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jueves, julio 4, 2024

La gran esperanza del polo femenino vive en La Plata y se capacita en Inglaterra

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“Los caballos me gustaron desde chiquita, a los 8 años fue la primera vez que monté, era una semana santa y con la familia fuimos a una Estancia, donde me subieron a un caballo que no tenía montura; galopamos, me gustó, y después en el lugar donde vivo se inauguró un club de polo”, cuenta Chiara Nalli (16 años), hablando de la vocación que descubrió por casualidad.
Estudiante en el nivel secundario del colegio Patris, de City Bell, se soltó en el reportaje telefónico tal como lo hizo en sus primeros contactos con las caballadas, taco y bocha, curiosidad y talento. A estas horas está en Inglaterra tomando clases de perfeccionamiento.
Autovía 2, Kilómetro 64, un barrio ubicado entre La Plata y Brandsen, que fue pensado por desarrollistas italianos que le dieron el nombre de Area 60. Allí, la niña quedó bajo el influjo de una escuela de equitación. La familia había dado con un lugar para vivir con aire más puro, arboledas, lagunas. Hacia el fondo está La Reserva Escondida, con una cancha de golf, una de tenis y otra de fútbol; y en el acceso al predio, un sub barrio bautizado La Victoria Polo Country Club, donde existen dos canchas de polo. Fue en este lugar la profesora Carolina Gedge dejó un grato recuerdo en todo el alumnado. “Aprendí un montón, es muy buena enseñando, y se trata de una de las jugadoras pioneras en la zona, junto a sus tres hermanas”, expresó Chiara.
Corrían los primeros días de 2015. La camiseta es azul y en el escudo llevan un globo aerostático, ya que el día que inauguraron el barrio, los primeros habitantes se pudieron elevar en un globo y desde las alturas apreciaron el ambiente paradisíaco donde empezaban una nueva vida.

Ocho años después, cuando el frío empieza a ser el temario principal, y los polistas en la Argentina pasan a descansar, la platense Chiara marchó la última semana con destino a Inglaterra, ciudad de Cirenscester, donde la actividad no va a dar tregua, por la primavera y el verdor parejo de sus campos.
Otra jugadora de honor, Olivia Lamphee, la invitó a integrarse al Cirencester Park Polo Club, y por dos meses vivirá despierta un sueño para toda adolescente que, por otro lado, nunca había salido sola de casa. “Cuando es temporada de polo acá Olivia viene y juega, fue en febrero que la fuimos a ver a Coronel Suárez y nos contó cómo era la dinámica y cómo podíamos llevar a cabo esta experiencia”, dice Chiara, quien hoy está haciendo una especie de curso acelerado de idioma, y adquiriendo la sabiduría en aquel club, uno de los más antigüos (1894) y prestigiosos del polo mundial. En una de sus seis canchas apenas llegó, la joven de La Plata vio un partido mixto.
Si se comparase con otra disciplina al lugar que la cobija, Cirencester es al polo, lo que Wimbledon es al tenis. “Es un desafío, hasta el idioma. En Inglaterra es distinto, la cuida es muy especial”, trata de explicar con la observación tan propia de un joven que aprecia y se asombra por todo.
Argentina, en las raíces de sus primeros clubes deportivos, tiene un protagonismo enorme de inmigrantes ingleses, que trajeron costumbres. Los ganaderos británicos  nos han mostrado el polo y en 1875 se registra el primer partido jugado en Buenos Aires. La comunidad británica concibió entonces al deporte como elemento de sociabilidad y para la formación del carácter de los niños. No era tan solo un divertimento o un ejercicio físico: ser un “sportsman” implicaba una actitud ante la vida, desarrollar valores morales, como el compañerismo, la solidaridad, la entrega por una meta, la disciplina frente a la autoridad, el enfrentamiento duro pero leal con el rival.
En orden de aparición, los varones ingleses empezaron a practicar aquí lo mismo que hacían con sus padres en su tierra lejana: atletismo (carreras, saltos), natación, deportes náuticos (regatas en el Tigre), polo, rugby y fútbol.
El primero en fundarse fue Buenos Aires Polo Club el mismo año que nacía la ciudad de La Plata, 1882.
Esuchemos a Carolina Gedge, la profesora que ayudó a despertar el apasionamiento de Chiara Nalli: “Mi abuelo era inglés, jugaba allá hace cien años, era millonario, hijo del primer gobernador de Hong Kong. Al llegar a la Argentina compró un campo en Gómez (municipio de Coronel Brandsen) y armó una cancha». Allí descubrieron el placer por esta disciplina las cuatro nietas (las Gedge), que hace treinta años no podían conseguir fácilmente los elementos para jugar. «Nos quedábamos sin bocha para taquear, y había que ir a Pilar a comprarlas; mientras, taquéabamos con una naranjas que sacábamos de un naranjo enorme”, ríe de notalgia Caro.
Y al paso nos deja un comentario que se deshace en elogios para su ex dirigida. “Le va a ir cada vez mejor; Chiara es Chiara por el grupo familiar, en primer lugar, y por el director de Area 60, Miguel Scalise que le da importancia a ese club, busca partidos y lugares, porque además lo juega y se divierte, también apoya económicamente el crecimiento”, asegura la profesora de 53 años. Es más, poco a poco Area 60 se está poblando de polistas.
La superación de Chiara y el revuelo contagioso que provocó el viaje en la intimidad de sus compañeros, va paralelo al gran salto cuantitativo de las jugadoras. Desde la Asociación Argentina de Polo confirmaron de que «de los nuevos polistas hay un 70% mujeres». Sin embargo, continúa en la misma situación que los demás deportes donde no reciben remuneración. A favor, el poco tiempo de aparición en las competencias: del polo femenino se empezó a hablar en 1999. Ese año se contaban unas veinticinco chicas, entre ellas, las cuatro hermanas, «las chicas de La Plata», puntualizó Carolina.
En el caso de Chiara, con un par de sponsors, y la ayuda fundamental de su familia, puede disponer de sus caballos y un tráiler para los traslados.
A medida que se avanza, se torna necesario contar con mayor caballada (de dos a cuatro), abonar un arancel al cuidador (petisero) y reponer equipamiento. A todo eso, se debe sumar el precio de la inscripción y movilidad hasta el lugar. Se trata de un deporte donde casi todos los elementos cotizan en dólares: hoy sale 400 el casco y 100 cada taco (se usan varios).
Hay más gastos: mantenimiento de los campos, con fertilizantes. Si no se presentan buenos escenarios, esto podría desencadenar un accidente y este aspecto es central en las normas de organización y reglas del polo. Por ejemplo, en días de lluvia, se posterga.

