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  • Guido Carrillo, con los genes de un abuelo goleador y el amor al pueblo de Magdalena

    Guido Marcelo Carrillo es un hombre común. No es un súper héroe, por más millones de likes (me gusta) que le den a fotos, videos y todo lo moderno que trae la ciencia.  Por más medalla de la Copa Argentina 2023, por dentro es muy parecido a los años juveniles, del amateur, aquellas historias que no fueron archivadas. Este futbolista con afiche de campeón todavía se pone colorado a los 32 años si le hablan de él.
    Nació el 25 de mayo de 1991, el cuarto hijo de los cinco que criaron Laura Mayora, que trabajaba de maestra jardinera, y de Marcelo Carrillo, actual asesor de seguros, que tuvo que dejar su sueño de futbolista al lesionarse en Independiente de Avellaneda, en Cuarta.
    Al padre le gustaban los nombres cortos, para evitar los seudónimos.
    En los genes de la madres estaban otros goles, de un ex jugador de Estudiantes al que también le faltó poco para jugar en Primera. Raúl Omar Mayora (abuelo materno de Guido) también «vino de Magdalena» y se desempeñó como centrodelantero. Disputó los preliminares de primera de AFA durante los años 1946 y 1947, y entre Tercera y Reserva, tuvo 27 presencias, con 17 goles, cuando la gente podía ver tres partidos pagando una sola entrada.

    “Con cinco hijos se deja mucho de lado, y para que puedas acompañar hasta La Plata, me ayudó el abuelo de Guido”, explica Marcelo, serio, muy parecido a Guido.
    Coincidimos en que en su ciudad ahora conoce la sensual mano de la fama, y que hace 40 años Magdalena tenía un par de ejemplos aislados, que en el altar de la Primera llevó al «Negro» Manuel Cheiles, en Gimnasia, allá por 1974 y luego Olimpo de Bahía Blanca.
    Chailes movilizó a los Carrillo y otros futboleros un domingo de 1985 para ver al «Negro”, que jugó con Santamarina de Tandil y se mandaron un partidazo en 57 y 1, cayendo 1  a 0 con el Estudiantes del «Flaco» Zucarelli.
    En los noventa encontramos a otro crack magdalenense, de primer nivel, Edgardo Zapiola, quien en 1991 jugó un Sudamericano Juvenil en Venezuela (dirigido por «Mostaza» Merlo) y fue figura de una Reserva campeona del Pincha en 1992-1993 (junto al «Loco» Palermo y al «Rulo» París).

    Hay un par que quedaron ahí de jugar en la Primera de Estudiantes.
    Década del 90. Otro habilidoso nacido en el pueblo es Leonardo Gómez, quien fue llevado a la pretemporada de 1996 por el «Profe» Córdoba; jugó dos amistosos, con Independiente y con Huracán de Tres Arroyos, pero no alcanzó a debutar en un plantel cargado de figuras. Quedó libre y se recibió de abogado, llegando a ser candidato a intendente.

    Hagamos historia hasta escurrir todos los datos.
    —Guido Carrillo, ¿nació en Magdalena o es de esos casos que nacen en La Plata y se van a Magdalena?, preguntaba Claudio Alvarez, periodista que trabajó en Sport 80 con Víctor Hugo Morales, y hoy es un estricto historiador de Estudiantes de La Plata. Con su consulta, frente al papá del ídolo, llegó la respuesta contundente: “Sí, nació en La Plata, pero fue porque Laura tenía un ginecólogo platense y nos llevó a tener familia allá, por un tema sanitario, pero a las 24 horas ya estábamos en Magdalena”.
    Al mismo colega le debemos la info de que Raúl O. Mayora fue goleador de la Tercera y de la Reserva, aunque no podía sacar el segundo nombre, ya que «en los boletines de AFA no figuraba». El toque se lo dimos desde VIVE LA PLATA, Raúl Omar. (Con el carnet de jugador que es gentileza de la madre de Guido).

    Lo cierto es que ningún muchacho pudo afianzarse en Primer hasta que Guido Carrillo saltó a la cancha en el año 2011, y cuatro días antes de cumplir los 20 años jugó los primeros minutos. Y resultó que se abría una dinastía de magdalenenses a los que se le iba a dar en éste fútbol globalizado, donde los pibes tienen mayores chances y comodidades como no pasaba antes. En Estudiantes también fueron profesionales Francisco Apaolaza, Emiliano Ozuna, Matías Pellegrini y Franco Zapiola (hijo de Edgardo), éste último, campeón en la Copa Argentina, siendo titular junto a Guido en la noche consagratoria del pasado miércoles 13 de diciembre de 2023.

