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domingo, julio 7, 2024

Sentimientos familiares, hermanos del fútbol y piropos de la hinchada en los 80 años de Juan Ramón Verón

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El diario que llevaba bajo el brazo tenía la noticia de su cumpleaños. Amaneció el último  domingo con 80 marzos Juan Ramón Verón, jugosa fecha y con partido ante Boca Juniors en ese estadio cercano a su domicilio. Ese Club Estudiantes al que no faltó nunca más desde que lo conoció hace 57 años, cuando fue el pibe que quedó y el hombre que maduró y encontró allí su trabajo.

Puede saber todo, pero esta vez no sabrá absolutamente nada de lo que le organizaron, la sorpresa que si pesqué fue por un «rebote» (se le escapó a un ídolo, tan glorioso como él) y porque encontré quizás un premio de tanto ir a los homenajes y destacar las efemérides. «La Bruja» iba a entrar a la cancha y si no estaba elegante para la ocasión, es porque no se imaginaba. Y porque además nunca es sofisticado para vestir. Lo cierto es todos iban a verlo y el mundo también, porque la televisión se enganchó con el espectáculo.

Día largo. Atendió llamadas y una de ellas era de Graciela Asprea, una amiga de la vida. Le aflojó las primeras lágrimas cuando la viuda de Eduardo Flores quiso saludarlo. Y fue algo parecido a sentir a «El Bocha», que partió hace dos años. Como sé quisieron; si eran pibes cuando empezaron a jugar en Novena en 1957, cuando debutaron con 18 el mismo día en Primera, cuando se sorprendían de tanta gente que copaba la tribuna a la mañana para verlos en La Tercera que Mata de 1964, y cuando empezaron a encontrar cada vez más popularidad con la primera gema de 1967 que trajo toda una ristra. Y cuando salían de viaje porque probaban juveniles.

Berisso, una contraseña con la que Juan Ramón me atendió sonriente, siempre. “Soy López, periodista oriundo de la ciudad del inmigrante”. Criados en distintas épocas. Allá vivió con sus padres, dos provincianos, tres hermanos, en casa de ladrillos de adobe, en el barrio de Villa San Carlos, cuando las calles de tierra se volvían un lodazal con las lluvias y con zanjas a los dos lados. El rancho que don Juan (el padre) quería mantener igual hasta el final, y que apenas aceptó modificar la carpeta cuando su hijo ya había logrado unos pesos importantes con el virtuosismo de la pelota de fútbol y los campeonatos de un gran equipo Pinchas. A dos cuadras vive hoy una prima que llegó temprano a UNO, Cecilia Fabiana Verón, “Fabi”, como le dice Juan. A la fiesta llega con el hijo Franco Ilow. «Mi papá Antonio fue su primo hermano. Y fue jugador también, pero no llegó”.

La ansiedad no es propiedad de los Verón. Lo compruebo en el vallado de 2 y 56. Ahí se fijaron el punto de encuentro, a través de un grupo de Wathsapp (numerosísimo árbol familiar). «El que pueda ir, nos veremos ahí». Los tres hijos mayores Mónica, Alejandra y Fabián son tan unidos que se entienden con una mirada y, calcados al padre, no son de hablar tanto. Las mujeres se preocupaban porque no querían que Juan descubriera algo de lo que se venía. Ellas iban por primera vez al nuevo Estadio, salvo Moni que llegó cuando lo construían. A la vieja cancha claro que lo conocieron bien, en épocas del win zurdo.

Hasta la puerta de Experiencia Campo toda expectativa, exhibieron el DNI en el chequeo y la pulserita los dejó en la fiesta misma. Figuras especiales, también dos ex jugadores de la Liga Amateur, Joel y Johsuá, con la consigna hermosa de esperar al abuelo en el círculo central delante de miles y miles de personas. Otro poco percibo la incomodidad por tanta exposición, como le pasaba a JR que ya al retirarse, «le daba cosa que lo aclamaran tanto”, como evoca Daniel Ridner, quien una vez lo llevó a inaugurar una Filial en Henderson.

Llegó Iani Verón —el hijo menor de JR—, con una camiseta adherida a su piel como si estuviera tatuada a su cuerpo estilizado, con el 11, claro. No veíamos a sus hermanos Juan Sebastián y Yesmil, pero tres minutos después de Iani entró su papá, a las 20.10, a sesenta minutos del inicio del encuentro por la Liga Profesional.
La mente de Juan Ramón rondaba en la idea saludar a los muchachos en el vestuario, y de sus deseos estuvo al tanto el técnico Eduardo Domínguez, que lo esperaba, tal como lo hizo en la semana, post caída con River. Pero entró a la recepción que prepararon en la Sala Old Trafford del WorkClub Estudiantes y los minutos se consumieron rápido.

“Nos sirvieron unos sanguchitos y entró mi viejo… Creo que se imaginaría algo…”, piensa hoy Mónica. En ese momento las mozas, vestidas con sombreros de bruja, traían las copas del brindis. Agustina, pareja de Juan, dialogaba con Mónica y Fabián. La expectativa iba creciendo.

Estaban los visitantes que han dejado su huella de botines en esa tierra de campeones.
Desde San Jorge, provincia de Santa Fe, llegó Marcos Conigliaro. Desde Tandil, Daniel Romeo. Desde Derqui, partido de Pilar, Camilo Aguilar. Desde Villa Elisa, Gabriel Flores, un “Bambi” que destila alegría y al mejor estilo Pep Guardiola me brinda un “bien hecho”, por una nota que salió ese mismo día en VIVE. Llegaron más ex jugadores. Desde Bernal, Sergio Gurrieri. Desde CABA, Luis Islas. Desde Berisso, Leandro Benítez.

