteca del pueblo su reacción fue “no dejarla terminar de hablar para decirle sí, un sí rotundo, y con total confianza, sabiendo que nadie se iba a oponer”.

“Todo fue tan armonioso, fluyó tan bien, que cada paso que yo daba y decía ‘bueno, por ahí no se va a poder’, después se acomodaba y la realidad me demostraba que sí se podía”, cuenta Julieta.

“La biblioteca de Lai tiene dos características”, describe. “La primera es que la gran mayoría de los libros está forrada en papel blanco –aunque, en realidad, con el transcurso de los años se volvió marfil, ocre, amarillo, y toda la gama de amarronados provocados por los cigarrillos que él fumaba– y para identificarlos está el catálogo, una lista de cada uno de los libros con su respectivo número de orden, sistema que usaba para encontrarlos en la biblioteca. Obviamente doné también el catálogo, porque los libros están indexados”.

La otra característica, agrega Julieta, es que “cuando Lai leía un libro le hacía anotaciones, lo escribía por todas partes. La gran mayoría de los libros están subrayados y tienen comentarios escritos con su pilot negra”. Estas anotaciones de su puño y letra estarán disponibles para quienes se acerquen a Camilo Aldao a visitar la colección.

La mesa vaticana

En el prólogo al libro Hybris (Random House, 2023) Selva Almada, que fue su discípula en el taller de escritura, menciona la “mesa vaticana”, un escritorio “antiguo, de madera noble”, en el que Laiseca trabajó durante sus últimos quince años.

La mesa también está en la biblioteca del pueblo cordobés, como parte de un sector destinado a recrear el espacio habitual de trabajo del escritor, así como tres cuadros que pertenecieron a él: uno de un retrato suyo pintado por un alumno, otro con barcas egipcias sobre pergaminos y un tercero con la representación de un paisaje que, evidentemente, quería tener cerca: la plaza de Camilo Aldao.

“Él amaba la plaza de Aldao”, dice Julieta. “En ese cuadro están hasta las palmeras de la plaza. Cuando fue la donación de los libros fuimos para allá con mi familia y estuvimos ahí, entre sus árboles hermosos, enormes y antiguos. Charlando con la gente, además, justo cuando nos íbamos, una persona me comentó que a veces Lai se escapaba al pueblo de incógnito, que ella alguna vez lo vio llegar con el ómnibus y dar vueltas a la plaza caminando, sin avisar a nadie que estaba ahí”. Él entendía que en el pueblo lo reconocieran como “el hijo del doctor Laiseca” (su padre) pero se sorprendía cuando, además, estaban al tanto de su actividad literaria.

Albertito

“Decir Laiseca en Camilo, al menos para las generaciones pasadas, remitía al médico del pueblo”, cuenta Nardi. “Era una figura muy fuerte, muy reconocida y respetada. Alberto, o Albertito, como le decían sus amigos, siempre fue el hijo del médico”. La bibliotecaria cuenta además que algunas personas tenían sobre él una mirada “bastante prejuiciosa”, que considera como “muy propia de los pueblos chicos”.

Para algunas personas Alberto era medio loco, o el raro; la necesidad de adjetivar y descalificar existió siempre”, dice. “Más aún cuando se rompen ciertos patrones sociales”. Aunque también agrega que el escritor tuvo sus reconocimientos en el pueblo: uno fue durante un aniversario de la localidad, cuando brindó una charla en el cine y fue destacado como ciudadano ilustre, motivo por el que llegó a circular que la película que con ese nombre dirigieron Mariano Cohn y Gastón Duprat en 2016 podría haber estado inspirada en él.

“En otra oportunidad fue invitado a la escuela fiscal, donde él cursó su primaria”, sigue Nardi. “En ese momento lo acompañaron algunos de sus discípulos; durante ese viaje tomaron registros de imágenes para un documental, ahí fue reconocido, homenajeado, fue una jornada hermosa. Le regalaron la medalla de cuero de sapo y él narró historias rodeado de todos los alumnos, que lo escuchaban atentos”.

Nuevos lectores

“Eso sí, la obra de él no se leía”, dice la bibliotecaria. A pesar del cariño de la gente del pueblo por Laiseca, decían que les resultaba difícil la lectura de sus libros. “Cuando empecé a trabajar en la biblioteca popular no estaban sus libros, figuraba un solo título que estaba prestado y perdido, no se encontraba”.

Pero esta realidad se fue modificando. A partir del contacto con el entorno cercano del escritor, la biblioteca de Camilo Aldao comenzó a nutrirse de su obra, que hoy está casi completa entre sus estantes y, de a poco los habitantes del pueblo comenzaron a abordarla.

“En el pueblo lo leyeron muchísimo”, afirma Julieta. “Cuando fuimos para allá llevamos Hybris y algunos otros libros que faltaban. Días después Karina me mandó un video en el que decía: ‘Acá, con los amigos de Lai, leyendo a Camilo’. Estaban matándose de risa con la lectura, se habían juntado especialmente para leer”.

El Día del Libro se inauguró la sala Alberto Laiseca dentro de la biblioteca, en el mismo edificio en el que funciona el museo histórico municipal. Nardi imagina que este nuevo espacio, con los libros y algunos objetos personales del escritor, se convertirá en un gran faro cultural para la localidad y alrededores.

“La posibilidad de recrear su espacio de trabajo fue una de las propuestas de Julieta en aquel llamado inicial”, cuenta la bibliotecaria. “Se reacondicionó el escritorio, porque es un mueble bastante antiguo, pero sin borrar las huellas que quedaron impresas durante todos estos años. Al observarlo es inevitable imaginar esos momentos en los que sucedía la magia”.

Y cierra: “Esperamos que las nuevas generaciones puedan conocer al escritor, ese será nuestro desafío y a la vez nuestra responsabilidad como mediadores entre su obra y los lectores, o futuros lectores”.

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