Orgullosos. En el pecho de una camiseta amarilla con vivos celestes llevan el escudito del Centro de Fomento El Cruce, del lado del corazón, como también estan del mismo lado en las cosas simples, la única manera en que la vida adquiere sentido: cosechar amigos. No parecían «buenos muchachos» para los rivales y los árbitros, aunque el tiempo los encontró a las risas, post competencia. También tienen un motivo para celebrar porque se cumple un aniversario del único título en la Liga Amateur Platense de Fútbol, el 21 de diciembre de 1997.
Desaparecido de las competencia (la cuenta hoy asciende a cuarenta y tres clubes en la Liga madre del fútbol platense), El Cruce intentó un regreso según comentó un grupo de ex dirigentes reunidos hace unos días: “Hicimos el intento», pero se diluyó y las camisetas siguen vigentes pero con el deporte estrella que hoy practican en la Sede de la calle 522 entre 14 y 5, donde con un presupuesto participativo del estado se terminó un salón de usos múltiples. Allí, hace veintisiete años, el eco del «dale campeón» despertó hasta la madrugada a los vecinos cuando el plantel de mayores del fútbol tocó el cielo con las manos, tras un partido decisivo contra Alianza en el estadio de Defensores de Cambaceres, jugado con el cuchillo entre los dientes, un domingo en que ese cielo estuvo nublado y pesado, como fue el propio encuentro, donde encontraron el gol milagroso del empate. Esa alegría llegó en la temporada número 30 desde la afiliación de los «Canarios», debut que se produjo en 1967. Ese título oficial que cada año se valora más entre los fanáticos, que también mencionan el de 1981 cuando ganaron la Copa Cinco Ciudades (competencia no oficial), en una final con Olmos y en la misma cancha de Ensenada.
Aquella tarde que comenté para el Cable de La Plata, junto a Ramiro Martínez, que en la locura del gol (remolino de jugadores), gritó que el autor fue el arquero Fernando Comai, otros mencionaron a Marcos Rojo y otros reconocen que fue de Leandro Pesce, en contra. La cosa fue de película, porque la hinchada justo estaba «desalambrando» en un sector de la platea, cuando llegó el tiro de esquina a los 48 minutos del segundo tiempo.
El pasado 7 de diciembre volví a sentir a El Cruce, tenía que ser sábado, cerca de la que fue su primera cancha, “al lado del arroyo”, en la manzana que va de 19 a 21 y de 520 a 522. Hugo Ruíz evocó ese espacio “hermoso» donde a fines de la década del sesenta «mi viejo me hizo entrar de chiquito”. Por motivos no muy precisos, hoy el lugar lo posee Los Tilos. Después, El Cruce afincó como local en la calle 511 entre 20 y 21, predio que perteneció a INDECO, empresa de la zona que decidió darle un lugar a sus trabajadores para jugar al fútbol y se afilió a la misma Liga. El tiempo lo llevó después a la zona de 23 y 528 donde jugó entre 1995 y 2001, hasta la orden de que las topadoras alisaran y continuara tomando forma el actual Estadio Unido Diego Armando Maradona. Fue entonces que la Municipalidad le cedió un terreno en Melchor Romero, se aceptó, pero a los de Ringuelet aquello le quedó en otra localidad que le quitó las últimas fuerzas, un mazazo frente a otros que recibió por multas que lo empujaron a la desafiliación. “También nos faltó organizarnos, por ejemplo, formando a nuevos dirigentes”, oyó este periodista en la última reunión de fin de año, donde se reconoció la trayectoria, obsequiando una camiseta con el sobrenombre de Colo, y el “gracias por estar siempre con los ex jugadores”.
El amarillo nació en El Cruce justamente por el regalo de un juego de camisetas, en la década del sesenta, “cuando arrancábamos en la LAPF, y la adoptamos, porque hasta ese momento no había otro club vestido de amarillo”, indicó Osvaldo Sabbatini, que en su memoria tiene a cada persona que perteneció —del modo que fuere—. Y añadió: “El club no empezó en lo que es la sede actual, sino en una casa de la calle 523 entre 14 y 15”, dice el socio y ex DT. Osvaldo se emociona al evocar a su padre que “con varios socios lograron que le cedieran los terrenos donde hoy está la institución, donde funcionó una Escuela y el Jardín de Infantes, por eso se colocó el mástil en el puerta (aún está firme).