    Los Carrillo son hinchas de Unión y Fuerza. “Acá venían cracks de La Plata, jugadores de Cambaceres y de Villa San Carlos, porque la Liga era libre, no había afiliación a la AFA y podían jugar en los dos lados”. Marcelo Carrillo, clase 1965, también fue centrodelantero en la vieja Liga Magdalenense, brillando con la aurinegra de Unión y Fuerza. Y a los 17 se fue a probar suerte a Independiente de Avellaneda, quedó fichado, pero una lesión limitante lo sacó del sueño en Cuarta división. No pudo jugar más.
    Respiran fútbol amateur, desde antes que nazca Guido, llevaba a la cancha del pueblo a su hijo mayor, Manuel Carrillo, que también es «9». La pasión en el pueblo tiene otros colores… los de la dura competencia, Villa Garibaldi, Sport Club, Atalaya y Racing de Bavio.

    “Guido nació con problemas asmáticos”, nos conduce por los laberintos de la vida ese padre laburante de sol a sol. Vamos descubriendo que la historia de Guido no es toda maravillosa. Un especialista le recomendó a los padres que hiciera un deporte. Así, “a los 4 años lo llevé al CRIM y empezó todo”.
    Anduvo bien, como el equipo de la Categoría 1991. Esa fue la cuna. Torneos de LISFI, cada quince días con equipos de La Plata. El primer campeonato largo por los puntos fue el de 1999, cuando todo el año estuvieron arriba con 19 de Febrero, del barrio Jardín, zona sur del conurbano platense.
    El club de camiseta naranja con sus siglas breves llevan una identidad; la infancia y el pueblo. CRIM es Centro Recreativo Infantil Magdalena. Ahí se conocen todos. Guido, con la 9, tiene de compañerito a Diego Gómez, el 5, que es hermano de Leo Gómez (aquel ex Estudiantes, de la categoría 75 que fue compañero en juveniles con Sebastián Verón).
    “Nos hizo parte de su gran carrera, por más que és el protagonista, incluyó a su familia y a sus amigos”, explica Juan Andrés Stura, quien a los 7 años llegó a vivir al pueblo, por decisión de su mamá, que cambió el barrio porteño de Belgrano por la paz de Magdalena.
    Alberto Mendez formó al equipo, y hoy con 70 años intenta mirar atrás, sin poder dejar de emocionarse hasta las lágrimas. “Lo único importante en la vida es cuando cosechás respeto, es lo que Guido se ganó y eso en la vida no te lo pueden regalar”, dice el primer entrenador.

    Por aquel entonces, el periodista que suscribe esta nota producía un suplemento en el diario Hoy de La Plata, que fue furor en toda la región, El Clasiquito. Con fotógrafo, se llegó hasta la cancha del CRIM en la primavera del 2000. Ya había pasado el partido de la famosa 91 (por lo general le tocaba al mediodía). Esa tarde estaba en la mesa de planillas Roxana Lara, la entrenadora del equipo que marchaba hacia el campeonato. Ella
    “era la auxiliar en la 87 y la delegada en la 91”, en tiempos donde Alberto Mendez era un padre, porque se había tomado un descanso como entrenador.
    Roxana decía en aquella nota: «Esto que nos da CRIM es hermoso. Ya van dos años que salen campeones; aparte ganaron el Torneo de Campeones, eso fue más lindo todavía porque fue una final con Ateneo, por penales, eso fue lo más emocionante».
    Quien llevaba todas las estadísticas era Oscar Pedranzzani, el secretario general. Presidía el club César Aguerre, el del taller mecánico y sabía contarse la vida de todo el pueblo.
    Evoca la base del equipo: el 1 Martin Capone, el 2 Lautaro Gaddi, el 3 Marcelo Maidana, el 4 Agustín Mendez, el 5 Diego Gómez, el 7 José Omar Riquelme y el 9 Carrillo. También jugaban Juan Andrés Stura, Guillermo Capsurak, Matías Henricot, Ignacio Rosales, Marcelo Cuellar y Martín Venegas.
    Va una foto, de colección para los historiadores. De izquierda a derecha, parados: Carrillo, Rosales, Stura, «Cafú» Maidana, «Tito» Capone, Roxana Lara DT; agachados: Gómez, Cuellar, Gaddi, «Toro» Méndez, Riquelme y Henricot.

