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domingo, julio 7, 2024

El recuerdo a Alejandro Sabella: honor a una vida con valores

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El 5 de noviembre de 1954 nació en Buenos Aires un compendio del fútbol argentino, tanto por el estilo del potrero, habilidad y picardía, como por la capacidad de leer entre líneas, virtud que aplicó como director técnico, ayudante en un Mundial y entrenador en otro, de la mejor escuela argentina: Alejandro Sabella.

El anteúltimo es Alejandro Sabella, saliendo a jugar fútbol, en el torneo interno de GEBA

Se nos hace cuento la vida, empecinada en pasar tan veloz, pero aunque no esté en lo físico, se podrá recordar cada uno de los regalos que nos dejó. De allí radica el secreto de vivir una vida con éxito.

Su alma transitó una crianza en Buenos Aires —como le decimos los platenses a la Capital Federal—. Tenía 3 años cuando toda la familia estaba asociada a Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA). Allí, su papá Luis Sabella, el «Toto», solía acomodarse atrás de un arco, mientras mamá Nelly cebaba mates y tejía. “Cuando se casaron, ella dejó de ejercer para dedicarse a mí y a mi hermano. Papá era ingeniero agrónomo, trabajaba en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Se iba a la mañana temprano, volvía a almorzar con nosotros, se acostaba un ratito y después volvía nuevamente a trabajar”, describe en la biografía autorizada Hablemos de Sabella.

Publicada en «Hoy», el 14 de febrero de 2008. Se cumplían 25 años del campeón Metropolitano

Copiaba a su padre, como tantos niños. Una anécdota: el «Toto» iba a verlo a la canchita de GEBA con la radio portátil y en una planilla anotaba los resultados del fútbol.
De chico Alejandro no tenía un equipo en especial. “Mi viejo me cargaba por ser hincha del que ganaba”.
“Escuchaba los partidos por radio, y anotaba los palotes en una hoja. Si era gol de River, era de Artime”, supo contar a este periodista en una nota telefónica que mantuvimos en febrero de 2008. «Llamame dentro de un par de horas que justo me enganchaste estudiando inglés”, me pidió.

-De qué cuadro sos, Alejandro, ¿se puede decir?
-Me siento hijo adoptivo de Estudiantes de La Plata.
Cuando charlamos, estaba desocupado, pero once meses después asumió en Estudiantes, marzo de 2009, y al cuarto mes levantaba la cuarta Copa Libertadores en la historia del Club.

Era el más petiso y el más flaquito, pero con una gambeta demoledora. “De chiquito era derecho. Un día empecé a patear de zurda contra una pared porque creía que mi ídolo, Angel Clemente Rojas, le pegaba de zurda. Tuve esa confusión porque en esa época los partidos no se televisaban. La mayoría de los jugadores habilidosos eran zurdos. Creí que él también y quise imitarlo” (Hablemos de Sabella).
Por su físico esmirriado, y su timidez, cuando se fue a probar a River se puso colorado de vergüenza al mentir la edad. “Yo soy 54”, le dijo al técnico. “Pensaba que no iba a quedar”. Después tuvo que decir la verdad, y lo ficharon por el talento incipiente. En 1975 debutó en la Primera del «Millonario».

Vivía en el barrio de Palermo, en la esquina de las calles Vidt y Paraguay. No eran épocas de demasiados automóviles, ni pasaban tantos ómnibus como ahora; estaba el tranvía.
Su casa, en planta baja, tenía un balcón hacia adentro. Y ése sitio sirvió para pulir la puntería. “Comprábamos las pelotas de plástico, y ahí jugábamos con mi hermano y otros amigos. Si la pelota entraba al balcón, era un punto para nosotros. Si la pelota se iba a la calle, era punto para los rivales”. Cuando no había nadie, Ale seguía practicando, solitario, para “embocarla”, ajustando su alma a los futuros gritos de gol en los tiros libres que iban a venir…

En GEBA tuvo dos compañeros que llegaron a la primera de River, Daniel Crespo y Carlos Avanzi. Otros amigos recuerdan que “era una estrella sin estridencias, de chico era -lejos- el mejor y jamás lo vi cargar a nadie. Frágil, pero nadie se la podía sacar”, explicaba Hugo Soriani en el programa Era por abajo.
Marcos Cohen, el técnico de ese equipo (Moreno, tal lo llamaron) era famoso por su grito de “largala Alessss, largalaaa”. cuando el futuro diez de River.
Luego, tapado por Alonso, pudo brillar en el fútbol inglés, hasta que en 1982 el nuevo DT de Estudiantes, Carlos Bilardo, lo “repatrió” y fueron campeones. Y lo llevó a la Selección Mayor, en la Copa América de 1983, pero no lo tuvo en la lista final del Mundial de México 1986. Pasó por Gremio de Porto Alegre, Ferro y se retiró en Irapuato de Chile en 1989.