Entre achuras, ensaladas y una bebida espirituosa, Ruben Barraza se enorgullece de que “esta camada de El Cruce se ve todo el año”, y para ello, el secreto es rotar la casa y contar con un hincha como su hermano Oscar Barraza, “El Toro”, que lapicera en mano, al acercarse la fecha, anota a los que vienen, integrantes de la institución populosa entre los años 1960 y 2000. Del último reencuentro: Pocho Carrizo, Zorro Ruíz, Titi Rojo, Chino Rugna, Osvaldo Sabbatini, Martín Vasta, Ruben Barraza, Ariel Carusotti, Jorge Yencheff, Hugo Ruíz, Diego Bustos, José Figueredo, Diego Sanabria, Javier Cabrera; Adrián Arias, Chuchi Morales, Pata Maciel, Cristian y Luis Barraza; con invitados de otros equipos, Hueso Landa (ex Independiente de Abasto y Romerense), “Tito” Favant (campeón con San Martín de Los Hornos). En un grupo de whatsapo, “El Canario Una Pasión”, está para el saludo, el chiste sutil y fundamentalmente para tender una ayuda ante cualquier circunstancia desfavorable, como un problema de salud, pérdida de empleo o un dolor por la partida de un ser querido. Es como si continuara la idea madre que el 25 de mayo de 1950 llevó a la fundación de aquellos socios pioneros, a cuidarse entre todos, reivindicar la vida social en lo que fue un barrio de obreros, de asalariados, que se fue poblando alrededor de algunas industrias. Así crecían los barrios y sus clubes en los años 40 y 50. Como les enseñó a ser solidarios y empujar por la cusa dirigentes como Roberto Castillo (oriundo de Los Toldos) y Zenón Ruíz.
Una vieja formación de El Cruce de sus primeros días en la Liga, torneo de 1968, cuando fue el equipo más goleador, 70 en 26 partidos, saliendo tercero. Cerrudo; López, Sansone, Avila, Tenaglia, Arce, Pèrez, Verza, Trinidad (“El Galo”, luego pasó a Banfield), Luna y Acha (capitán). Arquero suplente: Villalón. Entrenador: Ruben Muñoz. Ese equipo enfrentó al campeón Estrella, el 5 de enero de 1969, siendo local El Cruce en la cancha de Berisso (cedió la localía), en un partido “interrumpido 8 minutos por la agresión al lateral derecho Avila por los proyectiles arrojados por la tribuna adicta al campeón”, consigna el diario El Día. Ah, retornaba el cetro a Berisso luego del séxtuple campeón Villa San Carlos, que recién conseguía afiliarse a la AFA.
Un poco después, podía leerse en la síntesis de un partido de El Cruce a cuatro del mismo apellido: O. Ruíz, E. Ruíz, R. Ruíz y A. Ruíz, tres de los cuales eran hermanos. Enrique (rubio, de rulos), El Dipi (un 9, flaco) y El Zorro (el 10, “palabras mayores”, ex de la Selección amateur que competía en el Campeonato Argentino).
Ricardo Angel Ruíz (19/2/1951) vive en La Cumbre y disfruta del diálogo en la diáfana tarde, tomando sol.
—Contame cómo llegas a este club “Zorro”
— A los dieciocho empecé directo en Primera. Un día jugamos un partido con los pibes del barrio contra El Cruce, en su vieja cancha, me fue bien. Venía de jugar en Gimnasia (de 7ª a 5ª) y dejé porque en casa había que alimentar bocas. Casado, dos hijas y un nieto de veintiuno, afirma el “Zorro” Ruz: “No soy nadie, pero viniendo acá paso a ser alguien importante”. Era ídolo por su manejo del balón en el mediocampo. Cuando jugó en Magdalena, para Unión y Fuerza, éstos fueron dos años campeones y un ex técnico de Gimnasia, Julio Novarini. pidió al 10 y al 9, el Zorro Ruíz y el Gato Sánchez. “Era jugar en la B, iba a cumplir 30 años, pero no sé por qué no fuimos, nos habló un tal Dujmovich (Rodolfo, recordado dirigente del Lobo).
