El expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica falleció este martes a los 89 años, luego de atravesar la etapa final de un cáncer de esófago que se había extendido a otros órganos. Pasó sus últimos meses en su chacra de Rincón del Cerro, donde recibió cuidados paliativos en un entorno íntimo y apartado, como él mismo había deseado.
“Me estoy muriendo. El guerrero tiene derecho a su descanso”, había dicho en enero en una entrevista con el semanario Búsqueda, cuando confirmó que no podía someterse a tratamientos agresivos por su edad y otras enfermedades crónicas. Con esa frase directa y serena, el líder más austero y emblemático de la región se despidió de la vida pública, en la que dejó una huella profunda.
En esa última entrevista también reveló que quería morir en su hogar, cerca de la sequoia donde está enterrada su perra Manuela. “Estoy haciendo los papeles para que ahí también me entierren a mí. Y ya está”, había expresado con su habitual sencillez.
A fines de 2023, Mujica se sometió a un procedimiento médico para poder alimentarse e hidratarse con mayor facilidad. Desde entonces, su presencia pública fue prácticamente nula. Ya retirado de la política activa, pidió que no se le hicieran más entrevistas y que lo dejaran en paz. “Ya terminó mi ciclo. Lo que pido es que me dejen tranquilo”, había dicho.
Su partida marca el fin de una era en la política latinoamericana. Exguerrillero tupamaro, preso político durante más de una década en condiciones infrahumanas, presidente entre 2010 y 2015, y figura global por su estilo de vida austero y sus discursos cargados de humanidad y filosofía popular, Mujica deja un legado difícil de igualar. Con él, se va uno de los últimos referentes de una generación de líderes que marcaron a fuego la historia reciente del continente.
