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domingo, julio 7, 2024

Experiencia religiosa al borde del campo de juego

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La profesión del escriba me enseñó a mirar en perspectiva, y a que los medios somos los primeros productores de sentido. Crecía, apenas diez años, cuando la vida me cruzaba el clásico 100. Un dolor grande guardé ante la resistencia de papá que no quiso arriesgar con llevarme a la cancha. Ahora lo puedo entender, por lo que fue el fútbol en esos tiempos tan violentos, cuando recién dejábamos atrás siete años de dictadura. Recuerdo la radio en la cocina y la fantasía de que podía llegar a entrar al campo de juego por ahí. Todo está en la memoria y uno va sanando a medida que crece, pero jamás pensé que iba a cumplir un sueño, con la Experiencia Campo que organiza el Club Estudiantes de La Plata. El cero a cero no pasará más que de las charlas de esta semana. Pero el lugar no ha sido común, ya que no existe estadio en el país en situación semejante a ésta: uno parece un DT, o un jugador suplente. Lo que a uno se le ocurra, porque el cosquilleo da para todo, en el lateral de la calle 1.

La gravitación espiritual de un clásico platense. La fiesta de los hinchas por todas partes. Y como uno ya no cree en casualidades, en el pasillo interno de los palcos de 1 me fueron apareciendo jugadores de mi lejana infancia: Ponce, Camino —de la mano de sus nietas— y Guaita, para ver la picardía del “Bocha” ya no poniendole un pase de zurda a Guaita, y síuna graciosa bienvenida: “¿Ahora estás con las Lobas, vos…?” Cristian lo abrazó y trianguló con un comentario que descontractura tensiones de clásico: “El Bocha lo dice porque vengo de los Juegos Bonaerenses y me saqué una foto con las representantes del fútbol femenino, que resultaron ser las pibas de Gimnasia”. Sonrisas.

Pienso en el clásico donde Ponce metió el gol de tiro libre, ¡el cien! ¡cuando me moría por ir y no pude! Esa tarde plomiza que contrasta con este sol veraniego. Ponce usaba la 7 que ahora la lleva otro José, el santafestino que apodan «Principito» y se acaba de convirtir en el único hombre de esta tierra en haber jugado clásicos en el viejo estadio y el actual.
Banderas, disfraces, familias, y algún solitario que apura una merienda treinta minutos antes, en el León Ristó, como lo hace el doctor Ricardo Casinelli, quien meditaba sobre el por qué no va de titular Boselli, mientras «moja» la medialuna. Hace tiempo se hizo uno más del pueblo lindo de Magdalena donde como gerontólogo atendió a tanta gente, y mete sorbo al «feca» con reflexión premonitoria: «Carrillo se fue a hacer estudios a Europa, va a ver la dieta, por el tema de las lesiones”. Le preocupa la falta de definición.

Es un Estadio del modernismo, donde caben las artes clásicas; empezando por la arquitectura y la música, la pintura y la escultura, la danza y la poesía. Todo en UNO. Había un italiano que hace cien años opinaba que el cine es otro arte, y no falta la TV. Para mí, cabe una octava maravilla, el arte que emana de las raíces del fútbol argentino.
Una experiencia religiosa, donde en realidad adoramos a seres humanos, corporales, más que a Dios mismo. Sin embargo, me percato que algunos no dejan de invocar al Supremo. Un zurdazo de Santiago Ascacíbar desde afuera del área es desviado por Durso. En el córner se representa la danza, nadie puede escapar de la pareja que marca. El grito renace con fuerza pero es gracias a un cambio. «Boo-see-li… Boo-see-li» cuando a los 30 minutos se va con problemas físicos el chileno Altamirano.

La Experiencia Fútbol me tiene sentado, porque la organizacón solicita que uno esté en su butaca, pero los socios y socias se suelen poner de acuerdo, y más de uno deja que el vecino se levante y camine un poco por la alfombra. La verdad que en un clásico es casi imposible estar quieto. La adrenalina al bordem del campo te lleva con la atmósfera y con el vértigo que contagia el ritmo de los jugadores, a dos metros. A uno se le van los ojos cuando arrancan los uruguayos, el albirrojo Mendez o el albiazul Abaldo, en casi todo el partido con «estampilla» de marcación asfixiante. Pocas llegadas a fondo. Los símbolos son de otro color, el celeste de Andujar y el verde de Durso. Sobrios. Seguros.
Veo saltar a Mendez con una especie de tijera, pero la obra de arte no se inmortalizará. Eran los griegos que se esmeraban con las estatuas, dandole interés a las musculaturas. Uno de esos atletas parecidos a Rollheiser de piernas talladas en granito, aunque el 10 no es músculo puro, sino el dueño de una emocionalidad que lleva la pelota con el alma. En toda la cancha fue el primero en duelos ganados, 12 de 15. Y el jugador con más gambetas exitosas, 5, y al que más faltas le cometieron, 5.

