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martes, julio 2, 2024

¿Te acordás de Pablo Talarico? Uno de los once lobos que ganaron la Copa Centenario

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Van a cumplirse treinta años de una final histórica para Gimnasia, la que dirimía un trofeo en celebración por los 100 años de vida del fútbol argentino organizado, la AFA. Una Copa que quedó para siempre, y de la que ya pasaron 360 meses, o 4.380 dias, de la tarde que River Plate caía en el estadio del Bosque.
Ahí estuvo Pablo Andrés Talarico, con 22 años cumplidos hacía una semana, de titular en un equipo con mixtura de experiencia y juventud, que salió con un técnico debutante.
El “Tala”, que hoy vive en Ramallo, casado, con tres hijos, y su emoción por el simple hecho de recordar, en éstas horas en que justamente piensa regresar a la cancha, cuando el martes juegue Gimnasia por la Liga, coincidente en la fecha conmemorativa del festejo por la Copa Centenario.

“Llegué en 1992, en enero del 93 firmé contrato y en el primer partido del 94 salí campeón», larga Pablo, una síntesis con la voz pausada, detrás de un teléfono celular cuyo número costó encontrar (lo pudimos tener gracias al grupo de ex jugadores que decidió armar la Comisión Directiva, desde que hace un año decidió reunir poco a poco a los ex futbolistas profesionales en los partidos de local).
Al juvenil de pelo largo aparece en una punta de la doble página de la revista El Gráfico, con el título: Gimnasia entró en la historia grande. La boca llena de gol del recordado Hugo Romeo Guerra, junto al alambrado de la popular de las grutas, en un abrazo súper emocionado de Sergio Daniel Dopazo que esa tarde del 30 de enero no convirtió pero terminó como el goleador de aquel torneo único; apretados a ellos está Pablo César Fernández, que metió el segundo gol, con un particular «planchazo» de pie derecho a una pelota imposible para Goycochea.
“Tala” llevó la camiseta 7, una tarde de muchísimo calor, que hoy recuerda como en una película, a los 52 años, y con un llanto que no pudo frenar en una parte de la entrevista.
Lloró porque era su juventud, del pibe que llegó de la ciudad de San Nicolás, para vivir en la pensión de la Sede.
Tres nicoleños compartían sueños en aquel tiempo, Guglielminpietro y Lagorio, que habían llegado del Club Renato Cesarini de Rosario, junto a la dupla técnica de Ramaciotti  y Sbrissa, en el proyecto que en principio comandó Jorge Solari.
Y otros pibes del interior, Pablo Mónaco y Pablo Caballero, que convivieron en la pensión con Talarico, tres Pablitos, hasta que «después compartí un departamento con Lagorio”. El difícil objetivo de llegar, que parece más difícil que permanecer en Primera división.

Le temblaron las piernas aquel 30 de enero. Era un chico que afrontaba el mayor examen. Y ese partido final si bien no tuvo la exposición mediática que pudiera tener hoy con tantos dispositivos, para la familia Tripera valía torcer un pasado de penas en partidos decisivos.  “Para mí fue una sorpresa jugar de titular, aunque en los entrenamientos me di cuenta que podía estar», explica desde Ramallo, donde vive con su señora. Y dice que cada vez que llega esta fecha uno se acuerda y llegan los mensajes de los hinchas de Gimnasia”.
Talarico fue el apellido que resonó en las cabinas y en la TV, cuando el árbitro sancionó la pena máxima: “¡Castrilli cobró penal de Talarico sobre Díaz!”, cruzó los televisores del país la voz inconfundible del relator Walter Nelson, mientras la única cámara (ubicada en lo alto) apenas le daba una percepción más al comentarista cordobés Elio Rossi: “Lo toma afuera, se engancha la Hormiga y cae adentro».
«Por suerte el Lolo nos salvó, principalmente a mí”, sonríe Talarico. El «Lolo» Javier Lavallén era otro chico del club, con futuro promisorio, integrante de la Selección Sub 23.

La sanción del penal que podía darle la ventaja a River.
—¿Estuvo bien cobrado? Me parece que no…
—En el afán de querer que no avance, intento ganar la posición y mi brazo va hacia adelante; aparatosamente el jugador de River, que iba corriendo conmigo, cae pero adentro del área. No recuerdo bien la posición del árbitro, pero mi manotazo es cuando todavía no habíamos pisado la raya del área. Hernán Díaz fue inteligente en ese sentido, pero fue afuera.

Un símbolo del fútbol argentino fue quien decidió incluirlo, Roberto Perfumo.  “Me quedó una cosa grabada, ‘los mejores volantes son los que están siempre detrás de la pelota’. Eso me dijo Perfumo y en la final lo intenté hacerlo, sin dejarme distraer y sin llevarme por el juego. Las indicaciones eran simples, estar cerca del Chaucha, a su izquierda (por el otro lado iba Gustavo Barros Schelotto), escucharlo».
Después, el 1-0 por el urguayo Guerra; entretiempo, River madruga, 1-1; Gimnasia lucha, corner, Goycochea no sale y Pablo Fernández anticipa, 2-1; y Guillermo Barros Schelotto, uno de los máximos hinchas de la gente, define y con el 3-1 es todo algarabía.