Alejandro Sabella y Silvana Rossi, quien fue su mujer en segundas nupcias, vivían en la calle 4 y 530. Criaron a dos hijos con las corridas e inquietudes típicas de los hijos, Alejandra y Alejo.
A cuatro cuadras tenían el lugar indicado para el juego que más quería Alejo Sabella, el único hijo varón del matrimonio. En 3 y 527 estaba Villa Rivera Agrupación Deportiva Infantil (VRADI). Parecía coincidir en las iniciales del club de su infancia, y además Alejandro se ubicaba detrás de un arco, tal como Toto hacía en GEBA.

Entrar a la cancha de VRADI era como ingresar a las páginas de un cuento fantástico, al bordear los antigüos galpones pertenecientes a Ferrocarriles Argentinos, ya que el campo de juego está a metros de la Estación de Tolosa. La alegría de los chicos, mezclada con el sonido del silbato de un referí y un tren que echa humo y sigue viaje.
Alejandro Sabella solía aparecer en los años 2007, 2008, con una sillita de camping, sacaba la entrada del campeonato de LISFI y vivía una experiencia social. “Quiero que Alejo conozca los barrios y se integre a los grupos”, recordó los dichos de Sabella alguna vez Alberto Palacios, el «Halcón», fotógrafo del fútbol infantil y vecino tolosano.
“Es un ejemplo para los padres del fútbol infantil, viene a disfrutar”, decía Jorge Gallego, un técnicio. “Es uno más, y qué tipazo, abierto”, confiesa Jorge Fernández, quien  este año cumple 30 años con los azules y rojos.
Sabella conoció a esa gente, indispensable actores de la trama comunitaria, que son los que luchan por mantener viva y organizada la pasión de los pibes. VRADI se fundó en plena crisis de 2001, cuando unas doce familias incluson fueron transmitar a Plaza Constitución los terrenos para ser locales. Lograron el “sentido de pertenencia” de tantos chicos, como el actual crack de los triperos, Ivo Mammini.

Sabella tenía un aire a Osvaldo Zubeldía (el técnico que en 1968 llevó a la gloria Pincha y del fútbol argentino, en Inglaterra). Ambos vivieron aprendiendo de las mismas preguntas que se hicieron, en distintas épocas. Fue un docente, más allá de aquel pergamino que le entregaron en la Escuela Técnico Docente “Adolfo Pedernera”, de la primera promoción que egresó en La Plata, en 1990, de las aulas del Albert Thomas.
El periodista Paulo Manuel Silva pensó en publicar el libro biográfico y Sabella no dudó, le vio la impronta de apasionado y joven estudioso, surgido de la Universidad Nacional de La Plata.
Cauto, medido, al estilo Sabella. Empezaron a charlar y juntar material en 2011 y para la previa del Mundial de 2014, el escritor le avisó que ya estaban para publicar la obra.
“¿Esperamos a que pase el Mundial?”, se preguntaron. Sabella le dijo. “¿Y si no ganamos la Copa?”.
Resultó ser el director técnico de la Selección Argentina subcampeona del Mundo en Brasil.
Finalmente, lo presentaron en 2018, el 12 de diciembre, en conmemoración de un título que ganó el Pincha, dirigido por Alejandro.

Queridísimo “Pachorra». Así lo habian bautizado en una Selección Juvenil que jugó en Chile, donde prolongaba la siesta un poco más que el resto de los compañeros.
Pudo haber sido abogado, pero el fútbol lo abrazó y lo dejó entre los hinchas para siempre en esa galería que aflora entre canciones y fotos, efemérides de campeonatos.
Contento, intuitivo, introvertido, que se conectaba al mundo exterior condensando en la acción la mejor energía para expresarse con pocas palabras.
Un espejo en el que muchos dirigidos se inspiraron, e incluso los futboleros que lo vivaron en una cancha. Dejó logros, que siempre son parecederos, comparado con otros regalos mayores. Tenía impregnado en su ADN la docencia, un oficio que fue de su madre y de su compañera hasta el último día.
Le gustaba pasar desapercibido, como uno más, y amar, sin apegarse, sinónimo de su alma sabia, y humilde, razones que nos inspiran a escribir este recuerdo.

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