Pamela Abae Quintaie es la mamá de Chiara. Se encarga de todos los detalles en la preparación de los partidos, entre los cuales hay un aspecto estético que la hija le encarga: que le haga trenzas a las colas de los caballos. También se encarga de supervisar al petisero, para que cada caballo tenga la montura y el freno que le corresponde. Un domingo, en partido por un torneo, Chiara tuvo una caída muy fuerte. A la madre no le quedaron dudas sobre el espíritu que envuelve a la gran jugadora, que aquella vez permaneció en un hospital, en observación. «No sufrió nada de gravedad, y yo me quedé con ella toda la noche. El lunes a la mañana, su equipo tenía que jugar su segundo partido y desde temprano, con un cuello ortopédico y la cara llena de raspones y moretones, empezó a preguntarme cuándo le daban el alta porque quería jugar. No lo podía creer después de la caída horrible que tuviera ganas de jugar. Obviamente, le dieron el alta, pero no la dejamos y se consiguió una jugadora suplente. Del hospital nos fuimos a ver el partido de sus compañeras y terminó ayudando a ensillar caballos y asistiendo al equipo».
Pablo Nalli, el jefe de familia, sabe de cada detalle en la carrera deportiva de Chiara. De extracto futbolero, ha ido embebiendo el conocimiento del polo y nos brinda algún detalle poco conocido del deporte. “Las vendas que usan los caballos son para protegerlos de los bochazos y los tacazos; ‘las manos’ se le dice a las patas delanteras. La cola va atada para que no se enganche con el taco. Y se suelen usar las crines bien al ras, por una cuestión estética”.
Los padres trabajan de músicos. Pablo toca el corno francés, y Pamela el oboe, en la Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata, como también lo han hecho en el teatro Colón y en la Sinfónica Nacional (CCK). En los últimos tres años vienen repartiendo la semana entre los ensayos y los torneos.