“Una sorpresa para mí fue la presencia de mi familia, porque el día del partido pudo viajar mi papá con mis hermanos”, recuerda. Esa familia que pudo armar él, en parte con ese amor de futbolista, de sacrificado muchacho que un día conoció a su muchacha acá en La Plata, y también era nicoleña y estudiaba magisterio, Jacqueline, quien hoy ejerce la docencia en Jardín de Infantes. Con ella pasó a convivir en La Plata, donde nacerá dos años después la primera hija, Camila (9/9/1996).

—Qué pensás ante el paso del tiempo y esa otra percepción de los hechos…
—Cuando se viene el aniversario de la Copa mis hijos siempre me preguntan cosas. Mi hijo me está pidiendo ver un partido del Lobo. Los tres saben que allá nos conocimos con la mamá. Fuimos a pasear en 2019, y entré al Estadio. Cuando pasé por el túnel me quedé… (se quiebra, le cuesta seguir, como si la emoción le tapara la garganta).
Es el amor por un pasado que lo marcó. Más tarde, ya retirado, nacieron Catalina (2/7/2002) y Franco (12/5/2006).

La vuelta olímpica fue con invasión del público.
—Perdiste la camiseta seguramente…
—Qué revuelo bárbaro esa vez, eh (risas). Yo estaba en el banco porque había ingresado El Yagui, y la camiseta la tenía prometida a Matías Mor Roig, un colega tuyo, que quería mucho a San Nicolás porque de ahí era su familia. Conocí a sus padres, me atendieron muy bien en La Plata. Siempre le cuento a mi familia de esa etapa en la pensión, y recuerdo con mucho cariño a los Mor Roig. Uno se sentía solo a veces, mas allá del club, pero Matías fue un gran amigo.
—¿Y pudiste darle la camiseta a Mor Roig?
—Matías le estaba haciendo una nota no sé a quién, porque ese día cubrió desde adentro del campo. Cuando termina la final, salimos corriendo y paso por al lado, y para no cruzarme en a cámara, yo medio agachado se la dejo en la mano.

Las estadísticas decían que hasta ese día llevaba jugados 9 partidos, entre torneo local y esa Copa de Centenario en la cual fue titular durante los dos clásicos, con Newell’s, Argentinos, y solo se quedó afuera con Belgrano.
Pero quedó en el cuadro del honor y la gloriosa tarde deportiva: Javier Lavallén; Guillermo Sanguinetti, Pablo Morant, Darío Ortiz y Sergio Dopazo; Pablo Talarico, Pablo Fernández, José María Bianco, Gustavo Barros Schelotto; Hugo Romeo Guerra, Guillermo Barros Schelotto.

—¿Qué pasó después?
—Cuando vino Griguol (nueve meses después del debut triunfal con Perfumo), me pone de doble cinco o por izquierda. Carlos me tenía como relevo del Cabezón Dopazo, por lo cual muchas chances no tebuia porque no faltaba ningún partido.
Además, probaba con Dueña o el Yagui (Favio Fernández). En la campaña del 95 Carlos hacía línea de tres, Morant, Ortiz y Dopazo. Yo iba mucho al banco y entraba un rato en el segundo tiempo. Si íbamos ganando, el Viejo me ponía a mí y armábamos una línea de 5. Me tocaba entrar en esa situación, como quinto defensor… el Viejo tenía muchas variantes.

Su último torneo con la albiazul fue el Apertura ’96, conviviendo en el plantel con Albornoz y Marcico y con la promoción de “Chirola” Romero. “Mi último partido fue con Unión, en casa, de noche, un empate aburrido”, recobra la memoria, cuando lo reemplazó Saccone y no vistió más la camiseta que ama. Aún las dos cabeceras populares eran de tablones de quebracho.
“Pasé a Chicago, 1998 y 1999, una institución desordenada, yo venía de otra cosa”, dice.
Hoy el deporte es pasado. Tuvo la chance de hacer docencia en Defensores de Belgrano de Ramallo (hoy Federal A), “donde trabajé en inferiores con el Negro Avelino, que fue un ex jugador de Gimnasia en los setenta”. Se refiere a Avelino Verón, quien jugó 144 partidos, padre de Pablo Verón, otro ex albiazul. El mismo “Negro” Avelino Verón que un día probó chicos para Gimnasia y de allí salió Talarico. El pibe de pelo largo, que se juntó con varios coterráneos, y entre ellos, una mujer que la acompaña hasta hoy. Una historia de vida que lleva sangre albiazul, y un campeonato que nunca se podrá borrar.

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