Para todos es “El Pocho”, cuando bien pudo ser “Pancho” por su primer nombre: Francisco Juan Carrizo (30/7/1953), nacido en CABA y a los 7 en el barrio de El Cruce para nunca más irse. Arrancó a jugar en una Cuarta (campeones) y pronto llegó la Primera. Carrizo asegura con risas de ex delantero: “Antes te pegaba el 2, el 3, el 4, el 5 (risas), ¿¡sabes lo que era pasar todo eso!? Ese te metía una pelota al fondo y yo lo único que hacía era ir a buscarla; hoy en día, nadie para la pelota”. Fue convocado para el seleccionado platense por don Santos Florin, “El Pampa”. Surgió el nombre y el dueño de la casa se pone de pie, el “Chino” Roberto Omar Rugna (26/6/1962). “En un momento el Pampa fue El Cruce, después de haber sido campeón tres veces con Los Tolosanos. Vino acá y se hizo hincha mal. También quiero mencionar a El Pocho Testa, capitán, fullback, un distinto, porque era hincha. Se encariñó mucho con el club. Junto al Zorro Ruiz, el Chiquito Oviedo y el Lobo Millán fueron los mejores con los que jugué”.
Era popular el señor Ruben Leonardo Rugna, que vivía a una cuadra del club y encabezó el departamento de Fútbol varias temporadas. Los dos hijos lucieron la amarilla, el “Coco” Jorge Rugna (debutó en 1ª con 14 años) y el ya nombrado “Chino”, al que le brillan los ojos cuando recuerda a su viejo: “Cuando fui a Los Tolosanos mi viejo no me habló un año, y el primer clásico me puteó todo el partid. Era como pasar de Boca a River, tenía 27… ya dejaba, yo me iba a ir a Deportivo La Plata con Lanusse, se entera Sañisky (ex arquero de El Cruce) y me vino a buscar para Tolosanos”.
Grandes campañas pero se le negaba el título. Peleaba campeonatos y con los árbitros, en movilizaciones de hinchas muy recordadas por propios y extraños. Aquellos clásicos con Los Tolosanos, bravas jornadas con San Martín de Los Hornos.
“La Liga nos descontaba de a veinte puntos. Ibamos a salir campeón y tuvimos que pelear por el descenso, por los problemas que había”, relatan.
La chance más cercana estuvo en 1991, tras ganar el Torneo Clasificación y luego salir segundo en la Segunda Etapa, a un punto de For Ever, la revelación. Dirimieron a un partido, en un estadio neutral, 1 y 57, uno de los más emblemáticos del fútbol sudamericano. Una vieja planilla está en poder de este periodista: 1 Carlos Caroni, 2 Sergio Lanusse, 3 Darío Britos, 4 Lorenzo Córdoba, 5 Ariel Carusotti, 6 Alejandro Visconti, 7 Juan Bolo, 8 Jorge Yencheff, 9 Alejandro De los Santos, 10 Pablo Martínez, 11 Jorge Vidal. Suplentes: 12 Daniel Navarro, 13 Hugo Martínez, 14 Guillermo Roldán, 15 Hugo Ruíz, 16 Norberto Galván. DT Carrizo. Ayudante: Sabbatini.
Un par de curiosidades de aquel batacazo del equipo de El Mondongo. ¿Por qué fue al banco Hugo Ruíz? El ex Pincha podía haber hecho la diferencia, pero pasados los años El DT Carrizo reconoce que “en ese momento no estaba tan metido”.
Hugo Ruíz, el “Roncha”, hoy lo toma como algo más, y solo ve con el ojo del alma. “Mi papá fue presidente de El Cruce y estuvo en la Junta Directiva de la Liga, yo de chico viajaba con los seleccionados de la Liga. Pero también era canchero, encargado de calentar el agua de los vestuarios. ¡Mi vieja rompió siete lavarropas! En el fondo de mi casa había un galpón exclusivamente para la ropa del club, de cuarta, reserva y primera. Tenía un tío (hermano de mi mamá) que era el utilero y desde la noche del viernes venía a preparar los bolsones”. En 1979, don Zenón Ruíz sintió una de las mayores emociones al concurrir al estadio La Bombonera, donde debutó Hugo como jugador profesional de Estudiantes. A la fecha siguiente, el 2 de diciembre, en La Plata, el joven del barrio El Cruce metió un gol a Chaco For Ever para la victoria 3 a 1 (dos de Landaduro y uno de Ruíz). Pasó por Atlético Tucumán, Independiente de Mendoza, Defensores de Cambaceres y encarnó en la camiseta de El Cruce.
