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domingo, julio 7, 2024

Uno que grabó a Los Redonditos y a Charly, dará un show en La Plata este sábado

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¡Muchachada, el sábado 27 de mayo hay fiesta! La música se abraza a esta ciudad y a la historia del rock, y la de un hombre que anda en los setenta años cosechando aplausos, dándose el gusto y permitiendo que viejas generaciones vuelvan a sentir algo de lo que pasó cuando el rock asomaba en Buenos Aires. La sensibilidad que parece perdida, reaparece en Miguel Krochik. Pase y lea, porque por ahí encuentra en estas letras algunas figuras que este caballero tuvo el honor de grabar en sus estudios “Panda”, espacio donde se habrían grabado la mitad de las canciones del rock and roll nacional. Y de los más grandes, que aparecían como un semillero que pedía Primera.
Charly García, León Gieco, Fito Páez, Andrés Calamaro, Celeste Carballo, Los Abuelos de la Nada, Los Fabulosos Cadillacs, Divididos, Las Pelotas, Los Redonditos de Ricota, La Renga, Soda Stéreo, Ratones Paranoicos, Rata Blanca, Sumo…
Para Miguel fue una etapa de cuarenta años, de trabajo obsesivo, ensimismado con los avances de la tecnología y en brindar el mejor servicio de audio a los artistas; en el ruedo internacional también anduvo con Panda, recibiendo a Ricky Martin, Scorpions, Cheyenne, Celia Cruz.
Desde hace un año y medio que está otra vez en algún escenario. Previo a su viaje a La Plata, y dejando atrás la rutina de un día donde le parece que cada vez el tiempo se escurre más fácilmente, Miguel nos regala destellos y su impronta de músico que no tiene recetas complicadas. Va de suyo, entonces, dos frases que invitaron a profundizar: “Si no hay melodía, no hay sensibilidad”; “cuando la música es buena, nunca se ponen viejas, igual que con los libros”, dice en una llamada por Wahtsapp, entregado a la charla nocturna.

Reflexionemos: Miguel está haciendo lo que no pudo continuar de joven.  En 1972 formó parte de recitales desenchufados, a pura guitarra, siendo el más famoso uno que organizó la revista Pelo. “El Acusticazo”. Allí fue una de las promesas, pero Miguel cambió de equipo… La producción y grabación de discos.
“Me puse a dirigir ese tráfico. Tenía que entenderlos, yo era músico también, y sabía de sus necesidades. Si bien quería meterme a hacer algo de música, la ética profesional me decía que no podía hacerlo para cuidar la intimidad de ellos”. En esta definición se deduce que algún ego que paseaba por “Panda” tal vez tomaría a mal que Miguel apareciera con alguna producción, como si en ella podría estar el gen mezclado de alguna idea ajena. “Fui muy feroz conmigo”, dice. Pero ya se posa en el presente.
Y parafrasea con el fútbol: “Hoy somos músicos que estamos en la Primera B”, pero cuando su término pareciera un auto boicot, enseguida tira la lanza: “Lo digo por la música que se escucha hoy, y otro poco por la edad de uno”.
Nos explica: “Apenas transfiero los estudios Panda, a manos de gente joven, me llaman para cantar en el tributo de la Biblia de Vox Dei, en el auditorio Belgrano”.
El año pasado lo llamaron a su juego y revivió toda la nostalgia en una noche, con la reedición del Acusticazo, a 50 años, donde Miguel volvió a cantar “Guilmar”, el tema que lo identifica, el título que llevó el disco que editó allá lejos, su debut y despedida.
Lo cierto es que medio siglo después la vida los juntó a esos “cracks” de Lito Nebbia y Raúl Porchetto (“solo faltó León Gieco, una pena, pero las cosas no son perfectas”). No era un día común, ni tampoco aquel fue un disco cualquiera: fue el primer recital de rock grabado en vivo que terminó en disco. Palabras mayores del rock argentino. “Además, esto nos dejó una estela de pedidos de trabajo”.

En la capital bonaerense Miguel ya estuvo en marzo de este año, en plaza Malvinas. Esta vez, lo hará en un espacio municipal con capacidad para cien personas, “cancha chica” y acompañado de un equipo sólido, dos músicos talentosos que surgieron en la década del noventa, Carlos Damiano, aquel de la banda La Trifásica: “Cosas de la vida, hay una empatía. Toca muy bien la guitarra, me hace los coros y venimos componiendo nuevas canciones”. Y Ariel Leyra, al que definió con el don de “mucha magia, plasticidad para cantar, ¡un capo!”. Junto a los tres de la marquesina, el sábado 27 se sumarán el violinista Sergio Polisi —de la camada setentona que formó la banda Soluna, que armó Gustavo Santaolalla tras la separación de Arco Iris—. Ah, Krochik contará con dos refuerzos más: el percusionista Carlos Leiva y la pianista Lucía Giles, oriunda de las diagonales.
“Sin pasado no hay presente tampoco…”, nos ayuda a rescatar la memoria. Nos adentramos en ese sello “Panda”, que armó en su propia casa en Floresta. Un estudio de grabación que se asemeja a una especie de álbum de figuritas donde todos “pegaban” sus éxitos. Tanta historia, que el libro surgido en pandemia vale la pena: “Grabado en estudios Panda” (historias de una fábrica de hits, 1980-2020), escrito por Nicolás Igarzabal.
Allí quedaron los instantes de trabajo y de intimidad con músicos de fuste, como un juvenil Charly García. Krokich lo trae a la charla con esta anécdota que a su vez le contó Fernando Samalea (compositor destacado). «Un día le dijo a Charly, ‘tenés que escuchar a Miguel Krochik, es uno de los mejores en componer lindas melodías’. ¡Uff, hoy me emociona hablar de Charly, nos llevamos un año! Un día se tomó el colectivo 106, se vino a casa, lo esperé en la parada… Cantábamos, tirábamos temas, nos mostrábamos un poco lo que estábamos haciendo. Charly es único en el mundo. Una capacidad de composición muy efectiva, entradora, llegadora, no dicho por mí solamente, porque lo dijo Fito Paez”.
Nombró a Fito y la «figurita» del rosarino tiene sucesos en Panda, “grabamos tres discos y medio”: Del 63 (1984), Ciudad de Pobres Corazones (1987), Ey! (1988) y se mezcló Tercer Mundo (1990)”. Se enorgullece al contar que Fito lo menciona en su primer disco como “benemérito”, y en otro trabajo puso que “fui como un flete al instante”. Es que el cantante se servía de lo que se le cruzaba por la cabeza, ya sea un instrumento, algo para tomar o comer.
“Un 13 de marzo le festejamos un cumpleaños, creo que fue del año 1986 o 1987, compré guirnaldas, lo llamamos a Charly, y estábamos Samalea, Breuer, otro asistente, Fito y yo. El rock estaba vivo, pero no era una furia. Desgraciadamente por Malvinas empezó a explotar los estudios Panda, porque en esos momentos había que grabar en español ya que la música en inglés no se podía pasar. Esto favoreció a los cuatro o cinco estudios de grabación que había… Fue un golpe de suerte para nosotros, pero mucho dolor por los muchachos que perdieron la vida y los que volvieron mal”.

