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domingo, julio 7, 2024

“El Flaco” Poletti, antes y después de la gloria

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En febrero de 1964 llegó a la ciudad de La Plata Alberto José Poletti, “un chico revoltoso, de toda la vida”, a prueba de Sacachispas, equipo de la Primera C, donde vivió el atípico debut en Primera a los 15 años, en la última categoría de AFA, la Primera Amateur.
Ese mismo hombre que estará por siempre en el bronce de Estudiantes de La Plata es el mismo caballero que el domingo entró a la cancha y exhibió las nuevas camisetas, con otro arquero de la época pincha que ganó todas las copas posibles, Gabriel Flores («Bambi», suplente de Alberto), y entraron más leyendas, Juan Ramón Verón, familiares de Carlos Bilardo, porque había un reconocimiento a la vida del «Narigón».
Disculpe, Alberto, sepa recibir mi felicidad por su atención para este escritor.
¿Por qué, pibe, por qué me das las gracias?
Detrás de las gracias hay mucha gente, familia que vivió hazañas y creyó en algo, que se unió esperando que sus brazos no fallen, pegados a una portátil.
Llegamos con Luis Mansur, socio de Estudiantes, en los años 90 uno de los periodistas más jovenes que escuchó la tribuna deportiva de La Plata en radio Provincia. Un «café negro» para los tres y el legendario arquero abierto a las preguntas. El ex campeón Intercontinental 1968 y tres veces dueño de Libertadores de América 1968-1969-1970, además de las estrella en el Torneo Metropolitano 1967 que definió que en la Argentina los equipos más chicos podían ganar. Que el trabajo de la semana no era cuento.
Al atardecer, cuando las humoradas se prestan de entrecasa y después de una siesta, Poletti descuelga de la memoria la anécdota de cómo fue que llegó un día a jugar por Sacachispas. Porque Alberto era de Atlanta, «jugaba el baby fútbol para los Bohemios, en los televisados del Luna Park». Una tarde sin fútbol, el Flaco inquieto y un amigo salieron a buscar canchita y encontraron una en Olivos, una arenosa vecina al río. Eran torneos por el sanguche y la gaseosa que organizaba Rubén Peucelle («El Ancho», sí, el famoso de Titanes en el Ring). «Olvídense de jugar porque se viene la tormenta con todo», los paró el luchador, que también solía jugar. Alberto miró al amigo y buscaron una salida: “¿Vamos hasta la cancha de Sacachispas?. Cazaron el micro 68, después el 101 y llegaron a Villa Soldati donde al fin pudieron saciar el hambre de jugar a la pelota.
-¿Y qué pasó?
-Un tipo me dice ‘si querés jugar tenés que firmar este papel’; yo tenía 13 años, firmé, jugué y a la semana volví a practicar en Atlanta, pero ahí me agarró Gandulla (director de Divisiones Juveniles).
-Poletti, sos jugador de Sacachispas.
-¿¡Cómo!? No, no, si yo jugué un partido, me hicieron firmar un papel nada más.
-Sí, y presentaron tu ficha en la AFA, llegó primero que la de Atlanta.
-Pero Gandulla… ¡si hace un año que juego en Atlanta!
-Jugás de mula con el nombre de otro… ¡Andá a pedir el pase!
No hubo caso. Sacachispas no le daba el pase a nadie, su presidente ya estaba al tanto del incipiente negocio, reclutaba jugadores en su modesto club y después sacaba tajada si los vendía. Poletti era el diamante del arco, con suma frialdad para cortar y salir a achicar, y con vehemencia.
En ese vestuario hecho de cartón prensado y con proliferación de moscas por su cercanía a un relleno de basura en el Bajo Flores, Poletti pasó a ser el número 1 de Sacachispas, casi a la fuerza, todo por el fútbol. “El delegado limpiaba las moscas y entrábamos a cambiarnos mientras él hacía las planillas». A los 14 años fueron a buscarlo de San Lorenzo de Almagro: «Ofrecieron 600 mil pesos y todos los tablones que le faltaban a la tribuna. No me quisieron vender porque pensaban que iba a valer más».
A los 15 debutó con los mayores de Sacachispas. Era la actual divisional «D», salió campeón San Telmo, y atrás quedó Colón; también participaron Barracas Central, Almirante Brown, San Telmo, Argentino de Quilmes y Cambaceres, entre otros.
Pronto se acercaron a verlo de River Plate por el categoría 1946, pero la Comisión Directiva los convenció y se llevaron a uno dos años mayor, Humberto Ballesteros (debutó en River y triunfó en Perú, país hoy reside).