Ariel Carusotti (17/6/1962) fue el mediocampista central y capitán. Nueve años antes había sido soldado en la guerra de las Islas Malvinas, tras lo cual dejó de jugar para Gimnasia (hizo 5ª). “Soy de Berisso, vine por una casualidad, por un compañero de trabajo del Banco Provincia que me decía ¡andá a Trabajadores o a El Cruce que siempre pelea arriba. Vine y el Pocho Testa me hace firmar, quedé prendido, acá jugué con “Quinolo” Ramón Frías, notable defensor ya fallecido. A su lado, en el medio hubo otro jugador con mucha garra, Jorge Luis Yencheff (8/9/1968), también con cuna berissense, pero en su caso lo acercó al club una mudanza a los 8 años. Llegó a Ringuelet con otros tres hermanos (Darío Yencheff también jugó en El Cruce) y le quedó marcado hasta hoy el recuerdo “de ver a un enanito que bailaba y no le podían sacar la pelota, y con el tiempo supe el nombre, “El Chavo” Roca (hermano de Julio Roca, otro prócer liguista que ya no está entre nosotros)”.
Buscar jugadores era una obsesión y en eso colaboraban todos. Un día Zenón Ruiz y Roberto Castillo vieron a un defensor aguerrido en un partido de Liga Amistad, un pibe que vivía en La Granja, Carlos Martín Vasta (6/8/1969) y que se quedará para siempre. La anécdota termina en carcajada: “El Toro me carga… ¿Va a venir un zaguero rubio? ¡Tenemos millones de eso! y ese le pega para arriba”. El “Ruso” Vasta define con el corazón: “Cuando vi la hinchada dije éste es mi club. El mismo día que debuto, con el Chiche Olmedo, le hago un gol de cabeza a Curuzú”.
Vasta, a sus 27 años, fue el presidente cuando la vida le sonrió a El Cruce con su primer y única estrella. La igualdad le posibilitó quedar arriba en las posiciones del mini torneo triangula: El Cruce y Alianza con 8 puntos y diferencia de gol (+3), pero el «Canario» tuvo un gol más a favor (6 contra 5).
El once de aquella previa de Nochebuena amarilla fue el siguiente: Fernando Comai; Fernando Seoane, Mario Lara, Diego Sanabria y Juan Bustos; Christian Aztorica, Patricio Sanabria, José Figueredo, Marcos Rojo; Martín Tombesi y Fernando Caetano. Ingresaron Claudio Juárez y Mauricio Marchi. Por lesiones y suspensiones quedaron afuera Daniel Vallejos, Favio Vaglica, Jorge Yencheff, Luciano Pirani, Luis Gallegos, Hernán Mercado, Leonel Villalba y Nazareno Bustos.
Ese día cumplía 18 años “Pato” Sanabria y Rojo le dedicaba el título a sus cinco hijos, anunciando su retiro de las obligaciones de la Liga. Le pregunté entonces cómo se veía en el futuro como DT: “No me gusta, me dolería el hecho de excluir jugadores, para eso no sirvo”. Claro que no podíamos adivinar que el niño de 7 años, del mismo nombre, iba a ganar una Copa Libertadores con Estudiantes, jugar dos Mundiales con Lionel Messi, pasar por ligas europeas y llegar a ser el capitán de Boca en el presente. «Mi viejo era cordobés y mi mamá de Villa Fiorito», cuenta «Titi», que hacía trabajos de pintor y changas, y hoy es chofer de camiones.
Volviendo a El Cruce y al 21/12/’97. Para el «Ruso» Vasta fue el día más feliz pero terminó recostado en el pasto por problemas de presión, mientras la barra invadía. Hoy se abraza al “Titi” Rojo y sonríen, son familia: “Nos criamos comiendo anguilas y ranas”, le saca una sonrisa a Rojo que se prepara para la operación de una rodilla que lo tiene mal aquel torneo. El archivo me da la razón, ya que Rojo le agradecía “a la hinchada que hizo posible que yo siga jugando a pesar de la lesión y eso sacó al médico; por ellos, uno se mata los sábados o los domingos por más que le duela una pierna o una rodilla” y “a Ruben Barraza que me fue a buscar a casa para salir campeón”.
