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domingo, julio 7, 2024

Desopilantes historias de los hinchas y jugadores del Lobo a 30 años de la Copa Centenario

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“Te juro por Dios, la Copa Centenario la tenía yo, en mi casa de Tolosa, dos días antes del partido”, se envalentona el doctor Elvio Sagarra, quien se desempeñaba como secretario general en la Comisión Directiva y llevó adelante las 300 acreditaciones para la final con River. En enero de 1994 también recuerda que tuvo la visita de una hermana que llevaba catorce años radicada en Estados Unidos, «vino con los tres hijos de ella, pero ni a ellos, ni a los dos pibes mios, ni les dejé sacarse una foto con la Copa, pese a que me pedían por favor. ¡No! ¡Ni de casualidad! ¿Ustedes quieren que esa copa sea de Gimnasia? ¡No nos podemos sacar una foto!”.
Esa Copa Centenario, por la que peleó tanto en la AFA el presidente mens sana Héctor Atilio Delmar, convenciendo al Comité Ejecutivo y al propio presidente Julio Grondona.

“Cacho me la había confiado que la tuviera yo, desde el viernes. En el fútbol es como una cábala, pero para mí era el respeto como dirigente y el no sentir como propio algo que no todavía no es tuyo, por más confianza que tengas que vas a ganarla”.
Tan respetuosa la confesión de Sagarra como fue la caravana el sábado 29 de enero, de la locura de cien hinchas, “para exorcizarnos”, describió en ese momento el ex periodista de radio Provincia, Néstor Basile, quien preparaba la edición 59 de su revista, Tribuna Gimnasista.
Un camión Bedford 350, doble acoplado playo, salió al mediodía desde la calle 16 entre 56 y diagonal 74.

Arriba, una comparsa con “El Cuervo” (que dirigía los bombos en el tablón), “El Turco” Gorguis (presidente de la Filial El Mondongo, portando una sombrilla), “La Bruja” Pérez, Héctor Cangaro y «Marito» Díaz (un trío con máscaras de lobo) y “El Gancho” Lemos (con el vestido de novia, personaje de la vieja hinchada).
Esa comparsa arrancó el sábado al mediodía y el camión lo manejaba “Tartaruga”. Mirá quién es éste, Gardella, el que vendía la publicidad en la cancha (DAGA, Dangelo-Gardella). Yo me subo con mi hijo al capot del camión, con mi hijo Juan Manuel”.
“Te estoy prestando estas fotos, que es como darte mi vida, eh” me dice en buen tono Marito, que forma parte de una Fundación que ayuda a gente en situación de calle.

“Yo cumplo años el 30 de enero, salir campeón era lo que le pedía a Gimnasia desde chiquito y se me dio a los 13”, dice Gastón Arrotti, haciendo hoy un alto entre su trabajo de vidriero y de dirigente de la Asociación Internacional de Tejo.
Muchos triperos vacacionando, en el país y en el exterior, con Brasil como destino preferido.
Hoy la pueden contar, adultos, los que sin la independencia de la edad se quedaron atados a los planes de sus mayores. Mauro Coronato tenía 9 y estaba en Gesell “con un tío bostero que me decía: ¿Llegaremos a ver al Lobo? Nos volvimos ese día pero tarde, lo pude escuchar en el auto”, recuerda quien fue directivo en la era de Maradona DT.
“Yo estaba en Mar del Plata y volvía el 30 de enero, porque el 1 de febrero entrenábamos con los juveniles. Salimos a las 11 para La Plata cuando la ruta 2 era una sola mano y tardabas 5 horas” dice Damián Basilico, DT, ayudante de campo de la clase 78 que ese año arrasó en 7ª División con pichones de cracks como Cufré, Chirola Romero, Messera, Gatti y Barclay. Su padre, Carlos Basilico, era referente dirigencial en el fútbol amateur dentro del Club y por veinte años dirigió la mesa de Juveniles de la AFA. El joven Basilico vio volar el globo arostático, ubicado cómodamente en una butaca de la techada.

El partido se jugó en plenas vacaciones, dando lugar a las críticas hacia la AFA, que había decidido completar el certamen iniciado en el receso de invierno de 1993. Entonces, la final de la ronda de Perdedores se jugó el 21 de enero, en la provincia de Mendoza, donde River clasificó tras ganarle a Belgrano. Recién ahí los gimnasistas supieron que se trataba de ese gran adversario.
El socio Marcos Compagnucci hoy tiene un Museo en su casa y recuerda “contar nerviosos los días de enero, y disfrutar el fútbol el doble de hoy. Llegué a ver el partido en Mendoza, con el gol de oro de Toresani que los clasificó finalistas”, recuerda, junto a los cientos de abrazos con su viejo. Ese día cumplía años mi abuela, que hoy tendría 98”.