-Pero no siempre jugabas en la Primera en la AFA
-No, porque cuando no me vendían, me peleaba y dejaba de ir. ¡Un día ese técnico (y a la vez Presidente), que era bravo, me dio un cachetazo porque me hicieron un gol en la Quinta, cazé el zapato y se lo tiré a la cabeza, ¡casi se la arranco! Era boxeador el hombre.
Alberto volvió a sufrir, ahora porque Independiente de Avellaneda organizó un preliminar para observar jugadores. «Nos iba a ver el director de las inferiores, pero no me pusieron a mí y el que nos llevó dijo ‘nos vamos todos’. No se jugó el preliminar, esa noche jugaban Independiente y Palmeiras por la Libertadores. Pero después fui a una gira con la reserva de Independiente y cuando volvimos me quisieron comprar, tenía 16 años, edad de Quinta, pidieron un millón y medio de pesos y me sacaron a bolzasos”.
Otra chance que no alcanzó a nacer fue la Sarmiento: “Jugué dos partidos en Junín, hablaron con mi papá y le ofrecieron 400 mil pesos. Si le pidieron un millón y medio a Independiente, ¿qué me van a vender a Sarmiento!? Aparte, era pasar de la C a la B y dije mejor me quedo».
Los Poletti vivían en un conventillo, con otras tres familias, que ponían la mensualidad para pagar el teléfono. El aparato estaba en la casa del fondo, en lo del hombre que armaba sillas de mimbre. «Alberto, te está llamando un señor, ¿venís a atender?», le avisaron un día al arquero. Hoy con 76 años parece escuchar otra vez al vecino y la voz del otro lado que era de Arturo Cleme, el preparador físico de Sacachispas. Este conocía a Miguel Ignomiriello, un hombre que en 1963 comenzó la revolución en el fútbol amateur de Estudiantes. Cleme y el «Cabezón» Ignomiriello se conocieron en los torneos Evita, ese «glosario» de promesas que podían rendir en un torneo de nivel superior como los de AFA. Arturo le confiaba a Miguel que tal o cual jugador podría ir hasta a La Plata.
—¡Alberto, vamos a probarte en Estudiantes!
—Yo voy, pero después no me venden…
Tantas veces ya le habían cortado la posibilidad que Alberto Poletti no creía demasiado, pero fue igual.

A La Plata, en tren, una noche de verano de 1964, para ser examinado el «Uno» en la previa de otro amistoso internacional, que se jugó en 1 y 57.
«Llegamos a las 4 y la prueba era a las 8. Había tiempo de sobra y Arturo me dice ‘vamos a Gimnasia, que ahí también conozco al coordinador (José Santiago). “¡Quería asegurar el bochazo conmigo!”
, evoca Poletti, que entró a la Sede de calle 4 entre 51 y 53 y volvía a escuchar otra situación contraria a sus deseos de progreso. “Acá tenemos un arquero de la misma edad, clase 46 y va a jugar en Primera en dos años’ (se refería a Romea).
Por primera vez pisó el césped de Estudiantes y en la primera pelota que descolgó generó el asombro de Ignomiriello: «¡Parecía el Cholo Ogando!», suele recordar con los años.
Ignomiriello estaba armando una Tercera de lujo que ese año, además del fútbol, sobresalía en la preparación semanal, en el sistema de becas y el extraño look que tenían los jugadores al salir por el túnel: vestían sacos y debajo la roja y blanca, tal como lo hacían en los años treinta Los Profesores.
“Nadie le daba bola a la Tercera, ningún club. Ya había traído a Aguirre Suárez de Tucumán. Y cuando le dijo que habían que traerme a mí, y a Manera, el presidente Mariano Mangano le dijo ‘basta de jugadores juveniles don Miguel que nos vamos al descenso, ¿otro más para Tercera? Andá a verlo a Mario Martínez«.
“Cuando aparezco en La Plata hacía 2 o 3 meses que laburaba en una casa de electricidad. Un viernes me agujereo una mano con un destornillador por cambiar un portalámparas. Se me hinchó la mano, y ya me habían preseleccionado para un Juvenil (era el tercer arquero detrás de Agustín Cejas y Miguel Marin, de Racing y Vélez, respectivamente), cuando llegué con la mano vendada a la práctica me echaron. Juego en la Tercera contra Banfield y se me cae la pelota de la mano».