    Riquelme, emulando a Román, era uno de los cracks, y hoy atiende un bar en Bariloche. Entre los papás, Ramón Venegas era el choripanero oficial del club. Los apodaron como a una “Maquinita”. De visitante, recuerdan que la familia Carrillo se quedaba a pasear por La Plata, con algún pibe como invitado. Muy futboleros eran los tíos de Guido, Federico Carrillo y Aldo Carrillo. Tenían una quinta donde festejaban los cumpleaños y era pelota y pelota, con el primo Harris, que también jugaba en el CRIM, para la 89.
    A los fulbazos en la calle, donde la puerta del garaje era el arco, en la casa de Guido, donde cortaban la calle; y si no había, fabricaban una de trapo.
    En la Liga Sur de Fútbol Infantil (LISFI) había una reglamentación: si había ocho goles de diferencia, se suspendía el partido. La 91, si ganaba 7 a 0, solía dejar hacerse un gol para seguir jugando. Y después metían otros dos y terminaba. Por eso, quedaron registrados algunos partidos con el mismo resultado 9 a 1, por ejemplo, ante Gimnasia de Los Hornos (en ese club pero en la 88 se divertía Lucas Pratto, hoy hombre de Defensa y Justicia).

    La categoría “egresó” de cancha de 7 en 2003, pero dos años antes Guido empezó a faltar, porque se sumó a Estudiantes.
    Llegó a jugar hasta 2001. Se recuerda su última vuelta olímpica, el 18 noviembre de 2001, cuando le ganaron 2-0 a Juventud, de locales, y al día siguiente, volvieron a jugar (feriado en La Plata, por el aniversario) y golear 6-2 a Monasterio. El torneo finalizó en sus principales puestos así: CRIM 48, CRIBA 41, Hernández 32, Monasterio 31.
    Guido fue observado por técnicos de infantiles de Estudiantes y de Gimnasia.  “Fui a ver los dos clubes, pero me gustó mucho más las instalaciones del Pincha, en la prueba le fue bien y lo ficharon”, recuerda el padre. Con un detalle: cuando se probó nunca había jugado en la once. Lo ficharon en la competencia de la Liga Metropolitana.

    “No estábamos preparado para empezar a viajar de Magdalena a City Bell, dos veces por semana, en la primera época. Ante los contratiempos en casa, apareció el abuelo Víctor Carrillo como me ayudante de su padre en temas de la oficina, y entonces Marcelo podía llevarlo, esperarlo y volverse junto al nene. “Si lo poníamos en la pensión podía durar un año…”, reflexiona.
    El alma del área social era Ruben Bedogni (un campeón de 1967, dirigido por Zubeldía). “Pelusa” le dijo al papá de Guido: “Si podés viajá, para que no se desarraigue”.
    Tenía 11 años y sorprendió al DT Luis Ceferino Suárez, ex mediocampista de la primera en los años noventa. Guido, con un cuerpito algo morrudo, hizo 3 goles;: en uno le enganchó y eludió al arquero, tocando a la red. El DT paró la práctica y le pidió que repitiera, encarando con el otro perfil y tratando de definir otra vez. Lo hizo bien. El coordinador de infantiles era Carlos Bottegal, quien también había encontrado en Coronel Súarez a un pichón muy habilidoso: Benjamín Rollheiser.
    Por aquellos días le pregunté a Bottegal si me recomendaba a un pibe con futuro, para una producción fotográfica en las escalinatas de La Catedral. Y apareció, manso y obediente, en familia, Guido Carrillo.

    «Le decían Gordo, pero no tenía nada de eso», aclara el padre. En Prenovena fue campeón, en una final que terminó por penales, ante Vélez, en el estadio de Comunicaciones. Allí fue su técnico un ex «9», Alejandro “Poroto” Russo, el preparador físico Gustavo Echeverría, y el médico  Carlos Eugenio.
    «Guido venía de una lesión en la espalda que lo dejó afuera de la Copa Nike», apuntó el «Negro» Omar Rulli, quien era el delegado ante la liga y es el papá del arquero de la Selección campeona del Mundo en Qatar 2022.
    “Guido siempre mojaba”, cuenta Gabriel Recavarren, uno de sus compañeros albirrojos, el pibe que más partidos jugó con la 91 Pincha y que llegó hasta la reserva, llegando a hacer pretemporada de invierno con Sabella.
    “A la gloria no se llega por un camino de rosas”, dijo una vez Osvaldo Zubeldía, el DT del León que fue campeón intercontinental 1968. Guido tuvo problemas de cartílagos de crecimiento y muchas veces quedaba sin jugar por causa de los dolores.
    De hecho, en su primer clásico en Novena, el martes 28 de junio de 2005, el DT Cristian Guaita (otro ex delantero formado y consagrado en Estudiantes), lo incluyó en el banco, pero lo puso en los últimos 15 minutos de un partido que finalizó 1 a 1. Esa misma tarde en el Estadio de 60 y 118, en Séptima, hubo goleada albirroja 5-2, con dos goles de Pablo Piatti.
    En 2006, en el clásico de Octava, se jugó en la cancha auxiliar 5 del Country. Donde estaba la montaña de tierra, la que se usaba en tiempos del DT Eduardo Solari para hacer potencia; montaña que, en ese clasiquito, se usó de tribuna y quedó nevada de papelitos.
    El viernes 11 de agosto de 2006 Guido fue el autor de los dos goles de la remontada, ya que perdían 2-0. Llevaba la camiseta 7 y en una ráfaga de siete minutos (a los 28 y 35 del segundo tiempo) edificó el empate. Los entrenaba Juan José Tejeda.