Las vueltas de la vida. Esos fanáticos que le coreaban “vení, vení, cantá conmigo, que un amigo vas a encontrar… que de la mano del Titi Rojo, todos la vuelta vamos a dar”, son parte de los que en 2014 y 2018, en dos Mundiales sucesivos, se juntaron como una cábala. «Teníamos que verlo juntos Hugo Ruiz, Carrizo, Martín Vasta, Javier Cabrera (éste comía y se iba) y los Barraza”. Además, le tenían que mandr el video de la juntada al crack.
El fútbol está ahí, inoxidable, inolvidable, invaluable, inmortal en sus almas. Va más allá de una camadas de campeones, que siempre enaltecen, como la Reserva de El Cruce que tiene un récord en esa divisional A liguista: cinco títulos en fila (honor que comparte con Estrella).
El Cruce tuvo la primera pretemporada en Mar del Plata, increíble para el modesto fútbol amateur de un club de barriada pobre; y tuvo algunas salidas al interior, como aquel
a Liga Amateur no reportó un balance económico favorable para ninguno, pero tuvo el mayor premio de todos. El amor a los colores. Algunos no se llevaron ni una media, “era jugar y dar todo” dijo El Zorro Ruíz, uno de los campeones del ’81 en el extraoficial Cinco Ciudades, donde entraron equipos de la A y la B. Algún micro y la rastrojera “nunca vi algo igual, lo más grande de la Liga, lejos, era la hinchada de El Cruce”, se emociona “Chino” Rugna. Y ahí saca pecho “El Toro”, que acepta todo lo que la vida trae, incluida la amputación de una pierna: “Vine del Chaco y mi mamá lo primero que hizo fue meterme en este club”. Y aparecen más nombres, “Chuchi” Morales (presente en el almuerzo) al que ”Toro” una vez le pidió autorización a sus padres para llevarlo de visitante. “No va a pasarle nada; prepárenle el sanguche que yo le compro la Coca Cola”, era palabra santa del hincha número 1. El aliento tenía también su logística, como el generoso carnicero Marcelo Muñoz que “nos regalaba un gancho de chorizos… de fútbol no entendía mucho, le gustaba el boxeo”.
Los Piedrabuena. Héctor Velazquez, bautizado “Drácula”; el “Hongo” y el “Chino” Fernández, en honor al que se cantó “porque te alienta, la banda del Chinooo…. Soy del barrio Ringuelet…”
Contagiaron de pasión a muchos hinchas del fútbol, y quizás el error estuvo en no atender más la estructura dirigencial, como para seguir el legado. Pero hubo problemas que se le “cruzaron” a El Cruce, y el detonante fue salir de la zona para “jugar de local en Melchor Romero cuando ya se venía todo en picada”.
Ahí están, esos son, los que todo el año organizan juntadas y alaban la camiseta amarilla con vivos celestes, rifan camisetas y en el rubro cuentan con un amigo, Jorge Vidal, el “Goma”, ex goleador de varias Ligas bonaerenses que más tarde se dedicó a la representación de futbolistas.
Ahí están, incluido un rival imparable como Carlos Alcaraz (jugó un Torneo Amistad Centro Oeste de la Provincia en el verano de 1994). “El Negro Ata era al único tipo que le tirabas doscientas patadas y se reía. Una vez en Verónica gambeteó tantas veces que llegó al arquero y se volvió al área grande para encarar de nuevo”, dice Yencheff, que recuerda la frase: “Saquenme la pelota… Lo queríamos matar”.
Risas, abrazos, brindis, saludos a los que están y a los que no. Porque los llevó la vida a otro lugar. O porque tuvieron compromiso como el de Darío Britos (entrenador formativo en Gimnasia), que a sus 55 años mira atrás y ve «la década del noventa, donde logramos subcampeonatos y jugamos algún torneo regional hasta la inmensa alegría del ’97».
Es sabido que el fútbol puede terminar, que jugadores, técnicos y dirigentes pasan, pero más fuerte y bella es la vedad de que el amor y el compañerismo permanecen. El legendario Centro de Fomento El Cruce se convirtió en un espacio donde se comparten experiencias de la vida. Ahora que tengo la 7, que volví a mirar el alma y salir de esa reunión con una fortaleza anímica que renueva para el 2025.