Poletti ganaba un viático en Estudiantes, y a ese dinero le sumaba otro puñado del negocio ubicado en Palermo. Una hermana ocho años mayor le propuso una idea: probar ese año solamente con el fútbol… «Le decís al dueño que te espere un año, en casa nos apretamos y vemos cómo nos sale. El año que viene vemos… si no, volvés a trabajar».
Poletti dice: «¡No fui a trabajar más!, de los 16 a los 17 fue todo el sacrificio que hice»
Antes de vivir en una casa de la calle 20 entre 60 y 61, siguió viajando de Buenos Aires todos los días. El periplo era: colectivo en la esquina de su casa, Subte en Pacífico, combinación de otro subte hasta Constitución y tren a La Plata. Con Manera, el compañero que tuvo en aquel Sacachispas. “Si con Eduardo llegábamos tarde, Miguel (Ignomiriello) nos ponía un preparador físico hasta volver de noche, era Mendoza Pintos y después vino Carlos Cancela”.
«Ese primer torneo salimos segundos. Perdemos en la cancha de Estudiantes con Central, que sale campeón, cuando nos ganan 1 a 0, gol en contra de Aguirre Suárez, en la última fecha. Hicimos el empate, pero con el tiempo me entero que al Negro Oviedo, el referí, le habían dado unos dólares para tirar al bombo a Estudiantes y que gane Rosario. Arreglaba los partidos, en Primera duró dos minutos. Cuando empecé a vender jugadores, me lo encuentro un día y me la cuenta él”.
Fue La Tercera Que Mata, aunque una sonrisa que busca la complicidad, otra frase de Poletti termina a las risas: “¡La que Mata, le dijeron, pero no matamos a nadie, perdimos el campeonato del 64!”.
En 1965 Sacachispas accedió a vender a Poletti y Manera después de una temporada a préstamo. “Se ve que se pusieron en buenos y empezaron a liquidar jugadores”, sigue Alberto. Había un tercer muchacho de Sacachispas, pero que se volvió: Ruffolo.
Al siguiente torneo de Tercera, el temperamental arquero sólo jugó el primer partido, contra Central al que golearon 5 a 1, tomándose un desquite. Ese año Estudiantes sí llegará a dar la vuelta en Tercera.
Osvaldo Zubeldía era el nuevo DT. Empezó con dudas en el arco, pidió a varios y ninguno llegó. Para la segunda fecha, en el estadio de Banfield, puso a Poletti. De ese debut profesional se acaban de cumplir 58 años.
«Se la jugó conmigo El Huevo (así lo nombra a OZ), me puso con 18 años» (en tres meses cumplió 19). Banfield ganó 3 a 2 en una tarde plomiza, con lluvia en el primer tiempo y paragüas en las tribunas. La primera pelota que fue al arco de Poletti pegó en el travesaño.
Los goles de Estudiantes trajeron novedad, los dos de Juan Ramón Verón, el 1-0, a los 9 minutos, y el que descontó 2-3, a un minuto del final que anunció Goycoechea. El visitante formó con Poletti; Barale y Cheves; Miguel López y Raúl Madero; Bilardo, Santiago, Conigliaro, Flores y Verón. El Taladro alistó a Edilberto Righi; Calics, Nelson López; Vazquez, Peano y Villano; Chaldú, Maidana, San Lorenzo, Raffo y Zárate. Dos veces Zárate y el tercero del “Toro” Raffo hicieron sufrir al “Flaco”.
“La pelota llega más rápido cuando estás en Primera. Hasta que vos te acostumbras a la rapidez con que llega la pelota, por ahí pasan tres partidos y ya te echaron a la mie…. Las condiciones las tenía, pero no las podía demostrar. ¡A mí Osvaldo me sacó porque me iban a matar! Catrasca me pusieron… cagada tras cagada…”, sacó el bocadillo en un santiamén.
Trascartón, se entusiasma hablando del puesto. “Para cortar una pelota cruzada tenés un punto, tenes que tener tiempo y distancia, y si no tenes eso en el cerebro sonaste…. En Primera no es un tema de si sos mas alto, más gordo, más flaco, la agarra el que tiene el cálculo exacto para salir a cortar”.
“Cuando empecé en Primera partidos que jugué muy bien, pero en otros fui un desastre. De local, contra Boca, el Tanque Rojas que pesaba 90 kilos hizo un gol metiéndola en el arco conmigo y todo. No salgo, quiero rechazar con los puños y me tiró adentro del arco. Terminamos 2 a 2″. (N. de la R: cuarta fecha del Torneo de 1965, goles de Conigliaro y Verón; Alfredo Rojas y Angel Rojas).