    Pibe de perfil bajo, una forma de ser, de pocas palabras y carácter templado. También se lo recuerda con broncas dentro de la cancha, desde muy chico.
    Fue goleador del equipo en sus primeros tres años, pero tras unas vacaciones se plantó y dijo no voy más. No se presentaba a la pretemporada en Séptima y tuvo que acudir el coordinador Claudio Vivas (ex ayudante de Bielsa en la Selección Argentina). Al parecer, un preparador físico fue el que lo convenció. Retomó.
    En Sexta pudieron alquilar un departamento que compartió con la hermana Sol Carrillo, que estudiaba en La Plata. “Fueron cinco años de ir y venir, de los 11 años de edad a los 16. Cuando nos preguntan hoy cómo hicimos, cómo fue futbolista, digo que la carrera fue muy exigente”, afirma Marcelo.

    “Esta foto es de un 5 a 1 contra All Boys, en Quinta división”, recuerda Gaby Recavarren (hijo de un defensor que debutó con Bilardo en los años 70).
    Posando para las cámaras de Visión Sur, de pie: Alberto Lobato, Leonardo Delgado, Pablo Jeannotegui, Gabriel Recavarren, Guido Carrillo y Federico Urraburu.
    Agachados: Javier Favarel, Michael Hoyos, Fernando Valdebenito, Leonardo Jara  y Martín Basualdo.

    “Le hicieron contrato a los 17 años y pensábamos que saltaba a 1ª, pero no fue rápido, fue a Reserva, maduró y ahí empezó a explotar”.
    Todo es una construcción. Y el diario sacrificio siguió una vez que subió a Primera (de 2011 a 2015 jugó 139 veces y marcó 38 goles, siendo el capitán en varios encuentros). En ese interín fueron otros jóvenes de la camada 1991: Carlos Auzqui (hoy San Lorenzo), Leonardo Jara (Vélez) y Michael Hoyos (Independiente del Valle de Ecuador).
    La camada 1991 se junta seguido y tiene un grupo de WhatsApp donde están todos. El sentimiento por la pelota es igual, tanto para el que juega profesionalmente como para el que no dejó la actividad pero también tiene que sumar otro trabajar, caso Javier Faravel (en España) y el nombrado Recavarren, quien hoy juega para Unión y Fuerza, el club del que es hincha Guido en su Magdalena y al que ayuda de forma permanente.
    Llegó el día en que el criado en Magdalena llegó al Mónaco, ciudad de las más excéntricas de Europa. Carrillo firmó en un equipo de estrellas, que logrará salir campeón tras 17 años. Entre los compañeros había un joven moreno de gambeta endiablada, Mbappe. Y llegaron a las semifinales de la Champions League. “Wido”, como pronunciaban en francés. Y lo vendieron a Inglaterra, al Southampton, donde fue dirigido por Mauricio Pellegrino, quien lo ayudó a potenciar su técnica en Estudiantes.
    Después, a España, Leganés y Elche; y a China, al Henan Songshan Longmen. De aquel país decidió volver y a un país con la economía resentida. El “9” quería sentir el afecto, lo necesitaba para vivir. Quien escucha mucho a la familia, pasó las fiestas de fin de año pasado con el corazón puesto en el lugar donde va la cabeza. Y en enero de este año firmó por Estudiantes.

    Volvía a ser feliz, sin saber lo que le esperaba…
    “Chicos, el partido es las 9, pero las 8 va a comenzar todo”, les escribió a los amigos de Magdalena, cuando jugó por primera vez en un amistoso ante Independiente del Valle, de Ecuador. Esos amigos y familiares que pasaron a ser una fija en el Estadio UNO, sobre la calle 1 o en 115, donde Guido suele buscarlos en cada gol. Pueden que estén en el sector de calle 1 o en lo alto de una platea en 115, donde va a gritarles su emoción en cada gol. Vino sin pretemporada y soportó lesiones, pero pasó por situaciones límites, como el codazo de un rival que le hizo perder tres dientes frontales.
    Llevaba siete tantos hasta la noche de gloria en el estadio de Lanús.
    Sol, su hermana, en su cuenta de instagram, compartió estas palabras que engloba una vida: “Los sábados yéndote a ver al CRIM, te cansabas de hacer goles con la ‘91, “La Maquinita”, los tubos de luz del garage de casa estallados x tus pelotazos, la pelota todo el tiempo picando contra la pared, los viajes diarios de papá para llevarte a entrenar hasta el country, el tan ansiado debut en Primera, después llegó Europa y te extrañábamos todos los días, te perdiste de compartir muchos momentos con nosotros, aunque siempre estábamos juntos de alguna forma.