“Había 30 mil personas, en un estadio bastante noble con sus tablones viejos, pero sobrepasados”, evoca Esteban Chumbita que no quiso perdérselo con su hijo que era jugador del fútbol infantil. “Ahora uno está cómodo en su palco, pero antes si querías orinar, bajabas pero después no podías subir. Fue una de las pocas fiestas que nos tocó vivir. No digo que River no le dio importancia, pero venía de otros campeonatos (torneo 89/90 y Apertura 91). La presencia de Grondona le dio un estatus especial”, dijo este ex miembro de un Comité de Crisis que tomó las riendas durante seis meses en 2004.

El reglamento de la Copa Centenario establecía que el equipo que llegaba a la final desde la zona de ganadores (Gimnasia) contaría con una ventaja deportiva: definiría el pleito en condición de local y podría alzarse con el título con ganar o empatar ese partido. En cambio, el proveniente de la zona de perdedores (River) tendría que ganar dos finales. Pero Delmar propuso a Grondona resolver el pleito en un solo cotejo. Así, se estableció que si ganaba River en los 90 minutos se debía jugar un alargue de 30 minutos complementarios, y si al término del mismo Gimnasia lo igualaba, la Copa se definiría por penales.

Se lo perdía el doctor René Favaloro ya que debía viajar a un simposio científico en Estados Unidos. Delmar, que tenía una amistad desde la juventud, le pidió que antes de viajar pasara por su negocio histórico de Avenida 7 número 777 y allí concertó una nota con el diario El Día, del que fue protagonista Aníbal Guidi, el recordado «Colo». Quien suscribe, en oportunidad de escribir el libro homenaje de Delmar (elaborado en la pandemia) rescató la anécdota de Guidi. “Delmar me llamó por teléfono para que fuera hasta su oficina particular. Cuando llegué estaba junto con Favaloro, que dejó un mensaje a todos los hinchas exhortándolos a disfrutar con tranquilidad del espectáculo y pidiéndoles que no ingresaran al campo de juego ante la posible consagración para que todos pudieran ver la ansiada vuelta olímpica”.

Pero los hinchas estaban en el terreno desde antes de empezar. El “Flaco Olivia” sostenía un globo aerostático que decía Ahora Gimnasia. Así  lo apodaban a Oscar Bon los amigos de la cancha, por la novia de Popeye que era flaca y alta como él. Posó en la foto del equipo, ubicándose justo detrás de Bianco y Dopazo. Ese hincha de 34 años había dejado en el Sector Niños a dos de sus hijos, el mayor, Federico Bon Duran, hoy reconocido periodista de La Redonda. El Flaco, que vivía en Ensenada, partió inesperadamente al verano siguiente.

Una tarde familiar, igual de calurosa que la de hoy, que congregó a la familia. Los Azzurro eran nueve y por muchos años el padrón de socios los tuvo como el Grupo Familiar más numeroso. Con mamá “Coqui” ubicada en el Sector Damas, los ocho restantes fueron a la popular del Bosque, donde don “Pancho” era saludado por todo el mundo, ya que era el alma mater del fútbol infantil, ayudante de todo técnico. Gabriel Azzurro tenía 22 años y puede percibir aún hoy que “había mucha fe, porque se formó un equipo que le jugaba de igual a cualquiera, que un año y medio antes le ganó a Boca con gol de Guerra y llegó a la Liguilla y luego jugó Conmebol”. Vieron salir a los once, entre lo que había dos muy conocidos en la familia: “Mi hermano Ruben —clase 67— jugó en Cuarta con Dopazo y yo —del 71— fui compañero del Moncho Fernández”.
Las puertas del estadio Carmelo Zerillo se abrieron a las 12, cinco horas antes del partido. Cuando Aníbal Vicente (socio fundador de la Filial Parque Castelli “Charly Carrió”) quiso mandarse a su habitual sitio en la popular “ya no podía, poy terminé en un lateral, sobre el baño de las canchas de tenis. A esa Copa se la bastardeó mucho, decían que no valía nada, pero River vino completito. La llevo entre las mejores actuaciones junto al ascenso del 84, los seis a Boca y un clásico que dimos vuelta”.

