El nuevo gulag es, como el denunciado por Alexander Solzhenitsyn en 1973, una sucesión de lugares secretos y oscuros en la vasta geografía rusa donde su industria penal sigue aplicando los viejos manuales represivos soviéticos. Las pruebas de ese régimen tienen nombres y apellidos: los presos ucranianos que, cada pocos meses, son intercambiados por prisioneros rusos en un punto no revelado entre el territorio de Ucrania y el controlado por Rusia.
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