    Esta historia es compañera del sudor, del fútbol cuando no hay fríos números. Del amor que no es compatible con lo efímero de la fama. Ahí está Guido, su familia, sus amigos y la ciudad de la Magdalena, esa que pareciera hoy tener las llaves para llegar al éxito, cuando se vive en una cultura enferma. Pero llegar a lo más alto no es un tema fácil. Hay que pasar una vida de sacrificios.
    Felicidades, a los Carrillo. Ahora tienen un recreo, que pasará rápido.
    Desde el 13 de diciembre, ante Defensa y Justicia, ese gol de Guido dio un triunfo con lo justo y a la vez justiciero, para el nuevo campeón… que salió de La Plata y de Magdalena.

     

  • Memorias de un “viejo” ídolo de barrio, don Ramón Pérez DT

    El fútbol amateur siente el dolor de la pérdida de un querido amigo, Ramón Roberto Pérez, entrenador de importante trayectoria, que la semana pasada se nos fue a esa gira celestial, tras vivir 75 años con profunda vocación de servicio. Nació el 17 de septiembre de 1945, en Berisso, y llegó a Ensenada a fines de los 80, para echar raíces en el populoso barrio de los cincomayenses, donde en la última década fue artífice del resurgimiento del Centro de Fomento 5 de Mayo con las categorías juveniles y superiores.

    Precisamente, a partir de 2014, junto a otros soñadores que visionaron un cambio social, están los esfuerzos denodados por armar la única cancha grande, que hoy lleva su nombre en homenaje a su carisma y sus mil horas. Ramón “El Viejo” Pérez, se inmortalizó el campo de juego con la figura de un padre de tres hijos, que le dieron seis nietos y un bisnieto.
    Aseguran que “fue el mentor de la afiliación a la Liga Amateur Platense”, previo paso de dos años y medio por la Liga Ensenadense.
    Ramón tenía perseverancia y premio de ello y su sabiduría fue el único DT del primer equipo «gris y rojo» desde que arrancaron a jugar, pero hace tres meses su salud fue decayendo y acordaron el reemplazo. Quienes lo conocieron y son creyentes, no dudan que siguió mandando sus últimas fuerzas a ese grupo de dirigentes y jugadores a los que podía mirar todavía desde su departamento, en un segundo piso, ubicado en línea paralela a uno de los arcos.

    Hay una frase de Pérez que es todo un eslogan, “El cuadrado que cambió el barrio”, le explicó a un cronista de Cancheros. Al pedirle unas palabras a Martín Abelando, el presidente de la subcomisión de fútbol, aún golpeado por el duelo, sacó de su corazón leal una frase que talló la personalidad de Ramón: “Con un lenguaje vulgar, y algo corto, nos inculcó la conducta y la seriedad. Discutíamos mucho, parte de la democracia del fútbol y al ratito estábamos como si nada. Teníamos el mismo objetivo, albergar cada vez más chicos, generar un laburo social cada vez más grande”.
    Pablo “Chiquito” Contana, un exjugador de gran porte que surgiera en Cambaceres, involucrado en esta revolución deportiva cincomayense, aseguró que “Ramón fue el eslabón que ha faltado dentro de este barrio para hacer algo serio”.
    Le confesó a Melisa Mendoza, la única nieta mujer que le pidió un reportaje para la Facultad de Periodismo, cómo fueron esos días del inicio en el Cinco. “Vi que estaban haciendo la cancha, que estaban las máquinas, que ponían los arcos, yo los miraba desde arriba, y tenía clavada la idea aunque sea de dejarles algo, dirigir las infantiles o juveniles, pero jamás se me pasó que me iban a proponer dirigir la Primera. El día que me lo propusieron no pude dormir, porque me llegó la responsabilidad más grande de mí vida, dirigir el 5 de Mayo con mí edad 72 años, y en mi barrio. Para mí es una pasión dirigir, y el día que no lo haga más, trataré de no mirar hacia la cancha del Cinco, bajaré la persiana de mi ventana que da al frente de la cancha”.