Los años pasan, ya son veinte del último triunfo de Gimnasia acá, aunque no se puede ser tan drástico con este dato (del 2005 al 2018 los Leones jugaron de local en otros estadios). Recuerdo los dos goles de Sanguinetti, uno de Enría y el último de Sosa, para el 4-2 (el último grito de Gimnasia fue aquel del «Pampa» cuando revoleaba la camiseta). Una tarde en que dijo no puedo seguir dirigiendo «Cacho» Malbernat y catorce días después asumió otro símbolo, Bilardo.
Iba a empezar el segundo tiempo, pero antes me sorprende la vida, con una nota que me realiza Nicolás Barrionuevo, para las redes de Experiencia Campo. Aprovecho para contar esto que hoy plasmo con ustedes, que en ese arco de 57 (para donde iba a atacar el Pincha) se definió el clásico 100, «cuando yo era chico y no pude venir». Era parte de un dolor que curé. Solo sé que al otro día pude ver imagenes en un diario que solo trajo un par de fotos a color, pero que en la tapa puso la foto del gol, donde la «Tango» se fue a quedar con la eternidad gracias a José Daniel Ponce.

Segundo tiempo. Gimnasia tiene actitud, la misma que en aquella tarde lluviosa del clásico centenario tuvo Carlos Gerardo Russo, un 2 con la fuerza de un Enrique o un Morales, guardianes de la camiseta. Volvamos al arte. Los griegos hacían esculturas de atletas desnudos (“gimnos”, la palabra significa desnudo y allí deriva la raíz de la palabra “gimnasia”). Gimnasia está poniendo todo, como si la camiseta fuera parte de la piel.
La impaciencia, rasgo del mundo actual. Eso crece a medida que la pelota no entra, ni llega clara a los puntas. Saldrá el Príncipe Sosa, que es el Bocha Ponce de entonces…
“A Rollheiser le faltó más compañía de Sosa”, opina El Chino Benítez, que no es el que usted lector pensará (el Benítez campeón de América 2009), sino Luis “El Negro” Benitez, ex jugador de ambos clubes en inferiores, clase 75, ex árbitro y ahora técnico. Está también en la Experiencia Campo, con sus hijos que juegan en Everton, pegados a la estatua de Bilardo.

Del otro lado, veo a otro viejo zorro, Madelón, que cerró el partido desde el minuto cero. Sin embargo, va a sufrir como en sus años de jugador de San Lorenzo, cuando era uno de los «Camboyanos». Anoto: cabezazo de Santiago Núñez que roza el travesaño y sale. Y la más clara que pone el corazón en la garganta, trepó por el surco de 115 Eros Mancuso y el remate cruzado viborea cerca del palo izquierdo.
Hablamos de pintura, de música, de arquitectura, de danza y si faltaba la poesía, escuché a un niño pegar un grito emocionante, reclamando más a los futbolistas: “¡Esto es un clásicooo!”.

Clásicos, claro está, que como un buen libro o un disco, uno los lee o los escucha cuantas veces quiere, pero con la suerte de este partido, nadie va a revivirlo. Uno más al archivo. Las cábalas son esas cosas a las que se aferra el hincha cuando no hay garantías y ahí está Carlos Breccia, con un buzo rojo, el mismo que llevó a la final de ida con el Manchester United.
“Ya está”, fueron las últimas palabras de Carlos Salvador Bilardo en esta cancha, cuando ganó aquel clásico, con Sosa. Un tiempo de la vida en el que ya laburaba hacía diez años en el diario Hoy, con Esteban Marcos Trebucq, periodista que hoy se destaca en la pantalla de América y brinda conferencias sobre la historia de Estudiantes. Su sonrisa fue otro buen momento de este clásico. Con el pelado me unió el colegio Comercial San Martín, la Liga Amateur y la profesión, pero mucho más valioso es hoy decir que pateamos como amigos en la adolescencia. Y grité algún gol suyo en una exitosa Cuarta del Club Everton.

El reencuentro, la sonrisa, su hija y los duendes de este estadio, superaron con creces el cero a cero. Son los goles de la vida. Que es como un río que no se detiene, aunque se van perdiendo otras cosas, también se gana. Escribir es la expresión que me llevó a transitar tres décadas de periodista deportivo. Fue el lugar que encontré tal vez después de sufrir por la radio sin poder ver el clásico cien.
Camino por la alfombra como para ir buscando la calle. Saludo al profesor Pablo Zuazo, quien supo trabajar en distintos equipos (aquellos de Borgarelli, un técnico bilardista, hoy al frente de Las Malvinas).
La escultura del Narigón fue una marca personal de esta edición, de la que ya perdí el número. El viernes, a las siete de la tarde, un día previo al cotejo Estudiantes-Godoy Cruz por la continuidad de esta Copa de la Liga, acá mismo se presentará el libro “Operativo Tilcara 86”. Recomendable para los amantes del fútbol, contando alguna faceta más de lo que fue como técnico el hombre más ganador con Estudiantes. Mientras, quien suscribe, le informa a los gimnasistas que tuve el honor de escribir “Delmar, el Caballero del fútbol”, libro que hace un mes está a la venta y trata sobre eñl presidente que más años presidió al Lobo y que también fue socio vitalicio pincharrata. Somos todos una sola célula social. Qué duda cabe.

Ayer, cientos de miles de platenses (los que entraron y los que esta vez no) entendieron el mensaje. Quedamos todos en paz, más allá de los gustos. Sigamos cuidando del fútbol, el arte más maravilloso.

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