Hubo un dialoguito.
—Camilo Aguilar, ¿te acordas de mí?
—¿Tenes algo que ver con este hombre…? (se hizo el que dudaba el ex goleador y amigo de su padre de toda una vida). ¡Vos sos Moni!

Con los minutos de la televisión estrictos, como si fuera una orden precisa del recordado profesor Kistenmacher, alguien invitó a salir. Estudiantes se acostumbró al homenaje y tiene aceitado los tiempos. En los pasillos del León Bar Bistro disfrutaba una comida «El Tecla» Farías, quien ha marcado exactamente los mismos goles oficiales en Estudiantes que «La Bruja»: noventa y seis. Entre los comensales, Juan Krupoviesa también brindó y siguió hacia un palco.
Retuvieron al ídolo un poco, como hacía él cuando se la daban para que «aguante la pelota».

Ahora sí, allá viene. En ese instante ya pisaban el césped los de la familia de sangre, hijos/as, nietos/as, primos/as. Joel Verón este año cumplirá 30 y emocionado valora una carrera grandiosa que de a poco descubrió con internet.

La «Bruja» caminó el rectángulo donde jugó y bailó, escoltado por gente que lo quiere y que trabajó en la organización: del staff del Estadio, Fernando Díaz Savigne, el delegado de UTEDYC, Sergio Sánchez, y el doctor Luis Alvarez Gelves, quien tenía 9 años cuando el mismo amor a los colores y a sus ídolos lo puso en un avión destino a Uruguay, para ver la final con Nacional.
Fabiana Verón no pudo más y salió a su encuentro, primera; esperaban en primer lugar, sus hermanos ex deportistas. Conigliaro miraba hacia todos lados con la cara radiante de alegría. Romeo, «Pechito», sentía la juventud divina cuando vino de Tandil con 17 años. Una familia de rostros radiantes por semejante emoción.

De repetente, las luces se apagaron por completo. En la popular de 57 los hinchas desplegó una bandera con la camiseta 11. Más arriba, por la pantalla se empezaron a emitir  goles y fotos, con una voz en off, la de su hijo Juan Sebastián, el otro gigante futbolístico que por derivado un día aceptó que lo llamaran «La Brujita».
“Trascender es dejar un legado. Para trascender se requiere de ciertos poderes… una mezcla de mística y magia… Porque trascender al tiempo es, en definitiva, una especie de brujería”.
Una pelicula en tiempo real. A Mónica le dio escalofríos. Después confiesa que fue volver a la niñez cuando recibían al padre en el aeropuerto. Su hermano famoso, Sebastián, que preguntó ahí nomás a la primogénita dónde iba a ver el partido. “No, Sebi. Soy de la cábala, esta campaña no estuve, me voy”. Eso de Sebi es una marca en el corazón que viene de 1977, cuando el actual directivo tenía 2 años de vida y vivieron en Barranquilla, Colombia.
Levantan la réplica de la Copa Intercontinental, Conigliaro, Romeo, Aguilar, Verón, Gabriel Flores.

Camilo Aguilar había llegado el jueves con un sobrino. En su aire de campo se adivina algo de Junín, la tierra de don Osvaldo Zubeldía y don Hugo Spadaro, dos maestros que tal como dijo Pichuco Troilo en un tango, «ya se mudaron de barrio».
La leyenda anda de un jeans gastado, zapatillas, sin medias y buzo gris. «Maneja la situación con toda la calma, es un hombre que está en paz con su vida», reflexiona Gabriel Pregal, un par de días después. El «Gordo» Gabriel que fue el conductor del acto breve y eterno. “Legado, mística…”, hacía eco su voz del Estadio.
Una nieta, Bianca, junto a Sebastián, le entregaron el regalo: camiseta nueva, la última.
Renacía un grito de medio siglo: «Si ve una bruja, montada en una escoba»…
Se colmaron los corazones hasta reconfortarlos. Se veía el brillo de la emoción en el semblante del zigzagueante crack de antaño que no pudo y no quiso gambetear la sorpresa.

Un amor incondicional y te diría único por Estudiantes de La Plata”, definió a su padre el bueno de Iani.
Empezaron a despejar el campo porque se vinieron los equipos.
Regresó este periodista a un sector asignado y cumplió con creces la ocasión de cubrir los 80 de Verón., como fui a los 75, cuando jugaba a la pelota en Villa Elisa.
Sus seres queridos se fueron acomodando en distintos lugares del «Jorge Hirschi».
Los recuerdos se pusieron en maceración y desprendieron su esencia.
Un Pincha, buen amigo, Pablo Morosini Zapatel, 42 años, comparte su sentimiento luego de corear junto a su sobrino el apodo hechicero de este símbolo del fútbol mundial. “Por lo que nos dio, por la nostalgia, por verlo levantar la Copa con Marcos, porque también cumplió el Narigón, hoy estoy orgulloso del Club. Nos encargamos de hacerles conocer a los más chicos quiénes fueron nuestros héroes o los héroes de nuestros viejos, abuelos y tíos”.
Alejandra, una mujer a la que Juan Ramón le dio la vida, que habla poco y es agradecida, abrazada a su pareja, a «Dani»,  Ramón Daniel González, sabe bien que una noche como ésta no habrá ninguna. Como tampoco podrá esperarse por un brillante futbolista de la magnitud de éste integrante del ataque del equipo de don Osvaldo, no habrá ninguno igual…
El cuarto hijo jugaba en otra posición, por su altura y características, aunque también su lectura del juego, supo encantar a los dioses.

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