Dom, 23 noviembre, 2025
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Nahuel Losada: un sueño de penales que nos unió hace 21 años en Saladero de Berisso

Cantemos juntos, como Lanús anoche en Paraguay: “Que un amigo vas a encontrar…”
Esta historia nueva nos hermana en el viejo fútbol continental, la pasión que reemplaza al psicólogo, que a los argentinos nos representa más que un deporte. Una religión, con sus santos adorados.

Nahuel Losada, un rayo fugaz en cada uno de sus tres penales, una inspiración tras otra, un arquero moderno basada en el trabajo y en las esperanzas. El sábado 22 de noviembre de 2025 ya se hizo madrugada dominguera y esta luz nos encuentra mirando hacia su primera canchita, de Saladero Fútbol Club, en Berisso. Ahí lo conoce este periodista otro sábado lejano del 10 de enero de 2004. Seguro que acá estaría leyendo junto a ustedes El Gordo Juan Buszczak, recordadísimo fundador de Saladero en 1972, y de dos ligas, LIFIPA en 1986 y LAFIR en 1995. Su institución barrial lleva los colores celestes del Racing que eligió por las cosas del querer y el rojo de River que aún tiene el Flaco Héctor Pedersoli. Pero los dos son del paladar del barrio, la gambetita y los planes para dar una buena razón a que el fútbol tenga otro sentido. Es inevitable que la sangre fluya al compás de esta crónica, y estando frente a las fotos de Losada, es emoción pura, hermosa sensación de quienes vivimos aquel fútbol infantil sin redes sociales ni espejitos de ilusiones en treinta segundos de un reel. Es constancia. Es decisión. Es jugarse todo por un sueño…

Cancha de Saladero. La tarde de los penales con Losada a sus 10 años

Pasó el tiempo, el Gordo Juan no está pero me sonríe mientras creo que me lee. Lo siento al lado. Tampoco está el Bocha Eustaquio Berón, casero de la cancha y vecino de la mano de enfrente al campo de juego, que aquella plomiza tarde de enero aplaudía. Había puesto los globos para decorar la fiesta que hicimos con el diario. Elegimos Saladero, que era parte de mi infancia modelo ’74. Elegí creer en esa familia futbolera que en la semana organizaban una copa de leche para el verdadero motivo de existencia que deben perseguir. Saladero, el que empezó en centro cívico y luego fue local en una parroquia, tiene su tierra actual sobre el barrio La Unión (por la zona del Corralón y del Cementerio) desde que un Municipio les otorgó las tierras. De ahí salió Nahuel, hoy tapa de varios diarios, campeón de la edición 24ª de la Copa Sudamericana.

22 de noviembre de 2025. Tierra guaraní, talento berissense, historia copera

“¡Un fenómeno…!”, escucho el alma de Ariel Santillán, presidente de Saladero, uno de tantos que aprendieron aquí. El sueño se consumó en unos minutos, después de largas temporadas de Losada como profesional, donde ya demostraba (Belgrano, All Boys, Unión de Mar del Plata), “Estaba frente en el televisor atajando con él”, me cuenta el dirigente social que la última vez que vio a Losada fue para esas cosas que hacen en silencio los profesionales. Unos obsequios… remeras, guantes, «lo que necesiten». “Vino ese día y estábamos jugando un torneo en Villa Arguello, ‘Ariel, estoy en la casa de mi padre en Berisso’, me escribe. Y cuando le dije que estaba ahí se vino, saludó a todos los pibes…” Santillán deja otro concepto que abraza como los hinchas de Lanús en Asunción: “Creo que el universo se complota para que a la gente buena le salgan bien las cosas”.

Nahuel, aquel flacucho de la categoría ’93, que se anotó en el torneo de penales veintiún años atrás, cuando tenía diez, me llevó al archivo, a abrir ese álbum o túnel del tiempo donde guardo mi mayor tesoro: “Este dúo de Saladero, a solo un paso de la gloria”, titulaba. El comentario da cuenta que jugó con Ramiro Alvarez, “terribles penaleros de Saladero Fútbol Club, hicieron fama este verano llegando a la finalísima”. Una particularidad: habían quedado iguales con otra pareja y una nena de nombre Camila (que había llegado con ellos y con el papá de Nahuel) “sacó un papelito y los mandó a la final”. Ahí perdieron con Juan Percara y Leonel Isla, que se volvieron a La Plata con los premios. Se habían anotado 44 parejas. Anécdota de color: invitamos al arquero Alfredo Rodríguez (representante de la empresa Enevé en la regón) y por su gentileza sorteamos guantes. Ese «Mono» Rodríguez que se retiraba en Estrella ese año como campeón de la Liga Amateur y emprendía el rol de entrenador de arqueros. Anoche vio la consagración de Losada atajando tres penales al Mineiro de Brasil, en su caso, viendo la TV en Santiago del Estero donde trabaja para Central Córdoba. Otro berissense que en 2024 ganó la Copa Argentina.

