“Cacho” Delmar, simplemente, un ser alegre, curioso y extrovertido, uno de los que vio crecer a la capital bonaerense. Sus historias hasta los 93 años, con una salida ocurrente, con una mirada directa de sus ojos claros como el mar. Nos acompañó en la sociedad y el deporte, más allá de La Plata, en los cinco continentes y dando un par de vueltas al mundo.
Pibe de cuna en Ensenada, hijo de Pascuala Adela Mattelicani y de Julio Nissen Jacobo Delmar, sus pilares en la educación. De aquel papá tomó un legado. Un inmigrante español, culto, serio en el mundo del trabajo.

Fue el caballero que fumaba habanos e iba al teatro Colón. El que en 1933, ni bien se mudaron a una casa de La Plata cercana a la sede del Club Gimnasia y Esgrima La Plata, vieron un aviso sobre la nueva Colonia de verano. Allá fue Cachito, empezando a respirar el aire del bosque, a tomar contacto con la cultura física, y un deporte que lo cautivó: el basquet. Esta relación no era conocida (porque se impuso el fútbol por sus hazañas como directivo del club y de la AFA), y se descubrió en el libro biográfico.

Cacho jugó varios años, primero, en aquel rectángulo de juego a cielo abierto que existió en la calle 4, cercano al Poli. Y disfrutó del deporte que inventaron los norteamericanos. Su posición de wing, ahora llamada alero. Las zapatillas “anaranjadas” porque jugaban en superficie de polvo de ladrillo. Gimnasia tuvo la primera cancha con esas características y marcó un camino a partir de 1925 con sus competencia en la Federación de Capital Federal, donde se enfrentaban a San Lorenzo, River, Racing, Boca, Platense, Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque, Sportivo Palermo, CUBA y Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires.

Cacho aprendió de un técnico Aníbal Tassara que había sido un atleta de Selección Argentina (en 1930 el Indio Tassara fue al primer Torneo Sudamericano de la historia, organizado en Uruguay). Sus palabras infundían principios morales y seriedad, algo que atesoró Delmar desde pequeño. “Conquistar una copa o una medalla no debe ser nunca el final del camino. El verdadero deportista debe eliminar sus impulsos mezquinos, ésa es la mejor conquista, la superación de sí mismo. El camino es difícil; si fuera fácil, no tendría mérito”.
La frase está en la nota de la revista El Gráfico el 20 de octubre de 1944, donde aparece Héctor Delmar en la formación de los cadetes, con la camiseta 66. Posan Osvaldo Orsero, Roque Gatti, Mario Pereyra, Ricardo Tellechea, Baldomero López Cazorla, Gregorio Schulman, Héctor Delmar, Carlos Gómez, Efrain Ruíz y Roberto Mariani.
Una curiosidad: el “Gallego” Gómez es el padre de un ex DT de la Primera de Gimnasia, Adrián Gómez, en los años noventa con Héctor Delmar en su tercer y cuarto mandato presidencial.
Con su hermano mayor “Tito” (médico, que estudió en el Colegio Nacional y en la facultad de Ciencias Médicas junto a René Favaloro).

La siguiente foto es de 1947, en Círculo Cultural Tolosano, con la 36 cocida en el pecho. “Cacho” está entre los diez jugadores que ganaron casi todo lo que jugaron esa temporada. Y en el torneo Oficial de la naciente APB el quinteto de Tolosa fue derrotado una sola vez y ante Universitario, subcampeón de la categoría.
Cerraron un año que comenzó con la obtención de la Copa Buscaglia, más tarde el segundo puesto en la Copa El Día, finalista de la “Rolando Martín” y campeón de la Copa Aniversario de la Asociación Sarmiento.

Como delegado actuó el señor Rivas. Entre sus integrantes Víctor Paladino, Carlos “Cachi” Giácomi, Osvaldo Orsero, Carlos Marchetti, Rodolfo Novello, Carlos Marchetti, Horacio López, Juan Motroni, Federico Paz, Héctor Valente, y atentos a los siguientes nombres, Ruben Bazzana (histórico presidente de la casa del basquet local), Angel Ismael Cerisola (padre del actual secretario de Deportes de la comuna) y Oscar Pérez Cattaneo (capitán y según los que saben, “el mejor jugador de la historia de La Plata”, fue a los Juegos Olímpicos de Londres 1948).
Muchos compañeros en Tolosa eran los que se iniciaron en Gimnasia, siempre con el mismo tono de musculosa azul y blanca. Dejaron la institución mens sana apenas se desafiliaron del torneo porteño, y en el Círculo formaron el legendario grupo de “Los Gordos”, tal cual los bautizaran por el físico exuberante de sus cracks, especialmente Paladino y Giácomi (éste engordó a raíz de una enfermedad).
“Fue el plantel de Tolosano tan espectacular que ganó una Copa en el Club Independiente de Avellaneda, donde se habían anotado los mejores equipos de la Ciudad de Buenos Aires”, apunta Raúl Juambelz, historiador del basquet platense. Una apostilla: tras esos años en que Tolosano ganó todo (de 1947 a 1950), luego no pudo volver a obtener el título de la categoría superior, hasta hoy.

En 528 Bis entre 115 y 116 “Cacho” se retiró campeón. Lo necesitó su papá cuando estaba por inaugurarse la Casa de ropa de la avenida 7 número 777. Ahí donde se vistió la ciudad, compitiendo con El Siglo o Gath & Chaves. Fue un extraordinario sastre volcando su buen gusto en cada detalle. Traía las telas y ropa diseñada en las principales ciudades europeas, y contrataban las mannequins que ya eran conocidas en la televisión y en las revistas, y la gente las tenía a un paso, en el centro platense en las jornadas de desfile.
Pero no dejó de tirar al aro y compartir con amistades. Sus hijos ya eran adolescentes cuando veían a su amado padre jugando torneos en Ensenada, en el Club Náutico.

Con el paso del tiempo y el devenir de la vida, ya dirigente, posó en presidencia con Clarence Metcalfe, quien fue el mejor base extranjero que haya jugado en Argentina. Contento, saluda al crack norteamericano. Recién comenzaba 1984. Cacho había sido el hombre de la unidad y su querido «Lobo» se encaminaba a una recuperación.
La vida de “Cacho” quedó plasmada en un libro. El mismo se puede adquirir en el Lobo Shop de la sede de calle 4, ahí donde estaba la vieja cancha donde fue un pibe que jugó en forma amateur.