    Pérez escribió con sus ganas una hermosa historia. Como entrenador empezó a colaborar en Villa San Carlos, con la categoría 76 —un año—; se mudó a Ensenada y se metió a dar una mano en Cambaceres con los chicos de la 70. A fines de los 80 Estudiantes de La Plata lo convocó por intermedio del coordinador del fútbol infantil, Leandro Casanueva.
    Además, se nutrió de los ideales de otro ex jugador profesional que entonces guiaba a los pibes, Daniel “Carozo” Epeloa. El Country o la vieja cancha auxiliar de 1 y 55 fueron el lugar de mayor aprendizaje durante ocho años, hasta 1993.

    Su meta fue firme, servir al fútbol desde los valores formativos, contribuyendo en parte al crecimiento de los clubes, desde las bases, donde se van modelando las nuevas figuras, para llevarlos a la Novena. En la 80 dirigió Nicolás Tauber (arquero), Luciano “Huesito” Galetti (llegó a integrar la Selección Argentina) y Esteban Solari (jugó en la primera de Estudiantes en el 2000, hermano de Santiago, ex Real Madrid).

    La mayor alegría con los «Leoncitos» se grabó en su corazón con la 81, que logró en LISFI un campeonato invicto en la temporada 1990. Los padres le obsequiaron un pergamino con un manuscrito: “Si desea compartir el nuevo año con nosotros, lo esperamos, sería otro año de campeones”; entre las firmas, aparecen la de un niño Diego Colotto (en el futuro campeón mundial Sub 20) y Mauro Raverta (ascendería al Nacional B con San Carlos). “El Pollo” recordó una travesura de la infancia donde Ramón se enojó. «Hubo una estatua en e Country, y la llenamos de barro. Con los chicos le empezamos a pegar pelotitas que caían de un árbol… ¡Para qué decirte cómo quedó y cuando nos agarró Ramón, que quería saber quiénes habíamos hecho semejante cosa, y le dijimos que habíamos sido los de la 81”.

    También guió a la 77 albirroja, donde vio crecer a Juan “El Negro” Lezica (jugó en Primera) y a Gastón Losa (“lo hicimos arquero”, se enorgullecía de un Nro. 1 ex La Serena de Chile y en All Boys, entre otros). “En la presidencia de Riccione me tuve que ir”, contó.
    Armar equipos, escribir en sus papelitos las probables formaciones, hacer docencia, soñar, siempre en grande.

    Se recibió de DT, en la histórica primera camada que la AFA homologó en un curso fuera del edificio de calle Viamonte, que se hizo en La Plata, inaugurando la Escuela Técnico Docente “Adolfo Pedernera”, en el Alberth Tomas. Entre otros, Ramón tuvo el gusto de cursar con jugadores recién retirados y consagrados como Alejandro Sabella, la figura que más admiró.
    “De Estudiantes me fui a Lanús, me llevó Daniel Córdoba (profesor que tuvo en el curso), le presentamos un proyecto de trabajo para infantiles y Miguel Russo (DT de la Primera) habló con la dirigencia. Estuvimos un año. Se fue Miguel y nos fuimos nosotros. Yo tenía la ’79, ’80 y ’81 de la Liga Metropolitana”, explicaría más tarde Pérez, quien fue remunerado en los «Granates».


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    “En Lanús me tomaba un micro los domingos a las tres y media de la mañana, me bajaba en Solano, tomaba un remís, me iba hasta el centro, compraba el diario Clarín, tomaba un café con leche y a las siete y media abría el club yo. El primero de todos, así que ¿no lo iba hacer en mi barrio? Es mi personalidad, mi forma de ser y es una forma para que mis jugadores vean como hay que tomar esto, con responsabilidad”, le dijo a su nieta en aquella ocasión donde se largó a hablar como ella nunca lo había visto.

    —¿Jugaste al fútbol o solamente te dedicaste de lleno a dirigir?
    (preguntó Melisa)
    —Jugué amateurmente acá en Ensenada, en los campeonatos del barrio, en la cancha de Campamento y en las que tenía Astilleros. Mi puesto era de cuatro.

    En 1995 Las Malvinas se afilió a la Liga Amateur Platense y fue designado el primer DT, en Primera y Reserva,por recomendación de un padre que lo conocía de Estudiantes. “Nos dirigió dos años”, afirma Mario Barbarino, entonces cañonero de la zona oeste platense. Lo despidieron con una plaqueta en agradecimiento.
    “Cuando terminé me invitaron a dirigir ADIP, empecé con los más chiquitos pero estuve poco tiempo, agarré la Cuarta y al año salimos campeones”.