Consultados los jugadores, a tres décadas exactas, este periodista encuentra seguridad. Pablo Morant: “El Bosque era una fortaleza, por muchos años era difícil ganarnos, del 90 al 96 que me fui era muy difícil, nos sentíamos seguros, aunque íbamos a jugar contra el mejor equipo de la década, la potencia que coronaría en el 96 con la Libertadores”. Tácticamente, el hoy DT describe que “teníamos un medio y una defensa muy fortalecida. En el funcionamiento dividimos el equipo en dos, la zona defensiva, líbero y stopper —eran los últimos tiempos—,  marcadores de punta Sanguinetti y Dopazo; los volantes mas bien defensivos, y dejábamos con mucha libertad a Guillermo que marcaba la diferencia y Guerra que estaba en un gran momento”.
Sufrieron cuando Rivarola se aprestaba a inflarle la red a Lavallén, por un penal que Javier Castrilli cobró sin vacilar y con pocas protestas, cuando Hernán Díaz se empezó a tirar afuera del área y cayó dentro de la misma.
Javier Abel Lavallén fue el arquero que se consagró con “ese penal que fue una intuición, porque en ésta época se estudia más al pateador y en aquella época no tanto, pero sabía que Rivarola tiraba fuerte al medio y hacia la izquierda”. El “Lolo” piensa que
“en la alegría que le di a mi viejo, ya no tengo la suerte de tenerlo, pero estuvo en la platea del costado de la techada, sobre ese arco”, trae a la memoria a Juan Abel Lavallén, nacido en Tandil y criado en Berisso donde fue laburante de YPF.

“Todavía puedo ver a Lavallén dando vueltas por el césped”, asegura el socio Francisco Postiglioni, y trae con una sonrisa la figura de un abuelo, Alberto Ramón Postiglioni: “Nació el 11 de enero de 1919 y estuvo en los dos campeonatos de la historia, en 1929 tenía 11 años y en la Centenario, con 75, lo llevamos a un platea, mientras con papá lo vimos atrás del arco del túnel”. Aquel caballero se radicó en La Plata en 1925, procedente de Ayacucho.
… “Viene viene viene… goool!”, gritó el marplatense Juan Carlos Morales (fallecido) empuñando el micrófono de radio América. Empezaba a escribirse la historia de un partido que terminó 3 a 1 en los noventa minutos.

“El 90 por ciento de aquel plantel éramos jugadores que saltamos directamente de la quinta o cuarta división a la primera”, recuerda Gustavo Barros Schelotto.
Aquel 30/1/1994 en la formación hubo seis de la cantera: el 1 Lavallén, el 3 Dopazo, el 7 Talarico, el 8 Moncho, el 10 Gustavo, el 11 Guillermo. E ingresó el «Yagui» Fernández.
En esa Copa llegaron a jugar otros juveniles, el Gringo Gregorutti, el Flaco Galetti, el Rusito Mónaco, el Zorrito Stremiz, Saffores y Caballero. También sus lágrimas de felicidad se conjugaron con las de la transpiración.
Hoy, desde Chacabuco, al “Cabezón” Sergio Dopazo se le ilumina el rostro para hablar del plantel: “Era un grupo muy humano, que jugó Liguilla Pre Libertadores, peleó descenso y un campeonato en el 95. Lo había armado Ramaciotti y Sbrissa; Perfumo entra y logramos la Copa a la que no le daban mucha importancia pero con el tiempo fue más importante de lo que uno pensaba. Lo mejor que tiene Gimnasia es el hincha, y mirá que cuando me fui a Español me puteaban 20 mil personas”.

Gimnasia llevaba seis décadas sin celebrar un torneo y nunca había salido campeón en su cancha. Javier Garbulsky ya había empezado el programa Gimnasia una Pasión, con su amigo y ex compañero de la facultad de Periodismo, Sergio Graciosi. “Ser campeón era la piedra en el zapato o la espada de Damocles. Recuerdo que hacía un calor de cagarse y no había un clima derrotista, pese a la lógica que decía ‘esto es para River’. Fue una sorpresa, porque era subestimada como una copita de leche, pero al eliminar a Estudiantes la gente se fue entusiasmando. En alguna medida fue darle un cachetazo a la historia, llegar a la final y ganarla”.

Por eso, la locura del final. Y el agradecimiento, del público con los responsables de esa alegría, de una fiesta.
“Yo estaba en la hinchada, salté a la cancha y me quedé con la remera del Moncho”, dice Martín Vasta, hincha de 24 años, que era jugador de El Cruce, un escudo que tenía estampado y con que se puede ver dando la vuelta olímpica en la revista El Gráfico. Pero también guarda una infancia a puro azul y blanco: “Yo soy de la 69 campeona, que le ganamos la final a Estudiantes, el único que llegó fue Noce, que era del barrio La Granja, como el Moncho y yo. Mirá, el Moncho de chico fue campeón en ciclismo y tenía un estado físico sobrenatural, y me salvó la vida en una pileta; él tenía 14 y yo 16, El guardavidas pensaba que era joda, pero el Monchito me ve los ojos y se tira él antes, cuando ya había tragado mucha agua”, dice el flamante abuelo del primer nieto varón.