Chiara nació el 14 de diciembre de 2006, y al otro día hubo una cuota de emoción extra en casa. Estudiantes se consagró campeón al vencer a Boca (final desempate). “Me dejó ir al partido”, saca pecho papá pincha, sonriente. La anécdota nos adentró en otra de las habilidades y gustos de la joven, que confesó un gusto «por todos los deportes de equipo”. Segura de sí misma, de los días en que se mezclaba en algún picado, le atribuye haber aprendido bastante al hecho de «tener en el colegio a unos compañeros que juegan bárbaro», refiriéndose a Nicolás Barros Schelotto (hijo de Guillermo, ex ídolo de Gimnasia y de Boca). “Quise arrancar y fui a Estudiantes, con 13 años, y como no había juveniles, sino Primera y Reserva, tuve que jugar con chicas de 17 a 19. La diferencia física era grande, pero me acomodaba. Un día vino a vernos jugar Juan Sebastián Verón”, evoca Chiara.
En un año de fútbol alcanzó a jugar partidos amistosos, pero el fichaje no se dio, ya que «para jugar en Reserva tenía que tener cumplidos 14. Nos agarró la pandemia, y cuando tuve que optar por una de las dos actividades, fui por el lado del polo”.
Recuerdos de esos días maratónicos para su padre, que la pasaba a buscar por el colegio Patris (donde hoy cursa quinto año), la dejaba en el entrenamiento en el Country, y procedía a hacer otro viaje con Máximo Nalli (único hermano), que jugaba al rugby y con 20 años hoy estudia geología.
¿En qué se pueden parecer el polo y el fútbol? A nivel infraestructura, y economía, el primero reclama el mismo trato igualitario. En ese sentido, se hace cuesta arriba para las mujeres.
En cuanto al campo de juego, una cancha de polo equivalen a casi cinco campos de fútbol. La dimensión de 250 metros de largo por 160 de ancho es una característica sobresaliente del deporte que se juega con cuatro jinetes de cada lado (también se puede convenir jugar en canchas más reducidas).
Chiara destacó que “en el fútbol tenés torneos largos, con tabla; en el polo, tenés un torneo por fin de semana. En los dos casos podes formar equipos distintos, aunque en nuestro caso dependes de un mínimo de hándicap». Amplió: «Al ser un deporte de equipo, es muy importante la comunicación y entendimiento entre jugadores».
Consultada la profesora Carolina Gedge, “la gran diferencia es que acá no existe la posición adelantada, ¡fíjate qué ventaja! Cuando viene alguien le abrimos la cabeza a esa idea: si te paras al lado del arco y te llega la pelota, si la mete es gol…”

Lo deportivo no quita lo económico. Este aspecto suele ser un impedimento mientras se avanza en el interés de un jugador. Pero están aquellos que pueden jugarlo, al reservar una hora de clases en cualquier club que enseñe polo. “Esa clase no es más costosa que una de tenis, o ir a un gimnasio; el que quiera ir a montar y taquear un poco lo puede hacer, pero si querés avanzar, necesitás sponsors”, afirmó Pablo Nalli.
La familia de Chiara está muy agradecida con el director (polo manager) de Area 60, Miguel Scalise, «es un apasionado que ha hecho mucho para el crecimiento en la zona sur junto a otros referentes». Otra persona que ayudó mucho a Chiara es Miguel Acuña, prestigioso talabertero en el ambiente, fabricante de muy buenas monturas, cabezadas y frenos.
Los sponsors son una herramienta indispensable para poder practicar este deporte; a cambio, las empresas reciben propaganda en medios especializados con miles de seguidores en las redes sociales y con un target económico medio alto.
A veces, hay un afectuoso simpatizante, como “el nonno” Carlos Nalli, quien con su su imagen luminosa, y su generosidad, permitió que la nieta se mantuviera en constante progreso, metiendo la mano en el bolsillo para comprar algún caballo.

El polo femenino avanza y en el circuito de zona sur crecen los clubes. Haras del Sur, La Enriqueta, La Plata Polo Club, Area 60, Puesto Viejo.
La llama se sigue encendiendo. Chiara entiende que está en el polo no sólo para competir por competir, sino para ofrecer a la niñez y juventud como una herramienta pedagógica. En estos mismos momentos, en los fulgores de su aprendizaje en una institución inglesa, prepara la vuelta a La Reserva Escondida (su barrio) para que su energía interior de chica alegre y cuerpo aún pequeño, siga pidiendo paso.
Volverá a llegar del colegio, dejar su mochila, cambiar el uniforme y subir al caballo. Como el primer día que la vio Carolina, la nieta de aquel inglés. Todavía parece verla llegar a Chiara, con su mamá. “La peque me dijo ‘yo quiero jugar al polo’ con una certeza…. Creo que va a llegar lejos”.
A los dieciseis, por lo pronto, se está foguendo en la cuna de este deporte.

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