    El mismo año que Ramón dirigía en la B a Las Malvinas, su hijo Marcelo Pérez jugaba en la A para el Fuerte Barragán de Ensenada.
    Una noche veraniega del jueves 12 de diciembre de 1996 volvió al estadio de Estudiantes, como hincha de ese hombrecito con la camiseta «4», que era “Lito” en casa y “Machote” por las batallas deportivas. Había que superar al Sport Club de Magdalena, rival que en la semana anteriores les había ganado 1-0, en Cambaceres (de esa tarde surgió este particular registro fotográfico donde está Marcelo rapado, semitapado por Pablo Blanco, del Sport, en un ataque de Luis Martín, el «9» del Fuerte). Qué destinos: Blanco y Martín fueron los preparadores físicos de la Selección Argentina en los Mundiales de Brasil 2014 y de Qatar 2022, respectivamente.
    Volvamos a 1 y 57, a la mítica cancha de tablones, donde Ramón trabajó ocho años en el fútbol amateur. Ahí mismo gritó un golazo del «Luifa» Martín y un título que quedará en la memoria de los grandes equipos campeones de la ciudad de Ensenada.

    Ramón llevó los colores de Estudiantes en el alma. De chico celebró los títulos del gran equipo de Zubeldía, con Bilardo de jugador y clave en el armado. Puede dar fe de su pasión roja y blanca don Marcelo Buian (ex titular de Cambaceres y de pasado en el CF 5 de Mayo) al evocar “nuestras charlas en Propulsora sobre el Pincha, porque trabajé con Ramón, él fue delegado y un excelente muchacho. Me decía que tuvo una cierta amistad con Sabella y dos por tres iba a la casa a charlar con él”.

    En el nuevo siglo don Pérez trabajó en un remís y, a la par, el fútbol siguió en su mente. Con la convocatoria de José Chirico, fueron a las juveniles en Villa San Carlos, y Ramón se encargó de la 5ª (época en que compartió Cuerpo Técnico con Walter Dos Santos, Néstor García, Luis Gatti y el profesor Mauro Mazzolo (hoy en Deportivo Mac Allister).
    El mismo Chirico lo llevó a otra experiencia Liguista en Comunidad Rural de Los Hornos. De allí al Sport Club de Magdalena, para ser campeones en la edición del 2007 de la Liga Chascomunense, y al año siguiente, llegar a las semifinales del Federal C, donde caen por penales con Independiente de Tandil.
    En Magdalena se quedó la dupla Chirico-Pérez pero ahora en Unión y Fuerza, el gran rival. Hasta que Chirico se fue a dirigir en la localidad de 25 de Mayo y, ya veterano Ramón no pudo seguirlo. Sin embargo, habría una chance más con Chirico, en Tricolores, décima institución donde llegaba Ramón.



    En 2014 comienza la era Cincomayense. Un lapto en la Liga Ensenadense, y los primeros seis meses culminaron con una fiesta increíble, campeones invictos, en final ante Piria, en el estadio de «Camba». Se recuerda a Pérez “trajeado”, de pie frente al banco de suplentes.
    Tras un suceso que lamentaron y dejó experiencia, decidieron ir por la experiencia de la Liga Amateur Platense. En 2018 entraron con infantiles y juveniles, en lo que se dio en llamar «Proyección», un torneo no oficial, donde el organismo madre del fútbol local fue sondeando quiénes podrían ser clubes directamente afiliados. Hasta que en 2022 se hizo oficial creándose la tercera divisional, la «C» o Torneo de Ascenso. En el primer rodaje C.F. 5 de Mayo ascendió, y este 2023 está de estreno en la B.

    —¿Cuál es la diferencia de dirigir infantiles y juveniles con los adultos?
    —La diferencia es que cuando trabajas con infantiles y juveniles es que el técnico tiene que formar, formar jugadores, formar personas en todos sus sentidos. Que se cuiden en la vida para poder llegar, que hoy es muy difícil, que no se ensucien por nada, que estén limpios para jugar al fútbol, porque sino están bien a la larga te pasa factura la parte física. Y tenemos que ser buenos entrenadores de personas, yo jamás inhibí a un jugador.
    —¿Cómo se hace en los casos en que la familia no está presente por cuestiones de la vida y dejan solo al jugador?
    —Bueno, a veces nos tenemos que hacer cargo de ir a buscarlo, de llevarlo a la cancha, y hoy por hoy es complicado porque uno asume un compromiso que no sabes que va a pasar. Si bien el chico juega, el técnico es el responsable.

    Ramón fue una persona de bien que tomó la herramienta de una pelota para encender su propia luz y así iluminar a los demás. No podía dejar de pensar en 5 de Mayo, institución en la que anteriormente conocimos a otro personaje Jorge Roberto Rodríguez, quien hizo historia en el fútbol de siete (por la gran obra de «El Gallego» —fallecido— la canchita lleva su nombre). En la categoría 92 jugaba Sebastián Brizuela, quien de pibito conoció a Rodríguez y de grande a Pérez: “Al no tener la cancha grande tenías que despedirte del club, pero con el Viejo cambió, primero en la Liga Ensenadense… y ya en los primeros días con cancha grande nos tiraba una locura: ‘¡ya estamos entrenando para la Liga Amateur!’”.