Otra vez termina una oración sonriente. Tiene viva su carrera, es solo cuestión de preguntarle. “Contra Newell’s (todo en aquel torneo de 1965), vamos ganando 1 a 0, saco yo en el minuto 80, pifio y se la pongo al 9 de ellos, Joao Cardoso, que erró el gol hecho, ¡uuuhhhh! hicieron afuera. Se viene otra vez Joao Cardoso, me tiro a los pies, se la saqué esta vez, pase mío y gol de Conigliaro, 2 a 0, minuto 90. De ahí en más ya no me equivoqué”, asegura el ídolo. Se disputó esa tarde la 10ª fecha, el 29 de mayo de 1965, triunfo 2-0 (Flores y Conigliaro).
“¿Sabes con quién me abracé. Me doy vuelta y estaba Oleynicki (arquero berissense al que Alberto le ganará la titularidad). Como ya estaba terminando el partido, se iba al vestuario, vio el gol y se dio vuelta para abrazarme”.
“Viajábamos en el tren, en el coche comedor. Esto es un trabajo, tenés 19 o 20 años y te pagan más que los demás pibes de tu edad, que salen a buscar laburo o capaz que si tienen uno no les alcanza para independizarse. En el fútbol argentino, en ese momento, los que sobresalían se podían comprar un auto o un departamento”. Cada día lo esperaban en el Estadio “Jorge Luis Hirschi” tres horas de práctica.
De a poco, en los medios de comunicación se empezó a hablar de aquel grupo. En especial,desde aquella semana insólita, donde el Estudiantes de OZ en siete días ganó tres partidos que lo encaminaron hacia la eternidad: 3-0 a Gimnasia (última fecha de la zona clasificatoria), 4-3 a Platense (semifinal) y 3-0 a Racing (la final).
—Se encontraron en la final, ¿qué pensaron?
—A Racing le ganamos porque estaba jugando las copas, Basile a los 30 minutos se desgarra y quedan con diez. No había cambios. Pienso que el campeón tiene que tener suerte a favor, porque esto es un juego y el juego tiene azar, por más que al azar lo quieras controlar.
—El azar fue Platense…
—Sí, porque si nos emboca el cuarto, nos liquida. La sacó Pachamé en la línea, después tuvieron otras dos, una Mullone y otra Bulla, se la sacó con los pies adentro del área chica.
—Perdían 1-3 y con uno menos, ¿imaginó que podían darlo vuelta?
—(Se emociona, se dirige a un momento puntual). Le digo a Pacha que estaba jugando de 3 y tenía encima a Lavezzi que tenía un cohete en el culo… ‘No te vayas más al ataque que sos mas lento que una tortuga’… ¡Andate a cagar, le vamos a ganar a estos h de puta! Nos pusimos 3 a 2 y Pacha me grita: les vamos a hacer dos goles más. Cuando metemos el cuarto me pega una piña en la boca del estómago que casi me deja sin aire. ¡Te dije que le ibamos a ganar! Pacha adentro de la cancha era tremendo.
La foto a continuación fue en el viejo estadio de tablones, durante aquel año 1967 donde son campeones y subcampeones, éste ultimo logro le posibilitó entrar por primera vez a la Copa Libertadores. Posaban, de pie: Pachamé, Poletti, Manera, Aguirre Suárez, Malbernat y Barale. Agachados: Bedogni, Bilardo, Conigliaro, Echecopar y Verón.
Y vinieron las Copas, los dolores de cadera que lo amenazaban con quedarse afuera contra los ingleses del Manchester United. ¿Pensó que se perdía la revancha?
—Cuando venían las finales me infiltraba, eh, silocaina con corticoides. Para hacer esas travesuras, como la final en Manchester, viajó un médico, el Chueco Barbieri; el club le pagó los pasajes a él y a la mujer. A 48 horas del partido me pusieron en la cadera un pomo de silocaina en jalea. ‘No te muevas mucho, pasado mañana no te va a doler nada’. Así fue, no sentí ningún dolor. Allá, ellos se creían que nos iban a hacer la boleta, que nos metían cinco goles.
Cuatro años después de aquella Tercera que Mata, su arribo a un club que peleaba por el descenso, el mismo Estudiantes fue campeón Intercontinental, en Inglaterra.
En el campo, aquel 16/10/1968 hubo una mixtura muy rica, de seis de los refuerzos que eligió don Osvaldo (Togneri, Bilardo, Ribaudo y Conigliaro), un experimentado Madero que era el que más había jugado con esa camiseta, y siete pibes (Poletti, Malbernat, Aguirre Suárez, Medina, Pachamé y Verón, más Echecopar que ingresó en el segundo tiempo).