Matías Mor Roig fue el acreditado en cancha para la transmisión del Canal Dardo Rocha Cable, pero además lo esperaba hacer el suplemento deportivo del diario Hoy que fue especial. Pasado el tiempo, reconoce que “en ese momento era muy amigo de dos protagonistas, Hugo Guerra (soy el padrino de una de sus hijas) y de Pablo Talarico, que era de los pagos de mis padres, San Nicolás. Que estuvieran dentro del campo tenía un sentimiento de por medio”.
Y el “Tala”, ese chico que en 1992 llegó a la pensión y en dos años vivía la gloria, no dudó en dejarle la camiseta a ese periodista que le dispensó el mejor trato. “Termina, salimos corriendo, paso por al lado de Matías que le estaba haciendo una nota no sé a quién, para no cruzarme delante de la cámara pego la vuelta y le dejo la camiseta en la mano”.

Al comentarista Eduardo Casteglione que llegó para trabajar en la cabina de la 990 lo embargaba la emoción: “Uno ve los rostros de los hinchas y los ve empañados. Vaya a saber uno como andará el corazón de René Favaloro, el cardiólogo veneno de Gimnasia, vaya a ser usted como andará tanta gente…”
“Este campeonato Centenario está en muy buenas manos…Gimnasia es un justo ganador… Estamos muy felices”, dijo Julio Humberto Grondona, el mismísmo presidente de la AFA, una presencia llamativa ya que no era común que se dejara ver en las canchas argentinas y mucho menos para hacer entrega de un trofeo.
Lo recibió José María Bianco, que si bien no era el capitán, era el más experimentado. “Andá vos, José”, lo habilitó el “Indio” Darío Ortiz dando una muestra más del temple de aquel solidario grupo.

Fanático, “El Tero” Alzogaray cruzó toda la cancha arrodillado. “Me parece estar viéndolo, a lo ancho de la cancha”, lo revive Guillermo Bolatti, que dejó a sus hijos en la platea y se fue “a la tribuna. “Se ganó porque había un equipo. Perfumo fue un invitado de lujo, que honestamente les dijo: ‘Muchachos, sigan jugando como venían. Después veremos en el año’. Esa Copa se ganó con Ramaciotti y Sbrissa”. Otros recuerdan haber escuchado al “Mariscal” Perfumo haciendo otra mención hacia otro DT que incluyó en ese equipo, Gregorio Pérez, conductor uruguayo que llevó a jugar a sus compatriotas Sanguinetti y Guerra.
Faltó validar con otras estrellas, como la del 95, 96 o 2001, otra hubiera sido para nosotros los hinchas el reconocimiento a esa Copa Centenario”, reflexiona Germán Augelio, que tenía 13 años y vivió esa final con su papá.
Otro que entonces era un niño de 11 años, Marcelo Zilla, quien transitara el periodismo partidario, analiza que «la falta de repercusión fue porque no había tanto cable que pasara la previa o tanta tira deportiva. Pero me tocó crecer con un Gimnasia protagonista y escuchar a nuestros viejos decirte ‘¡disfruten que esto no es normal’!. Torcimos el historial de los clásicos y jugamos a nivel internacional”.

En la tribuna techada, con sus 84 años a cuestas, Francisco Varallo, campeón de 1929, declaraba: “Me puedo morir tranquilo, era el sueño mío y de mi padre”. En una de las cabinas de transmisión, Daniel Bayo, figura del Lobo del ’62, pedía disculpas por aquel campeonato que se escapó de entre las manos, y en el palco que lleva el nombre de su padre, el juez Alberto Durán confesaba entre sollozos: “Pensé en mi viejo y cómo me hubiera gustado que estuviese aquí conmigo”.
Gente que está, gente que no está, pero los que lo vivieron desde adentro lo van a llevar siempre en el corazón.
Esa noche se fueron a una casa quinta, de la familia Pietra, que jugaba al básquet en la primera albiazul. Cuentan que descorcharon muchas «champán» y echaban a la piscina donde se bañaron en la calurosa noche.
A las 24 horas se juntaron en un salón de fiestas de la Avenida Antártida, donde hoy existe un gimnasio.
“Una noche hermosa”, desanda su propia historia Dopazo, el extraño goleador, tan extraño como un Gimnasia en el puesto más alto de una Asociación que celebraba 100 años. El férreo marcador que recita nombres de la época, de los que alentaban y compartía ratos de intimidad, un café en el bar La Ley como el “Chafu” Raingo, un pizza con Sergio Domínguez (hermano de Héctor, el titular del área Fútbol), un abrazo con Luis Basile, el carnicero de Villa Lenci.
“Ahora el club nos hizo un palco para los ex jugadores, con carnet especial, donde cabemos 28. El primer día me cagué de calor y puse para un aire acondicionado”, dice el símbolo de la historia que gozó y sufrió, que cumplió 55 años y contó con medio plantel Gimnasia.

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