    “Yo los miraba desde arriba”, diría cada vez que le preguntaron cómo empezó el Cinco. En esos días la Municipalidad proyectaba obras, puso unos cimientos en el sector contiguo adonde hoy está la sede de una Iglesia. Sin oponerse a los religiosos, aquellos que en gran número se juntaban a jugar a la pelota aprovecharon para pedir por la cancha de once, que se fue forjando a punta de camiones de tierra. Rellenado, nivelación, postes de alambrado, y diez almas que pulieron como un diamante la «localía». Orfebres como Ramón dejaron sus buenas gotas de sudor. Y entre las anécdotas de la primera época, alguien recordó que usaron como depósito de artículos deportivos “el garaje de su casa”.

    “Becaremos a aquellos que no podrán pagar la cuota y que futbolísticamente estén bien y estudien, que es lo principal. Contemplamos también a los que llegan tarde por trabajo”, se oyó alguna vez al DT experimentado, cuyos pensamientos eran como mandamientos de un vestuario que lo quería.
    Implementaron la parte física como otro código de conducta, y la salud de la juventud fue mejorando el clima social. “Sacaron el destacamento de Policía que había”, tuvo la enorme satisfacción Ramón.
    Con el carácter de un padre, andaba con su silbato al cuello, carpeta en mano, anteojos y el pelo cada vez más canoso. “Solo él podía visionar esto de la Liga Amateur Platense”, dijo Ramón «Pepe» Lima, crack de varias camisetas.

    Como si supiera que el tiempo no alcanzaría, su fuerza interior lo llevó a estar día y noche. Limpiaba los baños, marcaba la cancha, pelaba papas y atendía el buffet. Más de un lo vio caminar con la primera luz del día, “sacando las piedritas y las matas de pasto”. Está quien dice que «si había poco caudal de agua en el barrio Ramón se levantaba a la madrugada para regar la cancha».
    En sus bolsos había lo que se necesitara en una fecha de fútbol, canilleras, vinchas, cintas elásticas yt adhesivas, la cinta de capitán lavada. “¿Usted tiene su casa ahí en el bolso!?», fue una chanza. “¿Qué querés, pibe, un preservativo…? Acá tenés, cuidate, jajaja”.
    Y llevaba los bidones, las pelotas, los conitos, la ropa bien acomodada y con “perfumina”, detalles que hablan por él.


    Reacio, un poco terco, pero era ganador, en todo sentido. “Estaba un paso adelante. Era el mejor de los nuestros porque nadie le llevaba a los talones. Llegaba primero y se iba último. Soñaba en grande. Decía que había semillero, que había gente con voluntad, y decíamos que íbamos a entrar a la Liga Platense. Nos mirábamos y decíamos ‘este tipo está loco’. Donde ahora pisan era un descampado, con apenas dos arcos de once”, testimonia Abelando.
    Como todo, el ciclo se cumple, y en su caso fue la enfermedad del cuerpo. Un día no pudo bajar las escaleras, y algo extraño se vaticinaba. Su sucesor en el banco fue el ayudante, Pablo Sueldo.
    Las voces del barrio dicen que «veía los partidos desde una ventana de su casa, en aquel  segundo piso, que para un DT  avezado, siempre “desde arriba” se puede ver mejor lo táctico. Sufrió desde allá con «El Cinco” los partidos finales del Apertura 2023, cuando hasta la última fecha tuvieron chances de dar el batacazo en la Primera B.

    “Muy pocas veces se reía en las fotos, a veces una sonrisa sutil. Pero le gustaba bailar, escuchar cumbia, grupos como La Nueva Luna y Los Charros. También era muy rutinario. Pensaba que el esfuerzo y el trabajo en la cancha era fundamental”, describe su nieta.

    Le dedicó un tiempo de calidad a los clubes, a costa de su propia calidad de vida. Y no le faltó nunca a los tres hijos que crío con su compañera y esposa María Rosa Moreno, de donde viene el amor por la primogénita Alejandra, Cecilia y Marcelo, por los nietos Gonzalo, Santiago, Nicolás, Camilo, Lucio y Melisa, y el bisnieto Benicio. Deberán estar más que felices del “Viejo” que les regaló la vida.
    En la calle, en el fútbol amateur, no dejó duda alguna que fue un ídolo de barrio, para el álbum inolvidable de los héroes anónimos de los clubes de barrio.

    Adiós, Ramón «Viejo» Pérez. En la cancha hacen fila para seguir engrandeciendo al Centro de Fomento 5 de Mayo.