Como un soldado que atravesó campos de batallas, se fue sin despedida en esos días que Zubeldía también marchó y se fueron a Huracán, en marzo de 1971. Otra paradoja del destino fue la primera fecha de ese torneo, ante Estudiantes y en 1 y 57.
La nota que Poletti concedió a este periodista fue el pasado 14 de abril, cuando las redes publicaban saludos por el «Día Internacional del Arquero». A primera hora recibió en su celular una foto enviada por su hija, que había publicado el twitter oficial del Club Estudiantes, con el «Flaco» en una postal junto a Andujar (otro campeón de América).
“¿¡Pero el día del arquero no era el día del cumpleaños de Amadeo Carrizo!?», se sobresaltó, y con buena memoria, puso la otra fecha (la del Día del Arquero que se declaró en Argentina): «Es el 12 de junio, por Amadeo… Al lado de él, todos los demás éramos un mamarracho”.
Añade al paso, analizando el puesto: “Andujar es el mejor arquero que tuvo Estudiantes, lejos”. Que Ezequiel Martínez, «El Dibu”: “es cuatro veces Poletti! ¿¡Viste cómo usa el cuerpo!?”. De la vieja guardia destacó a Néstor Martín Errea, otro que apodaron “El Flaco”. “Era de 1939. También salió de Sacachispas. Murió joven”.

No guardó nada Alberto, salvo aquel cuadro con fotos que le hizo su hija, que acompaña sus días en el living comedor de su casa, en el Parque Sarmiento.
No guardó nada, ni la bronca eterna contra la política que lo llevó preso y retrasó a los argentinos una evolución que no puede ver.
“Con el Milan nos hace equivocar el gobierno militar que nos mandó al vestuario a un monseñor, fue el que nos dijo que teníamos que ganar o matar. Monseñor Moramiggi, que era de las Fuerzas Armadas. Nosotros salimos y dijimos ‘bueno, vamos a matar a un tano’ y después fuimos en cana. ¡Que el cura se vaya a dar misa al ejército! Yo fui preso por correr a un tano que me dijo que era guapo y se metió en el túnel; no lo alcancé, se cruzó uno y le tiré una patada. Estuve 30 días en Devoto con dos compañeros y 9 meses suspendido. Me levantaron la sanción cuando cayó el gobierno de Onganía”.
No se guardó nada, tampoco el afecto, que le dispensa al hincha albirrojo que le agradece.
No se guardó nada, al igual que un socio e investigador de la historia pincharrata, Darío Cáceres, que sacó una batería de datos de Poletti: Estuvo en 186 partidos, totalizando 16.757 minutos en cancha, ya que una sola vez no completó los 90 reglamentarios (19ª fecha del Metro 1969, de local con Newell’s, reemplazado por Errea) y dos veces jugó tiempos suplementarios (Semifinal de Libertadores 1968 con Racing y final del Metro 68 frente a San Lorenzo).
Mantuvo el arco en cero durante 70 partidos, 58 por torneos de AFA y 12 internacionales. Otra racha  fue la de presencias ininterrumpidas, 85 partidos, la más larga de la historia, sobre los 82 partidos en continuado de Pezzano (otro “Flaco”) entre 1973 y 1975. Lo de Alberto fue posible entre la novena fecha del Torneo de Primera de 1966 (contra San Lorenzo, 0 a 0 en el Viejo Gasómetro, 1ro de mayo de 1966) y la sexta fecha del Metro de 1968 (frente a Platense, en la visita a Saavedra, el 11 de abril de 1968). Dicha marca es récord en el Club Estudiantes,
Los rivales con los que más veces mantuvo la valla invicta fueron Independiente y Vélez (5 veces con cada uno), seguidos por Atlanta, Newell’s, Rosario Central y Racing (4 veces cada uno).
Hablar de fútbol con «El Flaco» es acercarse a un fogón caluroso de momentos. Cada vez que hay un llamado, su voz enérgica arrasa las rutinas y despierta asombro, ironías, tonos altos, broncas y sonrisas. Lo vivimos en la intimidad de su hogar, donde siempre piensa en volver a UNO. El héroe ante los ingleses, el que espantaba las moscas del vestuario de Sacachispas, el que un día salió de aquel conventillo para tomarse el tren hacia el sueño, el que fue recibido por Ignomiriello y llevado a la gloria por Zubeldía.

 

 

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