Suplemento de los pibes, 8 páginas con los penales. A la derecha, el querido «Mono» Rodríguez

Aquel pibe, hoy hombre, anoche tuvo cosas del “Dibu” porque antes de la definción por penales sacó a cortar un contraataque que lo dejó cara a cara con un crack brasilseño a 10 minutos del telón del alargue, donde Nahuel respondió con sus piernas… Digno de final de Qatar con el marplatense Emiliano Martínez —son de la misma generación, Dibu ‘92, Nahuel 93 —.
Aquel torneo de verano, a pura amistad, y solidaridad de comerciantes que donaban para el evento, llevó a que se trasladaran de una punta a la otra de la región. Fueron ocho sábados, desde Villa Elisa hasta el Cementerio, pasando por Tolosa, Ensenada y Berisso. Cuando editábamos el miércoles aquel suplemento, a los mejores atajapenales los destacamos en una sección «El Goyco». Claro, aún faltaba para el fenomenal caso de «El Dibu».

A Losada lo dimos figura en la sección llamada «El Goyco»

El berissense escaló hacia el sueño en Estudiantes yendo a probarse por cuenta propia, y en el taxi de su inseparable guía bajo el techo de casa, un hombre macanudo, cordial, que supo transitar el camino de no ser invasivo y respetarlo en todo. El Pincha lo tuvo a la espera de su chance, porque el físico no se desarrolló con la rapidez de otros pibes.
Era “El Pollo”, como lo bautizó uno de sus primeros entrenadores personalizados del puesto solitario, Marcelo Salinas, quien anoche vio estalló de alegría en Mar del Plata donde festejaba con sus amigos de la ’67 de Estudiantes.
La AFA alza hoy la bandera granate de una gloriosa noche para el fútbol argentino, y ver lo que muchos no alcanzan a valorar. Esos clubes de barrio. Y puedo mirar atrás y por la senda que hemos pisado tantos seres, un ojo me permite ver este Lanús – Mineiro, la repetición eterna de los penales, mientras otro ojo —el del alma— me trae símbolos barriales, a aquel hincha de Saladero al que apodaron “Papelito” (por los bolsones que juntaba con diario picado para saludar a sus pibes), y a una bandada de madres solidarias y amorosas como “Betty”, a un torneo de cancha de siete, el de la Liga Ribereña, que ese tiempo presentaba la inocencia de Alan Riel (hoy el 1 de Estrella) en la 92 de Deportivo Berisso, y a un delantero Leonardo Maronucci (ahora de Chaco For Ever) que en jornadas de Villa San Carlos y Saladero lo ponía frente a Nahuel en la ’93.

La lista de 22 parejas anotadas. En el casillero 13, Losada y Alvarez

Berisso ya había dado un arquero para el Club Atlético Lanús, Ruben Celadilla, que jugó 15 partidos en el campeonato de Primera División de 1958. Uno de esos ídolos antigüos que viajaban en tranvía, luego en tren y después como podían llegaban a la cancha. A Celadilla lo recordaba anoche «Cacho» Massa, entrenador retirado hace tiempo del fútbol profesional, subrayando que «esos jugadores lejos estaban de tener un auto pero contaban con las mismas ilusiones y sacrificios que este muy buen arquero Losada. Te digo más, Celadilla había ido a la tercera de Boca y de ahí pasó a Lanús, y en mi juventud trabajé con un hermano en el frigorífico Swift».

Saludos, don Nahuel. La historia le hizo el lugarcito que merecía. A ese niño rubio que un día se anotó para el desafío de penales de “El Clasiquito”, sin saber que hoy, a ese organizador, usted le estaría dando una alegría enorme.
Y desde Saladero preparan otro cuadrito para la galería de figuras surgidos en el barrio y que han abastecido a la industria del fútbol de Primera. Claudio Bozok, Carlos Girardengo, Ricardo Iribarren, Ariel Ulloa, Martín Sabio, Diego Rodríguez… Incluso hoy Christian Serrano, otro amigo de Saladero, se destaca en el análisis táctico de video (videoanlista), y el ya citado Alfredo Rodríguez que es preparador de arqueros. Eran pichones que mandó a firmar planillas el Gordo involucrándolos en el mejor juego del mundo, como si avizorara un futuro. Aquel de vozarrón y cuerpo grandes, que dirigió desde la 64 hasta la 04. Toda una vida. Y que conoció a Nahuelito. Lo puedo ver caminando lento, mientras cierro la crónica, y puedo revivir su pensamiento de inmigrante que se plantaba ante las dificultades. “¡Están bárbaras las ideas, pero necesitamos manos para hacerlas realidad!”, decía el polaco, y así fundó Saladero, y después una liga (la pionera) para terminar con torneos informales de barrio contra barrio, de grados de una escuela contra los pibes de aquella esquina. El Gordo que hizo un club, y contagió a tantos a empujar del carro de tres colores y un simpático muñequito pisando la pelota como escudo. Ahí donde empezó Nahuel Losada.

Esta nota está dedicada especialmente a la familia Castillo, en memoria a Roberto «Cata» Castillo, uno de los entrenadores de Saladero Fútbol Club que nos dejara físicamente la última semana.

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