Al decir «Malvinas», recupera una historia que está fresca, aquí en La Plata. “Cuando estoy tocando en el Centro Cultural Malvinas me dicen que de acá salieron los soldados de un regimiento de infantería para las islas”.
Esta previa del show de Miguel tiene mucho gusto a historia, porque él mismo es parte de ese recorrido iniciático del rock nacional. “Después del rock americano y el inglés, el que sigue es el argentino, rock que se estudia en el mundo. Mirá, en España no lo dejó nacer el franquismo. El italiano y el francés no existen, no hay rock sueco, ruso, chino, africano. En Alemania hay un nicho muy específico, de rock metálico”.
Vuelve a pensar en voz alta: “En fin, tuve mucha suerte de agarrar una de las mejores épocas del rock argentino, para mí, la más genuina. La década del 70, que venía tomando fuerza del 60, pero la del 70 tiene otras historias, más imágenes, y en los 80 se desarrolla con una creatividad diferente”.
Volvemos a pasar figuritas del álbum imaginario de estudios Panda, por donde fue Carlos Solari y su troupe de Los Redonditos de Ricota, que con los equipos de Krochik realizaron sus obras Oktubre y Luzbelito Entre otras anécdotas, atesora la seguridad de ver a “un grupo que venía muy bien ensayado y la tenían muy clara. Al Indio le gustaba que todo esté perfecto, y estaba enamorado de los equipos valvulares, los Pultec. En una ocasión me decía que en su juventud, cuando vivía en Entre Ríos, había escuchado Guilmar como una canción icónica de la época”.
Miguel, que es del barrio de Floresta, de chico seguía a All Boys. Cuando el club cumplió 100 años, con Carlos García Lopez (guitarrista de Charly) compusieron el himno. “El Negro García Lopez fue uno de los primeros en grabar en Panda, con el padre, que hacía música tropical”.
El fútbol se vuelve a meter por la hendija del teléfono, con un recuerdo platense y pincharrata. “Iba a tercer año del secundario cuando jugó la final con Manchester. Todos con la radio, que la había traído un compañero, eran las 4 acá y las 9 allá, el triunfo argentino con el gol de la Bruja Verón de cabeza, con centro de Madero desde la mitad de la cancha. Me acuerdo de los arqueros, Poletti, y el suplente era el Bambi, y obviamente de Bilardo, Pachamé, Echecopar. Y de Zubeldía, que inventó la ley del orsai, estaba al borde de la cancha, con el saquito oscuro, Bilardo aprendió mucho de él”.
Tan clásico el gol del 16 de octubre de 1968 en el extinto estadio Old Trafford, como lo fue El Acusticazo el 16 de junio de 1972 en el desaparecido teatro Atlantis.
No solo guarda en la memoria los ídolos en rojo y blanco, sino a algún valuarte del del arco, Carlos Minoián, surgido de Gimnasia y Esgrima La Plata.
A “Guilmar”, exactamente, lo volveremos a escuchar en tres días. Cuando Miguel y compañía se hagan un solo cuerpo en el escenario de la sala Polivalente del Centro Cultural Pasaje Dardo Rocha, a las 20.30 horas del sábado 27 de mayo, con las entradas a la venta en la boletería del mismo Pasaje, de calle 50 entre 6 y 7.
Para Miguel, con tantas ganas de salir a demostrar, no importa siquiera el lugar. Como dice tu amigo Chizzo Nápoli, líder de La Renga, «el final es en donde partí…» Uno de esos lugares como los clubes de barrio, chicos, y calurosos.
Recuerdos de los primeros días, cuando con León Gieco salían a pegar afiches, con engrudo y paquetes de harina Blanca Flor.
Cuando estés viniendo para La Plata, por acá también está Gregorio Fleicher, quien ha escrito nada menos que la letra de “Guilmar”. La amistad con Gregorio (se casó y se recibió en La Plata) sigue intacta. Lo mismo que Miguel, un tipo sensible, familiar, que también se casó joven a los veintidós y unió su sangre a una compañera que lo aconseja y le dio tres hijos (“ninguno hizo música, cada uno siguió su camino” y el placer de cuatro nietos.
“Es lo que uno fue sembrando…” dice. La vida continúa. Nos vemos el sábado.

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